Los nuevos dioses del fracking

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Por Joan Faus/ El País

Washington— A finales de 2009, las cosas no pintaban nada bien para Charif Souki. Cada acción de su empresa se intercambiaba a tres dólares, denostada por los inversores. Este inmigrante libanés con más de 40 años en Estados Unidos había apostado su última aventura empresarial a la importación de gas natural, convencido desde una década atrás de que el suministro energético de EE UU dependería cada vez más del exterior. Pero el gas extranjero no llegaba, mientras la producción de gas estadounidense crecía.

Cada vez más presionado, Souki decidió en junio de 2010 dar un giro radical a su estrategia: transformaría las terminales de importación a exportación de gas natural licuado. El viraje fue recibido con apatía y desconfianza por la junta directiva, los inversores y el sector. Pero en menos de dos años su incredulidad resultaría errónea: el boom energético que vive EE UU sitúa a su empresa, Cheniere Energy, en la cabecera del suculento negocio de la futura exportación. Souki amasó el año pasado una fortuna de 300 millones de dólares (242 millones de euros). Casi la mitad corresponde a su sueldo (142 millones de dólares), el más alto de un consejero delegado en 2013 en EE UU. Cada acción de Cheniere vale ahora 70 dólares.

El de Souki, de 61 años, no es un caso aislado. Ejemplifica el auge en los últimos años de una nueva generación de multimillonarios en EE UU: el de los veteranos empresarios detrás de la revolución del fracking, la controvertida técnica de fracturación hidráulica de rocas de esquisto (shale en inglés) en el subsuelo que ha catapultado a este país a la cima de la producción mundial de petróleo y gas natural. Como los Rockefeller y los Getty en el siglo pasado, los nuevos magnates de la energía generan titulares, y usan su fortuna para tratar de ganar influencia política —principalmente en el Partido Republicano— y divertirse.

Su perfil, sin embargo, es heterogéneo. Algunos estaban al borde de la ruina antes de descubrir el nuevo El Dorado. Unos proceden de familias muy humildes y de una historia de superación personal, mientras otros tienen un pasado acomodado. “Pero el denominador en común es que todos eran unos outsiders: ignoraron la sabiduría de los expertos sobre que dedicarse al shale era una pérdida de tiempo”, afirma en una entrevista telefónica Gregory Zuckerman, periodista del diario The Wall Street Journal. Zuckerman es seguramente el mayor conocedor de la historia de estos nuevos ricos, que plasmó el año pasado en el libro The Frackers.

Al margen de Souki, el ensayo detalla la irrupción de otros emprendedores del fracking en EE UU, como George Mitchell (considerado el precursor), Harold Hamm, Aubrey McClendon, Tom Ward o Mark Papa. Todos ellos también comparten rasgos de personalidad: “confiar mucho en sí mismos y ser muy tenaces”. Persistir en una cruzada cuando el consenso de los expertos y la industria era de que era del todo fútil porque, sostenían, las reservas de shale eran limitadas y no merecía la pena explorarlas. La teoría era que EE UU se encaminaba hacia una mayor dependencia energética y que lo mejor era buscar otros países donde perforar. Pero la tenacidad de estos hombres corrientes rebatió la teoría, y desencadenó una revolución con enormes implicaciones económicas y geopolíticas en todo el mundo.

“Tienen este optimismo americano. Es un cliché, pero creían que encontrarían un modo de salir adelante. En parte, porque no tenían otra opción”, dice Zuckerman. Las penurias económicas y la fascinación por hallar una ganga llevaron a muchos de ellos a persistir en sofisticar la técnica del fracking —usada por primera vez en los años cuarenta— para lograr acceder a bolsas de gas o petróleo en los estados del centro de EE UU. “Como tantos estadounidenses, querían convertirse en multimillonarios. La industria del petróleo y el gas atrae a ese tipo de gente, es un sector con muchas subidas y bajadas”.

Los multimillonarios del fracking “disfrutan de su dinero”, pero a diferencia de magnates de otros sectores, esgrime el periodista, siguen trabajando intensamente. “Para ellos, no todo es por el dinero. Mantienen el hambre por superarse”, apunta. El dinero no les ha sacado el ansia que ha nutrido su vida y que, en definitiva, les ha hecho ricos. No se acomodan, quieren más.

Fuente: El País

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