Libertad de expresión y censura

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Por Álvaro Cueva

Ni me sorprende ni me asusta que un grupo de 650 personas, entre ellas grandes amigas, grandes amigos, de los medios, la ciencia y la cultura publiquen un desplegado manifestándole su rechazo al presidente.

Tampoco me llama la atención que toda la prensa mexicana, que todos los canales de televisión, que todas las estaciones de radio y que todas las redes sociales, todas, tomen el tema y lo conviertan en la noticia del momento.

Están en su perfecto derecho de amar o de odiar a Andrés Manuel López Obrador y de publicar o de no publicar esto y más.

Lo que me sorprende, me asusta y me llama la atención es que para hacerlo utilicen conceptos como el de “libertad de expresión” y “censura”.

Tan sencillo que sería decir: “no estoy de acuerdo con las estrategias de comunicación de AMLO”, “me quedé sin chamba por culpa de las decisiones de su administración” o “ya no puedo publicar porque ya no estoy recibiendo los apoyos del gobierno”.

Queridos amigos: entre gitanos no nos leemos las cartas. Todos sabemos que la libertad de expresión y la censura son otra cosa y que decenas de amadísimos colegas han perdido la vida defendiendo su derecho a decir lo que piensan.

Tratar de justificar una inconformidad con estas palabras no sólo es una contradicción, es algo que ustedes, por el altísimo nivel que representan, no se merecen. Por favor, no lo hagan. No lo hagan así.

Por eso las nuevas generaciones hablan de libertad de expresión y de censura para defenderse cuando se les cuestiona por estar difundiendo mensajes de odio o por estar haciendo barbaridades que luego quedan grabadas en las cámaras de seguridad o en las de los celulares.

Yo sé que están muy molestos, pero tal vez valdría la pena que, como todos los mexicanos, cada uno en su contexto, enfriaran la cabeza y ubicaran con más claridad sus ideas y sus emociones.

Yo no puedo hablar por muchos de ustedes porque me muevo en otro universo, pero en mi mundo todos, absolutamente todos, nos la estamos pasando mal.

Los que no estamos siendo despedidos de la forma más humillante y grosera, estamos cobrando menos, recibimos puras faltas de respeto o nos quedamos sin espacios.

¿Y qué creen? La culpa no es ni de Andrés Manuel López Obrador, ni de la Cuarta Transformación, pero tampoco de los presidentes anteriores o de la corrupción. Esto es mucho más complejo de lo que parece.

Los invito, con mucho respeto y cariño, a que busquen, por ejemplo, lo que acaba de pasar en el evento “Periodismo, medios y tecnología. Tendencias y predicciones para 2021” que un destacado grupo de colegas de todo el continente hicieron el 17 de septiembre en el Penta Virtual Center.

Ellos no se estaban quejando del ataque de los políticos que, como ustedes saben, es una tendencia mundial.

Ellos, como yo, estaban alarmados por la obsolescencia del modelo de nuestros medios de comunicación, basado en la venta de publicidad.

¿Por qué? Porque eso ya no aplica. Y si ya no aplica, ya no entra dinero. Y si ya no entra dinero, nos quedamos sin trabajo.

Y si nos quedamos sin trabajo, ¿quién va a hacer el periodismo profesional? ¿Qué va a pasar con el periodismo profesional?

Por favor pónganle pausa a sus rencores y asústense. ¿Sí entienden que lo de hoy es la fragmentación, no de las audiencias, de la atención de las audiencias? ¡De la atención de las audiencias! ¿Y no les da miedo?

¿Cómo vamos a atender eso? ¿Con revistas como las que se hacían en 1968? ¿Con textos como los que se escribían en 1989? ¿Con programas de televisión como los que se proponían en 2006?

El problema ya no es que no tengamos suficiente espacio para publicar, para crear, para producir. El problema es que con los algoritmos que ahora rigen la vida de todos, nadie va a encontrar nuestro trabajo en 2021.

¿Por qué no los veo preocupados? ¿Por qué no los veo haciendo algo?

Y no les he dicho ni la décima parte de lo que me quita el sueño, de lo que se dijo en ese evento y que nadie quiere discutir en este país.

¿Le sigo? No, es más cómodo echarle la culpa de todo al presidente, permitir que la vanidad nos ciegue e instalarnos en la nostalgia. ¿A poco no?

alvaro.cueva@milenio.com

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