Por Hermann Bellinghausen
La revuelta de los cucaracha que cimbró Los Ángeles duraría un año. Óscar Zeta Acosta la relata poderosamente en The Revolt of the Cockroach People (1972). Su guerra de las Galias particular, su historia verdadera de la conquista de la conciencia y la dignidad de un pueblo negado. Con el vértigo de un espectador en primera fila, el lector va de la mano y en montaña rusa con Bufalo Z. Brown, alter ego literal de Acosta, a través de zafarranchos callejeros y juicios trepidantes en la corte del temible juez chicano Alacrán para defender a guerreros chicanos que efectivamente la armaron gorda y cayeron presos. Y para vengar la muerte del periodista Rubén Salazar (en la novela Roland Zanzinbar) asesinado por la policía el 20 de agosto de 1970 durante la Moratoria Nacional Chicana Contra la Guerra de Vietnam, tan trascendente para los mexicano-estadunidenses como las marchas de una década atrás por los derechos civiles de los negros.
En el meeting pot quintaescencial que es Estados Unidos, tres pueblos interiores han sido indigestibles, negados, perseguidos, despojados: los indígenas originarios, los africanos y los mexicano-estadunidenses. Quizás no muy recordadas en nuestro ámbito, las luchas del pueblo chicano en el sur del vecino país son contemporáneas a los 68 del mundo, la guerra de Vietnam, la eclosión de la contracultura, la revolución sexual y la abrupta apertura de las puertas de la percepción que en la misma ciudad de Los Ángeles experimentaban The Doors y Frank Zappa. La Revolución estaba en el aire.
Que lo diga Zeta. La Navidad de 1969 sus cucarachas irrumpen en la iglesia católica de San Basilio para emplazar al cardenal McIntryre en favor de los mexicanos pobres y contra los millonarios angelinos. La mayoría de las cucarachas nunca antes habían atacado una iglesia escribe candorosamente mientras los azuza, y descubre su verdadera vocación: armarla de tos alimentado por un íntimo y arrebatador sentido de la justicia y el amor a sus hermanos.
Nadie aprende español estando sobrio, justifica Acosta su necesario aprendizaje de la lengua de sus ancestros al encontrarse con su destino: “Yo, perdido en mis propios excesos, ahogado en mi confusión. Un beatnik desteñido, un flower vato aspirante a escritor, ¿se supone que iba a defender a esos bastardos?”, comenta al conocer a sus primeros clientes, unos vatos locos de su propia revuelta. Y de ahí se siguen las aventuras, los desafíos, los personajes simpatiquísimos como sus Tres Gracias chicanas de San José, que un día se le cuelgan al cuello (Rosalie, Madeline y Verónica), y acompañan alegremente en sus hazañas de panzón caballero andante; sus valedores Gilbert y Pelón; o su guarura autodesignado, otro vato a su disposición nomás porque sí, porque lo admira. Otro tipo de cuidado.
Apretándola del brazo, Zeta dice a Dorothy Healy, la guapa líder comunista (mentora de Mike Davis, el de Ciudades de cuarzo) que, como algunos Panteras Negras, se acerca a las protestas: Puedes marchar conmigo las veces que quieras, pero los chicanos estamos 10 veces más a la izquierda que los comunistas. No obstante, nunca está considerado en la tradición de la izquierda gabacha. Así, John Ross ni lo menciona en su admirable Asesinados por el capitalismo: 150 años en la vida y la muerte de la izquierda de Estados Unidos (Nation Books, 2004). Somos agentes del demonio y comunistas hasta las cachas, escribe Acosta páginas adelante.
Su amigo Hunter S. Thompson aparece en un lejano segundo plano, como informante desde el frente blanco, bajo el nombre de Stonewall. Comparado con Zanzibar, el periodista chicano que sería asesinado, Stonewall le resulta apenas un mandril enojado.
A pesar de su pésimo comportamiento, sólo pasa dos noches en prisión, por desacato en la corte: los días más aburridos de mi vida. Incurre en prácticas realmente incorrectas y al final de la novela comete un deliberado acto terrorista (ficticio), volando los juzgados de Los Ángeles como venganza por el asesinato, a la postre impune, de Zanzibar-Salazar. En la tradición literaria, teatral y cinematográfica tan estadunidense de debates en tribunales (de La letra escarlata a Matar a un ruiseñor, o las novelas de John Grisham), Acosta relata hilarantes, emocionantes, inquietantes juicios donde él brilla como héroe de la raza, bomba que no deja de explotar, con momentos culminantes como la aparición de César Chávez, el padre de los chicanos, para testificar en favor del gran Gorky (en la novela Corky) González, en chirona sin razón.
Zeta se postula para sherif angelino y queda en segundo lugar con 500 mil votos, debajo del republicano Sam Yorty. Gobernador de California: Ronald Reagan. Presidente: Richard Nixon. Es la venganza de los pelados. Y se despide así: Yo era sólo uno más del montón de cucarachas que comenzaron una revolución para quemar este mundo apestoso. No importa cuál sea el final de todo esto, yo seguiré jugando con los cerillos.
Fuente: La Jornada