La DEA y los embajadores

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Por: Jenaro Villamil

Dos espléndidos trabajos periodísticos se han presentado como novedades editoriales en estos días: La DEA en México, escrito por J. Jesús Esquivel, corresponsal de Proceso en Estados Unidos y editado por Grijalbo, y El Embajador, de Dolia Estévez, colaboradora de distintos medios mexicanos como MVS, Poder y Negocios y editado por Planeta.

Sin proponérselo, ambos libros resultan complementarios para entender los últimos 40 años de las relaciones entre Estados Unidos y México. A partir de los testimonios de los agentes de la agencia encargada de la lucha contra el narcotráfico –en el caso del libro de Esquivel– y de las entrevistas con los ex embajadores norteamericanos que aún viven e ilustran los momentos más delicados de sus misiones diplomáticas –en el caso del libro de Estévez–, se reconstruyen los momentos más luminosos y oscuros de nuestra vecindad con la potencia sobreviviente de la guerra fría. Ambos resultan indispensables en vista del primer encuentro en México entre el mandatario estadounidense Barack Obama y su homólogo mexicano Enrique Peña Nieto.

Ambos documentan las frustraciones de diplomáticos y de agentes antidrogas, pero también el absoluto desconocimiento de la prensa mexicana sobre las verdaderas motivaciones de las instituciones norteamericanas en nuestro país.

En ambos libros aparece la historia de una gran derrota bilateral: el combate contra el tráfico de drogas. Esquivel consigue con la paciencia de un relojero que una decena de ex agentes de la DEA –algunos que dan su nombre y otros que prefieren el anonimato– relaten cómo su estrategia de conseguir “informantes”, las intrigas en Estados Unidos y la corrupción mexicana hayan logrado exactamente lo contrario de lo que buscaba esta agencia. En 40 años, México pasó de ser un país mariguanero, con algunos embarques menores de cocaína a Estados Unidos, a convertirse en el referente mundial de este enorme negocio ilícito.

Los propios ex agentes de la DEA tienen un diagnóstico muy claro de quienes se han vuelto las figuras emblemáticas de esta historia: los grandes capos surgieron al amparo de la Policía Judicial Federal (PJF) y el primer padrino fue Miguel Ángel Félix Gallardo, sinaloense radicado en Guadalajara que manejó cargamentos de 100 y 200 kilos, entre los setentas y ochentas, y nunca las toneladas de ahora. El “más grande e inteligente” para ellos ha sido Amado Carrillo Fuentes, capo emblemático de la generación de los noventa que por avión metió a Estados Unidos “miles y miles de toneladas de cocaína”. “El Chapo”, el más encumbrado de todos, es una obsesión. Y el capítulo 14, “El Chapo en el ‘sexenio de la muerte’” ilustra perfectamente tres momentos en los que este Houdini del narcotráfico estuvo a punto de ser detenido y la DEA se quedó impávida frente a la inacción mexicana.

Los embajadores entrevistados por Dolia Estévez documentan desde su punto de vista el tema del narcotráfico como uno de los ejes incómodos de la relación bilateral. El combate a las drogas fagocitó la relación bilateral que desde Julián Nava (1980-1981) hasta la malograda relación con Carlos Pascual (2009-2011) tuvo tres ejes centrales: garantizar el suministro del petróleo mexicano a Estados Unidos; garantizar la estabilidad de México y promover el incremento comercial entre ambos.

John Gavin (1981-1986) y John D. Negroponte (1989-1993) ilustran con toda claridad cómo el asesinato de Enrique Camarena Salazar, agente de la DEA, se atravesó en las relaciones bilaterales, al grado de convertirse en uno de los principales dolores de cabeza para ambas naciones.

“Parece que sí hubo mucho encubrimiento (de los mexicanos). Por ejemplo, fue muy difícil obtener las grabaciones que realizaron los asesinos de la tortura y el asesinato de Camarena. Por supuesto, finalmente las obtuvimos”, rememora Gavin en la entrevista con Estévez. Nunca dice cómo, pero Gavin, el ex actor que marcó la era reaganiana en México, advierte que las acusaciones que involucraban al mismo ex Secretario de Gobernación, Manuel Bartlett eran “difamaciones” y “basura”. “Ni siquiera los peores enemigos de Bartlett dieron validez a ese disparate”, afirma Gavin, aunque estos rumores surgieron de la propia DEA.

