La importancia del diálogo

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Por Octavio Rodríguez Araujo

Las reformas se harán pese a protestas, dijo Pedro Joaquín en relación con el tema energético ( La Jornada, 30/8/13). Ésta es la divisa del gobierno de Peña Nieto, a pesar de que su secretario de Gobernación declaró que en México nadie puede imponer su verdad a los demás (Ídem, 2/9/13).

Las protestas en un país que se precie de democrático son reacciones de inconformidad en general a imposiciones de políticas que afectan intereses sociales. Que no todos protestan, es cierto. Que parecen minorías los que expresan su desacuerdo con la verdad que se les quiere imponer, así es y siempre ha sido así, en México y en cualquier parte del mundo. No conozco un solo caso en que todos protesten, ni por lo menos la mitad. Ni siquiera en las revoluciones que hemos conocido en los últimos dos siglos y pico. Siempre son minorías, como lo son también quienes gobiernan o quienes dictan las leyes.

Éstos creen, en su soberbia, que son mayoría porque triunfaron en una elección. No, ubíquense bien: ganaron por mayoría de votos, pero éstos no fueron de toda la población, y no sólo porque no todos tienen derecho a votar (los menores de edad, por ejemplo), sino porque acuden a las urnas las minorías, aunque sean grandes en número. Hace tiempo que se acabaron las elecciones en las que, supuestamente, votaba por un candidato el 90 y tantos por ciento. Era falso, pero aún así no eran todos los ciudadanos, sino sólo (en el mejor de los casos) los que ese año votaron o les inventaron sus votos.

No, señores del gobierno y del Congreso de la Unión. Ustedes no representan a todos ni nadie (ni ustedes) piensa (o debe pensar) que así sea. Llegaron a donde están por el voto mayoritario en comparación con los sufragios que obtuvieron otros partidos, pero una vez en los cargos para los que fueron electos se convirtieron en gobernantes o representantes de toda la nación, de los que votaron por ustedes y de los que se expresaron en contra votando por otros o absteniéndose.

Aunque fuera sólo por lo anterior es que no se pueden imponer sus verdades a todos, de la misma manera que no se pueden imponer las verdades de otros al resto de la población. Gobernar no es darles por su lado a unos en perjuicio de otros, sino administrar los variados o muy distintos intereses de unos u otros para el bien común. Es decir, ¿qué beneficia a los más y a la nación en su conjunto, sea la verdad de quien sea o de nadie (ya en la exageración)?

Un buen gobernante o legislador debe tomar en cuenta las razones de una protesta, igual sea de un grupito de intelectuales, que de empresarios, de campesinos o de ciudadanos en general. No viene al caso si los protestantes son unos cuantos, una minoría o un montón. Qué dicen y cuáles son sus fundamentos es lo que importa. Y a partir de ahí reflexionar y no sólo oír al tecnócrata del escritorio que en un sesudo modelo de simulación llega a la decisión óptima. Los modelos, como las estadísticas, se inventaron para simplificar la realidad, no para darle a ésta un mejor cauce para que quienes la componen vivan mejor o se sientan satisfechos. En términos más chabacanos, no se puede quedar bien con dios y con el diablo, pues ambos están, en la leyenda, en pugna permanente.

¿No tienen razón los que protestan? Bueno, entonces hay que derrotarlos en el diálogo y en la reflexión colectiva, con otras razones y verdades, y hacerlas saber a toda la población: esto dicen ellos, nosotros decimos otra cosa, o esto sólo los beneficia a ellos y esto otro beneficia a todos los demás. Para esto inventaron los plebiscitos.

Sé que el asunto no es sencillo y que es como el caso de los supermercados y los tendejones de la esquina: los supermercados afectan al pequeño comerciante, pero con sus precios benefician a más población que la tiendita (ésta obligada, por el monto de productos que puede vender diariamente, a subir los precios). Si se permite que desaparezcan los pequeños comercios (o las pequeñas fábricas) porque no pueden competir, serán perjudicados decenas de miles, si se cierran los supermercados porque tienden a acabar con las tienditas se perjudica también a decenas de miles que buscan los mejores precios dado su precario ingreso. Pues que existan ambos, diría la lógica. Unos para los que quieren ahorrar en la compra de la semana y otros para comprar lo del día a día en pequeñas cantidades… aunque sea más caro.

No hay, pues, verdades válidas para todos, pero es claro que se pueden tomar decisiones que a corto y mediano plazos no sólo beneficien a unos cuantos sino a los más posibles y, aunque parezca un concepto abstracto, también a la nación en su conjunto.

“Para dialogar –decía Antonio Machado–, preguntar primero; después escuchar”. Y así, al final, no conoceremos la verdad, ciertamente, pero sí lo que piensa y defiende el otro y, de este modo, tomar las decisiones correctas para gobernar o para hacer una ley.

rodriguezaraujo.unam.mx

Fuente: La Jornada

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