La disputa por la nación

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Por Epigmenio Ibarra

Teniéndolo todo no tienen nada. Grave e irresoluble dilema el que enfrenta la derecha conservadora en México a la que le sobran el dinero, las ganas, los medios de comunicación, las voces -a su servicio o a su favor- de los más influyentes líderes de opinión y la rabia, pero le faltan pueblo y ejército para poder echar de palacio a Andrés Manuel López Obrador y revertir, lo que se antoja casi imposible a estas alturas, el proceso de transformación del país.

¿Quién se atrevería a proponer al Congreso y quién a votar para quitarles rango constitucional a los programas del bienestar? ¿Quién sería el suicida dispuesto a poner fin a las pensiones a los adultos mayores, a las becas para los estudiantes de todos los niveles, a los programas como sembrando vida y jóvenes construyendo el futuro?

¿Y la revocación de mandato? Si bien es cierto que ningún presidente podrá sentirse a salvo si ese instrumento de democracia participativa continúa vigente ¿Qué legislador tendrá la osadía de arrebatar ese derecho a la ciudadanía?

¿Qué gobierno, qué partido sería capaz de privatizar el Aeropuerto Felipe Ángeles, el Tren Maya o la Refinería de Dos Bocas? Obcecada en negar sus logros, en caricaturizar a López Obrador, en deshumanizarlo y volverlo menos que una cosa, en destruirlo sin considerar su estatura real, la dimensión histórica de su victoria (reiterada en las últimas elecciones intermedias) y la trascendencia de sus acciones de gobierno, la oposición y la oligarquía rapaz que manda sobre ella, han terminado siendo y por más que sigan al pie de la letra el manual de Gene Sharp para dar un golpe blando, una patética caricatura.

La democracia, sus tiempos, sus reglas y sus formas -que con la justicia y el fin de la impunidad son la única garantía para la coexistencia pacífica- resultan, hoy por hoy para los conservadores, un estorbo que buscan, que necesitan, quitar del camino.

“La nada tiene prisa” decía el poeta español Pedro Salinas y así con esa ansia destructiva, esa urgencia histérica, se mueven los conservadores. Los medios democráticos para revocar el mandato presidencial les parecen una simulación intolerable, el trabajo partidario para ganar las elecciones del 2024 una batalla perdida de antemano. Quieren dinamitar, demoler, cueste lo que cueste y cuanto antes, a un gobierno -que como ningún otro- es resultado de unas elecciones, que además de limpias, libres y auténticas como lo establece la Constitución, han sido las de mayor participación ciudadana de la historia.

En esta disputa por la nación, como bien la ha caracterizado López Obrador, no está en juego solamente la permanencia en el poder de un hombre, ni la sobrevivencia de un proyecto político. ¡Qué va! De la paz social en este país al que los gobiernosneoliberales convirtieron en una enorme fosa clandestina hablamos. Del peligroso paso de la calumnia y la difamación a la agresión física. De la estridencia de comunicadores que se dicen víctimas que se transforma en campañas de odio en las redes. De tensar la cuerda innecesariamente y poner vidas en peligro. Eso es lo que buscan los conservadores y quienes en la prensa les sirven.

Que nadie se llame a engaño; no hay, en este país, golpe blando posible; cruento y duro será si se produce. Sus intentos -hasta ahora fallidos- ya son y como diría Miguel Hernández, “…un aletazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida…”. Afortunadamente para México no veo al pueblo respaldándolos, no veo al ejército obedeciéndoles; veo a un presidente que resiste los embates, que les llama a las cosas por su nombre y que -hoy menos que nunca, eso han logrado- no está solo.

@epigmenioibarra

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