Por John M. Ackerman
Somos testigos de un colapso generalizado, a nivel global, de las viejas estructuras y coordenadas de la política democrática. En Estados Unidos y Francia, personajes como Donald Trump y Marine Le Pen, que en otros tiempos serían figuras marginales generadoras de interés sólo en pequeños círculos ultra-reaccionarios, hoy ocupan una posición absolutamente central en los debates de sus naciones. Mientras, en Argentina, Venezuela y Brasil, la derecha neofascista también avanza con paso firme hacia la ocupación de las instituciones públicas de las cuales ha sido excluida desde los inicios del siglo XXI. Pero, simultáneamente, en países con una larga historia autoritaria, como España, Grecia, Bolivia y Ecuador, se construyen nuevas opciones políticas y se consolidan las trayectorias de gobiernos progresistas.
Es un error conceptualizar la coyuntura mundial actual como simplemente de avance de la derecha o de “agotamiento” de los gobiernos de izquierda. Lo que ocurre es algo mucho más profundo. Nos encontramos en medio de un rompimiento histórico con la estéril mitología del “centro democrático” o “tercera vía” como una solución a los problemas de la humanidad. Los pueblos están buscando soluciones cada vez más contundentes y palpables a sus problemas cotidianos y empiezan a elegir aquellas opciones que prometen nuevas salidas de transformación social.
En algunos países la derecha es el actor político que, con base en mentiras, provocaciones y carretadas de dinero, ha cosechado inicialmente los frutos del río revuelto de desesperación, miedo e indignación. Donald Trump, Marine Le Pen, Mauricio Macri y Leopoldo López hoy se regocijan con sus triunfos sobre el viejo sistema político. Sin embargo, es muy difícil imaginar que ellos podrán satisfacer realmente las demandas de mayor bienestar y seguridad de sus pueblos. Su servilismo a los intereses internacionales más retrógrados forzosamente les empujará a dar la espalda a sus propios connacionales, tal y como ha ocurrido en México con Enrique Peña Nieto.
Quienes tendrían mayor potencial para sacar provecho de la actual coyuntura de inestabilidad y reconfiguración política global son los movimientos ciudadanos y políticos de abajo. Este sector es el único que tiene una posibilidad real de articular una nueva visión más auténtica de la política como un espacio de construcción de utopías y de control férreo sobre los poderes despóticos.
Lamentablemente, quienes nos encontramos del lado de los pueblos, en lugar de reconocer nuestras enormes fortalezas, solemos hundirnos en el derrotismo y la depresión. Nos resulta más cómodo escondernos atrás del lamento fácil de que supuestamente todos nuestros compatriotas serían “apáticos” o “agachados”, en lugar de abrazar y apoyar la infinidad de muestras de conciencia y de participación que nuestros hermanos nos dan todos los días.
En México la situación es particularmente trágica. Muchos de los mismos periodistas, comentaristas y ciudadanos supuestamente ultraconcientizados que se quejan de la supuesta apatía de sus vecinos y colegas, son los primeros en descalificar a uno de los movimientos más importantes de la historia reciente: el de los maestros en lucha contra una supuesta “reforma educativa” cuyo único fin es destruir el legado público y humanista del sistema educativo nacional. Simultáneamente, muchos de los líderes magisteriales de la combativa, consciente y valiente Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) han tomado la actitud contraproducente de dar la espalda a las ofertas de alianza y de trabajo en conjunto que provienen de quienes tienen la ilusión de tomar control sobre las instituciones públicas por la vía de las urnas.
Tanto los críticos de café como los líderes sociales sectarios fortalecen el sistema de autoritarismo neoliberal que hoy tiene postrada a la nación. Este sistema depende precisamente de las divisiones entre la clase media urbana y los movimientos fuera de las grandes urbes, así como entre los movimientos sociales y la acción política-electoral. Un posicionamiento auténticamente “antisistémico” rompería de tajo con los mecanismos de división, cooptación y represión propios del sistema priista para construir juntos un nuevo bloque histórico basado en la confluencia entre la infinidad de diferentes luchas que se manifiestan todos los días en las calles y las plazas de la República Mexicana.
Independientemente de lo que uno puede opinar a favor o en contra de los líderes o las causas específicas de un movimiento u otro (CNTE, Morena, Ayotzinapa, policías comunitarios, “Democracia UNAM”, Corredor Chapultepec, etcétera), tenemos que darnos cuenta de que todos son ejemplos de la enorme voluntad de participación y de cambio que hoy existe en México. En lugar de buscar pretextos para descalificar los métodos o las ideologías de los otros, habría que extender una mano generosa en apoyo a todas las causas justas.
Con el fin de poder sobrellevar la próxima coyuntura electoral de 2018, la oligarquía ya prepara una potente aspirina para adormecer temporalmente el agudo dolor ciudadano que todos sufrimos. Es altamente probable entonces que México siga el camino de Estados Unidos, Francia, Venezuela y Argentina con la consolidación definitiva de nuestro narco-Estado autoritario. Sin embargo, también queda abierta la posibilidad de dar una contundente lección histórica no solamente a los oligarcas corruptos que hoy nos malgobiernan, sino también de volver a colocar a México como un sitio estratégico para la renovación de la esperanza ciudadana en el mundo entero, tal y como lo hicimos en 1994 y quisimos repetirlo en el 2000.
La salida de emergencia se encuentra a los ojos de todo el mundo. Solamente falta dar un paso adelante y, juntos, empujar fuerte y de manera coordinada para poder asomarnos a la luz de un nuevo régimen.
Twitter: @JohnMAckerman
Publicado en Revista Proceso No. 2041
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