Los “científicos” y la 4T: oposición ilegítima

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Por Víctor M. Toledo*

De entre las oposiciones al gobierno actual, ninguna más peculiar que la de un sector de la comunidad científica. Se trata de la corriente que por décadas encabezó el Conacyt y otras instancias públicas, dirigió academias e institutos y tuvo presencia destacada en los medios de comunicación. Esta oposición comenzó cuando la nueva dirección de Conacyt hizo públicos los excesos, desvíos, conflictos de intereses, corrupción y falta de transparencia de quienes lo habían dirigido en el sexenio anterior. Una constelación de ar­tículos periodísticos, entrevistas en prensa, radio y tv y mensajes por Internet, comenzaron a difundir la falsa idea de que el gobierno reducía los fondos a la ciencia y tecnología, menospreciaba el papel de los investigadores e incluso los consideraba despreciables. El biólogo A. Lazcano-Araujo declaró que los científicos se han convertido en víctimas de campañas de linchamiento político empeñadas en presentar a los investigadores como una corte de mandarines insaciables, ansiosos de privilegios; remató diciendo no a la imposición de una austeridad caprichosa y mal definida (Gaceta UNAM, 1/8/19). La oposición de los científicos, que ha subido y bajado de intensidad en los últimos meses, logró involucrar a más sectores al extender la idea de que el mismo maltrato estaba siendo aplicado a las universidades, amenazando su independencia. Ello explica el Coloquio 90 años de la autonomía universitaria que organizó la UNAM. Ahí, 35 académicos, directores y funcionarios, todos (salvo tres o cuatro) de la misma corriente conservadora de la universidad, examinaron el tema en permanente tensión con las políticas gubernamentales.

Mi trayectoria de cinco décadas como investigador científico crítico me permite comprender que esta reacción desmesurada, obsesiva y plagada de verdades a medias, fake news y malas intenciones, impropia de una verdadera comunidad científica, obedece más que todo al resquebrajamiento de una manera de concebir la ciencia, a una crisis de paradigma, en el sentido que le dio Thomas H. Kuhn en su obra cumbre La estructura de las revoluciones científicas. Hoy la ciencia normal que es la dominante, está en crisis, no sólo en México, sino en todo el mundo, porque no contribuye a resolver las dos emergencias supremas a las que se enfrenta la humanidad: la mayor desigualdad social de toda la historia y la mayor amenaza conocida al equilibrio ecológico del planeta. El último reporte del banco Credit Suisse (2018) reveló a través de la Pirámide de riqueza global, que el uno por ciento de la humanidad posee 45 por ciento de la riqueza del mundo, y junto con el estrato más rico siguiente (9 por ciento) alcanzan 85 por ciento, mientras el estrato más pobre (64 por ciento) sobrevive con sólo 2 por ciento de la riqueza. Por otro lado, los datos sobre la crisis ecológica y climática del planeta develan una situación cada vez más preocupante. Ya hace dos décadas que las principales academias de ciencias del mundo llamaron para un nuevo pacto social, a una ciencia con ética, y en la última década ha crecido exponencialmente la llamada ciencia para la sustentabilidad (con 12 mil publicaciones al año), que cuestiona los fundamentos de la ciencia normal y busca nuevas perspectivas.

En México, no obstante que su aparato científico y tecnológico aumentó notablemente en las últimas tres décadas, ni pobreza y desigualdad disminuyeron ni el deterioro ecológico del país descendió, todo lo contrario. ¿Para qué queremos un estilo de quehacer científico que no resuelve estas dos magnas crisis?

Esta pregunta no quiere enfrentarse, porque supone un cambio radical de realizar la ciencia, con nuevos objetivos, métodos y enfoques y otra ética. Esta pregunta, que causa pánico en las comunidades científicas conservadoras, se elude invocando el que es un dogma mayor: La Ciencia, que es sólo una, automáticamente genera progreso, desarrollo y bienestar, los científicos son seres iluminados por el halo de la razón, una suerte de ángeles, seres especialmente dotados, que deben gozar de total libertad y autonomía. Jamás se habla de todos los males que la ciencia ha generado: miles de gases y sustancias tóxicas, fertilizantes químicos, pesticidas, plásticos, alimentos dañinos, medicamentos nocivos, plantas y animales genéticamente modificados, armas cada vez más sofisticadas y, especialmente, apuntalamientos al sistema de explotación del trabajo humano y de los procesos de la naturaleza.

Tampoco se señala el inexorable deslizamiento que ha sufrido la ciencia de los países industriales hacia su privatización. Si en Estados Unidos hacia 1965 la ciencia académica financiada por el gobierno representaba 60 por ciento y la ciencia corporativa el resto, para 2015 ya se había invertido a 30-70 por ciento (Unesco, 2015). Tampoco se habla de las enormes sumas que los gobiernos transfieren cada año para investigación a las corporaciones de armamentos. En suma, la ciencia normal o dominante que hoy defienden, por ingenuidad, ignorancia o confort, las corrientes científicas más reaccionarias, debe ser puesta a revisión. En mi próxima entrega mostraré ejemplos de cómo funciona esta ciencia fallida en México.

* Víctor M. Toledo. Secretario del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat)

Fuente: La Jornada

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