La elección del sucesor de Pedro

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Por Frei Betto

 

Tras la renuncia de Benedicto 16, el gobierno de la Iglesia pasa automáticamente a las manos del Colegio de Cardenales, según la normativa dada por Juan Pablo II en 1996, en el documento Universi Dominici Gregis. Una vez llegados a Roma los cardenales, se les lee este documento. Y con juramento los prelados quedan obligados a guardar secreto.

 

Con la renuncia del papa todos los cardenales de la Curia Romana, incluso el Secretario de Estado, que equivale a un primer ministro, quedan dimitidos automáticamente. Y sólo tres permanecen en sus funciones: el camarlengo, responsable de la transición y la elección del nuevo pontífice; el penitenciario mayor, para que se mantenga abierta la puerta del perdón de los pecados reservados a la Santa Sede, o sea aquellos de los cuales sólo ella puede conceder el perdón; y el vicario de la diócesis de Roma.

 

Los poderes del colegio cardenalicio, en la fase transitoria, son limitados. No puede, por ejemplo, modificar las reglas que rigen la elección papal, ni nombrar nuevos cardenales (que serán los electores del nuevo papa), ni tomar ninguna decisión que pueda recortar la autoridad del futuro pontífice.

 

Se prepara la Capilla Sixtina para el cónclave. Quedan suspendidas las visitas turísticas, y un equipo de seguridad examina cada detalle en busca de aparatos electrónicos. ¿Pero quién garantiza que alguno de los miembros del equipo no actúa bajo soborno de algún cardenal o de gobiernos interesados en manipular a la Santa Sede?

 

Son convocados a recluirse los cardenales que todavía no hayan cumplido ochenta años dos días antes del inicio del cónclave. En esta ocasión se prevé que serán 117 los electores.

 

Hasta la elección de Karol Wojtyla quedaban todos alojados en el Palacio Apostólico, cuyas dependencias eran poco confortables para bastantes de los huéspedes. Las habitaciones necesitaban ser divididas por tabiques, y los servicios higiénicos compartidos.

 

Juan Pablo II autorizó la inversión de veinte millones de dólares en la construcción de la Casa Santa Marta, hospedería para funcionarios del Vaticano y visitantes eclesiásticos. Los cardenales electores se trasladarán en bus hasta la Capilla Sixtina. En el cónclave la ocupación de sus 108 suites y 23 cuartos individuales, todos con servicios higiénicos privados, se hace por sorteo, excepto para los cardenales que exigen cuidados especiales por motivo de edad o de salud.

 

El cónclave comienza tan pronto haya habido el tiempo suficiente para que todos los cardenales lleguen a Roma. En 1922, en la elección de Pío XI, los cardenales de Norteamérica y de Sudamérica perdieron el cónclave porque los barcos no llegaron a tiempo. Hoy día los viajes aéreos lo hacen todo más fácil.

 

Si un cardenal se atrasara tiene derecho a entrar en el cónclave y participar en la elección. Pero una vez dentro, ninguno de ellos puede salir hasta que sea elegido el nuevo papa, excepto en caso de enfermedad o accidente con peligro de la vida y con el consenso de la mayoría de sus pares.

 

Junto con los cardenales electores entran también en el cónclave el secretario del Colegio de Cardenales; el maestro de ceremonias papales; dos religiosos de la sacristía papal; un asistente del cardenal decano; unos pocos frailes o monjes de diferentes idiomas para actuar como confesores; dos médicos; y el personal del servicio de cocina y limpieza, que suelen ser religiosas.

 

Ningún cardenal puede llevar asistente personal, excepto un médico particular en caso de enfermedad grave. Cero computadoras, celulares, periódicos, televisiones, radios, tablets o aparatos de grabación de sonido o imagen. Se mantiene una sola línea telefónica, para uso del camarlengo en caso de emergencia.

 

Sólo tres cardenales tienen derecho a disponer de un escritorio: el penitenciario mayor, el vicario de la diócesis de Roma y el párroco de la basílica de San Pedro.

 

Las normas de la Iglesia prohíben pactos o confabulaciones electorales antes del cónclave. Esto remonta al papa Félix 4° (526-530), quien presionó al clero y al senado de Roma para elegir como sucesor suyo a Bonifacio, su arcediano. Los senadores promulgaron un edicto vetando cualquier discusión sobre la elección del futuro papa mientras el actual siguiera vivo.

 

Según las normas cualquier católico varón mayor de 35 años es candidato virtual a papa y podría calzar las sandalias del pescador, aunque sea laico. Si resultare elegido, primero debería abandonar a su familia y ser consagrado obispo inmediatamente, como sucedió con Juan 19 (elegido en 1024) y Benedicto 9° (elegido en 1032).

 

Frei Betto es escritor, autor de “Calendario del poder”, entre otros libros.

 

www.freibetto.org/>    twitter:@freibetto.

 

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