Por Sanjuana Martínez
Blanca abrió su consultorio dental hace una semana. Está nerviosa. Ayer decidió retirar el anuncio de la fachada luego de recibir una llamada: “Somos Zetas. Si quieres tener tu consultorio en paz, tendrás que dar la cuota”, le dijo un hombre que se identificó como “jefe de zona”.
A su amiga Mónica le pasó lo mismo en su salón de belleza. A ella la extorsionan desde hace dos meses. El sujeto supuestamente “Zeta”, llega puntualmente cada semana. Lleva una lista escrita en una libreta donde palomea a quienes se portan bien y pagan “derecho de piso”; a los que no, les corresponde el frío plomo. El binomio “plata o plomo” sigue funcionando. Para los renuentes, tarde o temprano habrá una balacera que acabe con sus clientes; o bien, el secuestro intempestivo del dueño del negocio y la consecuente desaparición. Cada semana las matanzas indiscriminadas en negocios del llamado giro negro ya ni siquiera son noticias consideradas importantes.
El otro día, Jesús compraba un pollo asado en un puesto de la avenida principal de la colonia Las Puentes en San Nicolás de los Garza, Nuevo León; cuando llegó una camioneta pick up de reciente modelo y dos hombres se bajaron con metralleta en mano. Fue testigo de cómo el dueño del puesto tuvo que pagar la cuota semanal.
El crimen organizado afianza su presencia en la vida cotidiana de los mexicanos a ritmo seguro. A diferencia del sexenio de Felipe Calderón, cuando la barbarie se extendió a todos los rincones del país con escenas apocalípticas: colgados de los puentes, decapitados, descuartizados, pozoleados, cocinados o encajuelados; en los primeros tres meses del gobierno de Enrique Peña Nieto, la mancha delincuencial se extiende lenta y sigilosamente a lo largo y ancho del territorio.
Si antes la exhibición de la violencia era la constante, ahora el silencio de las armas se impone en ciudades como Reynosa o Nuevo Laredo, donde las balaceras duran hasta nueve horas, sin que se conviertan en noticia. Aquí los periódicos hace meses callaron para sobrevivir. Es la pax del narco. Tampoco el duopolio televisivo cubre las masacres indiscriminadas entre Zetas y el cártel del Golfo o entre integrantes del mismo grupo: “Los muertos quedan tirados por la calle; nomas llegan las trocas por ellos. Los cargan en la cajuela. La semana pasada vi una camioneta llena de cadáveres. Vienen por sus muertos”, dice un vecino de Camargo, Tamaulipas.
Coches incendiados, bloqueos en importantes avenidas, persecuciones… son las escenas diarias en Reynosa, Nuevo Laredo, Matamoros, Valle Hermoso, San Fernando, etc. Nos podemos enterar por las redes sociales o bien por amigos o familiares. El silencio estremecedor de Egidio Torre Cantú lo dice todo. Ni una palabra sobre el Estado fallido que supuestamente gobierna, sobre la lucha por el control territorial de la nueva geografía del crimen organizado en tiempos de Peña Nieto.
Particularmente la guerra en Tamaulipas se centra en la supuesta escisión del cártel del Golfo. Los capos del narcotráfico hacen su propio reacomodo de fuerzas con políticos, funcionarios, gobernadores, alcaldes y empresarios. Precisamente las escisiones han provocado el nacimiento de nuevos cárteles de la droga: Sangre Z, Golfo Nueva Generación y La Corona. Los tres compiten a escala regional en zonas del Pacífico, el occidente y el Golfo de México. Compiten con los que eran sus socios del cártel de Sinaloa, Zetas y del cártel del Golfo; este último actualmente en una auténtica reorganización interna.
El estira y afloje entre ellos y los poderes fácticos sigue generando una carnicería. Diariamente aparecen torturados y ejecutados decenas de personas en el norte del país. Las imágenes apocalípticas tampoco han desaparecido. El Estado de México es un buen ejemplo de los ajustes de cuentas y de la nueva repartición territorial. Los acuerdos en lo oscurito ofrecen escenas como los cuerpos dos hombres colgados en un paso a desnivel en la colonia Primero de Septiembre, en el municipio de Atizapán de Zaragoza, Estado de México.
Durante la guerra de Enrique Peña Nieto, el narcotráfico se ha convertido en una multinacional capaz de ofrecer importantes fuentes de empleo. De hecho, la actividad de la delincuencia se ha convertido en el quinto empleador más grande de México.
Oficialmente existe medio millón de personas dedicadas al narcotráfico. Un dato curioso, porque representan, nada más y nada menos, que cinco veces más que el total de los ocupados por las empresas madereras y tres veces más que el personal de Pemex. Se entiende, si los ingresos derivados del narcotráfico son más de 40 mil millones de dólares anuales.
En la guerra de Peña Nieto han sido asesinadas tres mil 157 personas. No está mal para un gobierno que se niega a abordar el tema de la seguridad con visión de Estado. Lo único que ha dicho el Ejecutivo es que hay que esperar un año para ver los resultados de su gobierno en este aspecto crucial de la vida nacional.
Mientras tanto, el ejecutómetro no para: 200 muertos la semana pasada, 180 la antepasada; 300 antes, y así sucesivamente. El goteo incesante de sangre continúa igual o peor; con el agravante, que ahora ni siquiera se habla del tema. El Pacto por México seguramente incluye el manto de silencio.
La guerra de Peña Nieto es mucho más letal que la de Felipe Calderón. La del ex Presidente acusado de crímenes de lesa humanidad y actual investigador e ilustre conferencista de la Universidad de Harvard era visible; pero está es la guerra oculta, la típica guerra de baja intensidad. Y lo que es peor, una guerra ignorada por una buena parte de la prensa que mira a otra parte mientras diariamente asistimos a este teatro del absurdo: un ejecutado por aquí, dos colgados por allá, cuatro secuestrados a la luz del día, dos asesinados de manera extrajudicial, cuatro balaceras diarias, cobro de piso generalizado, más centros clandestinos de detención, incremento de número de cárteles de la droga, nuevos acuerdos en lo oscurito….
En fin, si Enrique Peña Nieto quiere que los mexicanos esperemos un año para ver resultados de su gobierno en materia de seguridad, que nos diga también el lugar que resulta seguro para vivir.
Fuente: Sin Embargo