La transformación que debemos defender

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Por Epigmenio Ibarra

La victoria es celosa, elusiva y fugaz; de las manos se le escapa a quien no la cuida inteligente, apasionada y amorosamente.

No tengo título universitario. No me considero un intelectual. Tampoco un analista de esos que dicen conocer a fondo la “realidad nacional”.

No soy escritor; si acaso “emborrono cuartillas” y miro a mi país desde mi limitada experiencia y mi ilimitada esperanza.

Más que desmenuzarlo académicamente lo respiro, lo siento, lo reviso, una y otra vez, amorosa y apasionadamente.

Soy uno más, entre muchas y muchos, que siente la obligación de exigirle a quienes aspiran a suceder a Andrés Manuel López Obrador en el 2024 que no nos fallen; que no le fallen a este país.

A veces consolidar una revolución, les recuerdo y los ejemplos en América Latina sobran, es harto más difícil que empezarla. La chispa que encendió López Obrador, les advierto, puede apagarse si ellos, como ha sucedido con otras vanguardias revolucionarias, se acomodan y se separan del pueblo al que deben servir.

Sé que, para López Obrador, Claudia es su hermana y Adán, Marcelo y Ricardo sus hermanos. Que respeta a sus aliados Gerardo y Manuel y considera que todos ellos tienen los méritos y la capacidad para gobernar el país. Sé también que este hombre, que no tiene ningún apego al poder, no tratará de inclinar la balanza y, qué, como nunca antes en la historia había sucedido, ha depositado esa potestad -que antes era del presidente- en el pueblo.

Les he visto, a ella y a ellos, luchar juntos hasta lograr, siguiendo los pasos de López Obrador, una proeza histórica. Sacaron del poder, pacífica y democráticamente, a uno de los regímenes más corruptos, represivos, complejos y longevos de la historia moderna y eso les honra.

Les he visto también, en estos 5 años, servir a la Nación con dignidad, integridad y eficiencia.

Falta ahora verlos consumar una proeza más; cerrar el paso a quienes quieren que México vuelva al pasado autoritario y continuar, consolidar y profundizar el proceso de transformación del país.

Desviarse de esa ruta, conciliar con lo que queda en pie del viejo régimen, caer en la trampa de buscar -haciendo concesiones- simpatías entre los adversarios históricos de la transformación, dar la espalda al pueblo y restablecer la supeditación histórica del poder político al poder económico sería un crimen y un suicidio a la vez.

Una nube de asesores, de supuestos amigos, de “apasionados” integrantes de sus distintos “equipos”, de esos que puros y duros que son realmente “profesionales de la derrota”, tratarán de enfrentarlos entre sí.

Querrán, para satisfacer sus ambiciones personales, que se imponga de nuevo, la vieja tradición de las izquierdas que suelen dividirse cuando se encuentran en el umbral mismo de la victoria.

Lo mismo harán los poderes fácticos; los barones del dinero, los medios, los gobiernos extranjeros tenderán sus redes para intentar atraparlos en ellas.

La victoria es celosa, elusiva y fugaz; de las manos se le escapa a quien no la cuida inteligente, apasionada y amorosamente.

La historia no terminará de escribirse hasta el momento mismo en que se cuenten los votos; pese a que todo hace pensar que se producirá una nueva victoria de la izquierda, es preciso insistir en que, si se separan pueden perder, si se confían también.

No olviden, les digo, el combate a la corrupción; en torno a esa lucha se unieron por fin las grandes mayorías.

No escuchen a quien les sugiera prometer “mano dura”; la paz es fruto de la justicia.

Garanticen, amplíen, profundicen los programas del bienestar que son acciones de justicia social.

Ofrezcan con la revocación de mandato poner, a la mitad del sexenio, su cabeza en la picota.

No guarden secretos; gobiernen de cara al pueblo: la mañanera no es un capricho es una obligación.

Respeten siempre libertades y derechos de todas y todos y, sobre todo, antepongan a sus intereses personales el interés superior de la Nación.

Esta es la transformación que deben, que debemos defender.

@apigmenioibarra

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