Por John M. Ackerman
La intensidad del debate público nacional a veces no nos permite percibir la enorme importancia del proceso de reconstrucción nacional mexicano en el plano internacional. Tantas décadas relegadas a la banca de la historia observando de lejos las transformaciones políticas y económicas en otros países nos acostumbraron a pensar que México no es –ni puede ser– un líder en el escenario internacional; y tantos años pisoteados por Washington y amarrados por los flujos financieros internacionales nos han atrofiado la imaginación y nos han hecho pensar que la soberanía nacional es una simple ilusión.
Aún hoy, después de haber logrado lo supuestamente imposible, la expulsión pacífica del PRIANRD del poder el 1 de diciembre de 2018, muchos se niegan a abrazar la libertad y las enormes oportunidades para la pluralidad y la experimentación que se abren en el horizonte. Prefieren la tarea fácil de la crítica superficial desde las gradas en lugar de bajar a la cancha para participar directamente en la lucha por la transformación social.
Un ejemplo de ello fueron las reacciones de algunos periodistas y comentaristas ante la visita a México la semana pasada del argentino Axel Kicillof, doctor en economía, ministro de Economía con Cristina Fernández de Kirchner y actual diputado federal en su país. Justo en los días que José Ángel Gurría, titular de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), regañaba a Andrés Manuel López Obrador por la supuesta irresponsabilidad de sus políticas económicas, Kicillof celebraba a la Cuarta Transformación como un “faro de esperanza” para el mundo.
Estas palabras de aliento prendieron las alarmas entre los comentócratas del viejo régimen, quienes se lanzaron de inmediato contra el distinguido visitante. El periodista Salvador García Soto llegó al extremo de difundir una noticia falsa con respecto a la supuesta creación, por parte de Kicillof, de una consultoría con sede en Polanco. De acuerdo con estos críticos, los únicos actores legítimamente facultados para calificar las políticas públicas de López Obrador serían las agencias calificadoras y los organismos internacionales con sede en Europa y Estados Unidos. Ellos, simplemente, no toleran otras voces internacionales con opiniones y criterios de evaluación discrepantes.
Kicillof es uno de los más exitosos políticos de la nueva izquierda latinoamericana. Durante su gestión como ministro se crearon numerosos programas sociales e iniciativas de apoyo a la economía popular. También se aumentó significativamente la inversión pública y el crecimiento económico, y se construyó una ruta de independencia de los organismos financieros internacionales que tenían ahorcada a Argentina antes de la llegada de Néstor Kirchner al poder en 2003.
Los contundentes éxitos del periodo de los Kirchner han sido opacados tanto por las turbulencias financieras internacionales que afectaron el final del segundo mandato de Fernández de Kirchner como por los escándalos de corrupción de personajes cercanos a su gobierno. Sin embargo, el rotundo fracaso del neoliberal Mauricio Macri en el manejo de la economía ya ha hecho a muchos argentinos extrañar a los tiempos de los Kirchner. Desde que Macri tomó las riendas del poder en 2015, el peso argentino se ha devaluado en 400%, la inflación ha rebasado el 40% y la deuda pública se elevó 50%.
Los “kirchneristas” del Partido Justicialista no se definen de “izquierda” ni se consideran radicales y mucho menos “socialistas”. Simplemente están a favor de estrategias contundentes de desarrollo nacional que beneficien al pueblo. Su ideología entonces comparte algunos rasgos importantes con el lopezobradorismo, que rechaza tanto al marxismo como al neoliberalismo.
Tanto el kirchnerismo como el lopezobradorismo buscan construir una nueva “tercera vía” auténticamente transformadora y social, precisamente lo contrario de la vieja “tercera vía” de Tony Blair y Bill Clinton, quienes utilizaron este término como cortina de humo para hundir cualquier esperanza de verdadera justicia popular.
El nuevo gobierno mexicano haría muy mal en importar ciegamente modelos o experiencias extranjeras, del norte o del sur. Sin embargo, no hay duda alguna de que los mexicanos podemos aprender muchísimo tanto de las fortalezas como de las debilidades de experiencias previas en la región con respecto al combate al neoliberalismo. La Cuarta Transformación no debe alimentarse solamente de la historia, sino también del mundo, aunque se asusten los comentócratas del neoliberalismo trasnochado y provinciano.
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Fuente: Proceso