Lugar donde se hacen dioses

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Por José Cueli

El indígena cerró su pasado, no ha abierto su presente y menos su porvenir. El pasado no ha de volver, mas sube por las raíces y colorea el grano de las espigas y la intimidad (Cardoza y Aragón: Guatemala “las líneas de su mano”. México, FCE, 1965).

Esencia del espíritu azteca en las pirámides de Teotihuacán al llegar la primavera y cargar hijos de energía libidinal. Tiempos y espacios fantásticos que no son tangibles ni concretos, sino los del triángulo –pirámides del Sol, la Luna y la Calzada de los Muertos– que viven en otra distancia de la lógica mediterránea. La ilógica-lógica indígena presente de los que luchan por desaire del fuero y yugo que representa la otra cultura, ignorante de que los ritos y voces silenciosos del hondo y rancio sabor campero. Silencios que comunican, transmiten dolor pesado que se siente. Hechizo mágico al ofrendar la vida entre gritos, ayes de hambre. Cambio de camino en el manifestarse y caminar a partir de tiempo y espacio diferentes, singulares.

Caminantes sabedores que todos lo somos de un viaje sin regreso a un quién sabe más allá armónico, voluptuoso y pleno, que implica simplemente ser, perderse, como mirar al mar, al fuego o un árbol, desprenderse de sí, alejarse de lo sensible e integrarse al mundo interno en dirección contraria. Descubrir otros mundos, formas de vivir, donde dramas y tragedias; la muerte, sólo significan caminos diferentes en el viajar.

Viajes que suben a los aires. A la monumental pirámide en busca de resignación ante los golpes, vestidos con ropas blancas acompañadas por los tambores metal agrio y agudo, mexicano y bravío, expresión del hambre indígena de siglos. Este año, en medio de la aglomeración, aperturas y confusión, ofrecieron vidas como sacrificio indígena que se repite una y otra vez.

Auténtica fiesta mexicana, religión y muerte, trotando por caminos entre las pirámides monumentales, esperando la muerte en caminar triste y cansado. Trotecillo imperceptible que sale de la espesura y busca la muerte. Teotihuacán triste y callado, brava silueta que corta y se asoma, cuando los caminantes de la muerte, registran el paso a la otra vida polvo de la tristeza, viento de cansancio, botín de hojas en los árboles, sombra esclava de la amargura de la raza.

Caminantes llenos de fe y emociones interiores, viajes que son preparación interior que florece lentamente la ascesis que busca libertad, anula el tiempo cronométrico, reduce el espacio mesurable al encontrar en el interior tiempos y espacios que duran y duran. Misticismo primitivo no influido por la razón, donde no existen días y noches sucesivos ni personas ni lugares, se anula la presencia del cuerpo. Comunicación con seres prolongación del pasado, el presente y del futuro, lo opuesto a lo sistematizado, a la electrónica, a la lógica, a la omnipotencia y al delirio de grandeza.

Raza azteca laberinto de la fantasía de antiguos templos ceremoniales pletóricos de fantasmas y sombras evocadoras de leyendas que ignoran de dónde se viene y a dónde se va, sin pasado ni porvenir, sabedor qué hay más allá de esas pirámides imantadas y mágicas que limitan el horizonte de su espacio cargado de perfumes y notas de armonías lejanas.

Fuente: La Jornada

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