Negroponte, el “procónsul” de la era salinista, es muy claro: el caso Camarena se convirtió en “la molestia más grande en la relación”. Y no oculta su incomodidad con la actuación de la DEA en el episodio del secuestro del médico Humberto Álvarez Macháin, que tensó como pocos la relación bilateral.

Los Salinas

Inevitables actores de esta trama, los hermanos Raúl y Carlos Salinas de Gortari, el hermano incómodo y el último ex Presidente priista más poderoso de México, aparecen en la trama de ambos libros.

Los agentes de la DEA entrevistados por Esquivel admiten que hubo informes de narcopolíticos que realizó la agencia y el más “importante e interesante” fue el de Raúl Salinas de Gortari. Ese informe fue a parar a manos de la PGR, en tiempos de Ernesto Zedillo.

“La PGR quería todo lo que existiera sobre Raúl. Yo le advertí al gobierno de Zedillo que la información de nuestros reportes no se había comprobado; pero aun así insistieron en que les entregara todo lo referente a Raúl y al narcotráfico, aunque no estuviera corroborado y sólo se tratara de rumores.

“Con todo lo que había, redacté un documento del caso Raúl Salinas de Gortari. Ese documento se lo entregué personalmente a la PGR. Sólo que el resumen del caso de Raúl lo escribí en una hoja de papel sin el membrete de la DEA; incluso, lo firmé haciendo unos garabatos, algo parecido a mi firma”, relató Mike Vigil, uno de los más claros y puntuales ex agentes de la DEA.

En paralelo, Dolia Estévez entrevista a James R. Jones (1993-1997), quizá el embajador norteamericano que comparte más revelaciones, y él admite que así como convenció a Carlos Salinas de Gortari de desistir usar la fuerza militar para reprimir a los zapatistas en Chiapas, también le entregó a Zedillo información sobre la corrupción del hermano y del gobierno del “gran modernizador”.

-¿Habló sobre corrupción con Salinas y le sorprendió el arresto de Raúl Salinas? –le pregunta Estévez.

-No me sorprendió. Contábamos con mucha información sobre Raúl y sobre otras personas cercanas a Salinas. Del propio Salinas (Carlos), de su persona, nunca obtuvimos información. De hecho, hablé con Salinas acerca de la información sobre corrupción que teníamos de Raúl. Le dije que tenía que hacer algo, es decir, que debería considerar hacer algo. Nuestra actitud nunca fue decir que alguien tenía que hacer tal o cual cosa. No es así como operábamos –respondió Jones.

El papel de Jones en el año más difícil del país (1994) y de la descomposición de la herencia salinista está reflejado en el libro El Embajador. El diplomático admite que le entregó a Zedillo una lista entre 10 y 15 políticos que la inteligencia norteamericana consideraban que “se habían corrompido” y le da la razón a éste en la disputa con Salinas por la crisis económica que detonó el famoso Efecto Tequila.

Jones admite públicamente que le pidió a Salinas no utilizar la fuerza militar para reprimir a los zapatistas y que eso frenó el plan de represión ya preparado en contra de los insurgentes.

Su análisis sobre el fenómeno del subcomandante Marcos es de una claridad apabullante:

“Fue algo inesperado y sorprendió que el subcomandante Marcos fuera mejor comunicador público que Los Pinos o Washington, pero el alzamiento en sí mismo no fue desestabilizador para México. Conocíamos a los grupos y sabíamos que había focos en lugares donde era de esperarse que existieran este tipo de grupos, pero no era nada que hubiera sido desestabilizante para México, aun después del levantamiento zapatista.

“El uso de la fuerza para reprimirlos hubiera recibido una amplia cobertura en Estados Unidos. La CNN habría enviado a sus camarógrafos y los inversionistas habrían salido en estampida”.

Tanto el trabajo de Esquivel como el de Estévez arrojan luces que ayudan a entender tanto los recientes cables diplomáticos filtrados a través de Wikileaks, como el momento exacto de la relación que se espera con Estados Unidos en la era de Obama.

Finalmente, los dos temas que cruzan estos últimos cuarenta años no dejarán de estar presentes: el petróleo mexicano para Estados Unidos y la corrupción derivada de una frustrante y fracasada “guerra” contra el narco.

Fuente: www.homozapping.com.mx

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