James Comey, el jefe rudo del FBI

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Por José Carreño Figueras

La anécdota más conocida y que tal vez ilustre mejor la personalidad independiente y legalista de James Comey, el nuevo director de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), es obra de un disidente profesional, el famoso reportero Bob Woodward.

En su libro Bush at War, Woodward relata cómo una noche de marzo de 2004, cuando el entonces procurador general John Ashcroft convalecía de una pancreatitis y estaba medio dormido por drogas contra el dolor, los entonces jefe de asesores y consejero legal de la Casa Blanca, Andy Card y Alberto Gonzales, fueron a verlo para que reautorizara un programa de “vigilancia” doméstica.

Comey, quien era subprocurador general a cargo del despacho del procurador, estaba al lado de la cama de Ashcroft junto con el abogado de Departamento de Justicia, Jack Gold-smith, para abogar en contra de esa decisión. Al final Ashcroft no firmó la autorización y el presidente George W. Bush emitió una orden ejecutiva para continuar el programa.

Los elogios a Comey por esa evidentemente principista postura fueron temperados por otra posición legalista, pero no necesariamente tan bien recibida como aquella.

Según relato de otro periodista, Richard Cohen, fue Comey también quien autorizó al fiscal federal Patrick Fitzgerald lanzar una investigación sobre la “filtración” y publicación del nombre de Valerie Plame, una agente de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) casada con el embajador Joseph Wilson.

La divulgación de la identidad de Plame ocurrió después de que su esposo, el embajador Joseph Wilson, llegara a la conclusión de que el gobierno de Saddam Hussein en Irak no trató de adquirir en África equipo para máquinas centrifugadoras indispensables para elaborar una bomba nuclear.

El disgusto de algunos en el gobierno de Bush se tradujo en la “filtración” del nombre de Plame, con lo que efectivamente terminaron con su carrera.

Comey autorizó a Fitzgerald a investigar la filtración de información y el fiscal acometió la tarea con un celo que lo llevó a interrogar periodistas y, contra la tradición política estadunidense, a amenazarlos con cárcel.

La reportera Judith Miller, de The New York Times y una de las interrogadas, pasó de hecho casi tres meses en la cárcel pese a que ella no había mencionado el nombre de Plame en sus escritos.

“Su encarcelamiento fue el clásico caso de un fiscal excedido en sus funciones”, señaló Cohen, para quien Comey debió haberlo frenado pero no lo hizo porque a final de cuentas, el ahora director del FBI, “es igual”.

De hecho Cohen, un liberal, coincidió con el conservador Wall Street Journal, que recopiló una lista de lo que calificó como “excesos” de Comey, incluso la persecución por espionaje contra dos cabilderos pro-israelíes que al final fueron exonerados.

Comey, de 52 años de edad, puede sin embargo alegar que está determinado a hacer lo corecto aunque es también un realista convencido de que todos los humanos cometen errores.

Esa es una de las características del filósofo Reginald Niebuhr, un teólogo cristiano de inspiración liberal que es también inspirador del presidente Barack Obama.

En una tesis universitaria, de hecho, Comey escribió que Niebuhr está convencido de que los cristianos tienen el deber de hacer servicio y acción para el público.

Y al margen de creencias, “si alguien tiene los antecedentes para dirigir la organización policial más famosa y ciertamente más poderosa del mundo, ése es Comey”, afirmó el diario londinenseThe Independent.

Comey estudió leyes en la Universidad de Chicago y en 1987, dos años después de su graduación, fue contratado para trabajar en la oficina del fiscal federal para el distrito sur de Manhattan. El jefe, recuerda The Independent, era “un tal Rudy Giuliani”…

Entrar a esa oficina era el equivalente de un doctorado práctico. Al margen de sus compañeros y jefes, la oficina misma es considerada la de mayor perfil de Estados Unidos: combate a la mafia y al crimen organizado, pero también a los delitos de “cuello blanco” en los imperios financieros de Wall Street.

La creciente reputación de Comey se reflejó en su transferencia a Richmond, Virginia, en 1996, donde como fiscal federal adjunto se encargó del caso de las Torres de Khobar, un atentado mediante camión-bomba en Arabia Saudita en el que murieron 19 soldados estadunidenses el 25 de julio de 1996. En 2001 había logrado acusaciones contra una docena de personas, saudiárabes, iraníes y de otras nacionalidades.

Para fines de 2001 Comey estaba de regreso en Manhattan, pero ahora como fiscal jefe de la poderosa sección sur.

Fue ahí donde acabó de consolidar su reputación de un hombre apegado a la ley, en letra y en espíritu. Y de acuerdo con la tradición de la oficina, fue tras blancos de enorme visibilidad, como Martha Stewart, una mujer que se convirtió en una industria completa del adorno, el amueblado y la atención del hogar amén de ser una de las personas más populares del país.

En 2003, el presidente George W. Bush lo llamó para sumarse al Departamento de Justicia como procurador general adjunto, un puesto que no sólo lo puso en el manejo diario de organizaciones como el FBI o los fiscales federales, sino también en el contacto con el rejuego político de la capital de EU.

Fue así como llegó la noche del 10 de marzo de 2004.

Cuando comenzaron a urgir los detalles de su confrontación con la Casa Blanca, Comey consagró su fama como un personaje de principio, un héroe casi folclórico, uno que esa noche llevaba preparada su carta de renuncia y que se atrevió a negarse a demandas de sus superiores políticos, un republicano disidente…

Pero a nadie extrañó cuando Comey dejó Washington para unirse como consejero legal a la empresa aeronáutica y de defensa Lockheed-Martin. Después de todo, es ya tradición que luego de años en el servicio público un funcionario puede emigrar al sector privado para hacerse de un patrimonio.

Pero así como su emigración no sorprendió, tampoco su regreso. Después de todo, el FBI es una organización con una imagen de proyecciones casi míticas en la sique estadunidense. Innumerables películas, programas de televisión y novelas han contribuido a la creación de una leyenda.

Su prestigio le servirá bien en las actuales circunstancias. Por un lado, la misión del FBI se ha transformado y de dar prioridad al combate al crimen organizado, ahora se enfoca en contraespionaje y, por supuesto, el fraude “de cuello blanco”.

Y ciertamente hay un factor más. De la misma manera en que hay afinidades ente Obama y Comey, éste parece surgir de un molde muy parecido al de su predecesor directo, el ahora ex director general del FBI, Robert Mueller, lo que da una notable influencia pública.

Y sólo el tiempo dirá si Comey se sobrepone a su imagen de estricto apego a la ley, pero…

Fuente: Excélsior

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