La estrategia del miedo se desvanece

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Por Arturo Rodríguez García

Erráticas, las estrategias para infundir miedo en el electorado se desvanecen. Apelar al prejuicio, la amenaza y el peligro que entraña la propuesta de Andrés Manuel López Obrador, lejos de influir en el ánimo electoral, resulta risible, anticlimática.

No es fácil para los priistas (y panistas-perredistas, esa gente del Pacto por México), configurar el mal en el adversario, porque sus cargas, que son las cargas del mal gobierno de Enrique Peña Nieto y de los miembros de su partido expuestos por corrupción, lo superan todo.

Lo intentan una y otra vez, sin éxito. López Obrador tiene apoyo de Rusia y de Nicolás Maduro, se ha dicho desde algunos conciliábulos de la inteligencia estadunidense. El desmontaje es espontáneo, entre otros motivos porque a los promotores mexicanos –entre los que se cuentan propagandistas del modelo emergente que representaba el grupo de países Brasil, Rusia, India y China, BRIC— se les pasó observar que la “Guerra Fría” se terminó hace casi tres décadas y que el capitalismo ruso es tan norteamericano como Donald Trump.

También porque la injerencia y los negocios trasnacionales al amparo del poder, señaladamente con estadunidenses, se han fomentado en los últimos sexenios como insignia del progreso que, sin embargo, no se han reflejado más que en el desmantelamiento de la industria nacional pública y privada. O bien, porque se diga que hay dinero venezolano detrás de López Obrador, afirmación ridícula al observar que el gobierno de Maduro no tiene ni para pagar su membresía en la ONU por segundo año consecutivo.

Son varios sexenios en los que además de injerencias, la corrupción se internacionalizó como en el caso de la poderosa brasileña Odebrecht, precisamente en el sector energético, donde la reforma en la materia se implementa agotando la última fuente de riqueza que quedaba pendiente de privatizar y cuyos beneficiarios son inversionistas extranjeros que designan gerentes de entre la vieja tecnocracia priista.

López Obrador es intolerante y autoritario, es otra afirmación que se basa en las reacciones que en muchos momentos ha tenido frente a la crítica y el escrutinio público. Es verdad que el candidato tiene exabruptos, que descalifica y reprueba en lugar de responder y transparentar. Pero en el comparativo sale ganando.

Imposible cuestionarle autoritarismo desde las filas de los perpetradores (y justificadores) de Atenco, Oaxaca y Lázaro Cárdenas en 2006, que son los mismos de los electricistas de 2009 y de Cananea en 2010. Los autores que, en alternancia partidista, radicalizaron su embestida en la represión de marchas desde diciembre de 2012; de los maestros desde 2013; de los estudiantes de Ayotzinapa de 2014; de los mixtecos de Nochixtlán en 2016, y de los miles de asesinados, desaparecidos, detenidos, torturados y hostigados en unos 300 movimientos sociales aislados, opositores a proyectos energéticos, mineros y de infraestructura con beneficiarios privados.

El PRI, inmerso en una crisis interna por su supervivencia, lanzó un spot el pasado lunes titulado “Un día sin el PRI”, con estampas de programas sociales que, conforme al mensaje, pueden perderse. Fracaso de spot: en título por reversible; en narrativa por ser discurso de Peña Nieto, su principal lastre y, en contenido visual, porque muestra los hospitales, escuelas y viviendas magníficas e impolutas, que no existen.

Hasta los creadores del “peligro para México” en 2006, dicen que ya no funcionará la estrategia del miedo, pero hay una obstinación que, por otra parte, empieza a configurar un escenario, ahí si peligroso, como lo es que la apuesta por el tabasqueño deje esta precaria, defectuosa e indeseable democracia nuestra aun peor, con un presidente sin contrapesos.

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