Por Carlos F. Diez Sánchez
En toda Francia se respira la tensión por los intentos de imponer la agenda económica del presidente Emmanuel Macron. Las razones son varias, pero la gota que derramó el vaso es el aumento a los precios del diésel y la gasolina (el llamado ‘carburant automobile’) que se ha dado en los últimos años, incluyendo un impuesto especial sobre el carbono (‘taxe carbon’), todo lo cual preveía una nueva alza de precios que afectaría a todos el próximo año.
En América Latina no necesitan contarnos la historia, pues la conocemos de primera mano, se llama neoliberalismo, aunque con un añadido (que vale la pena empezar a conocer): las medidas para paliar el cambio climático las pagarán primero los pobres. Por eso, la protesta es visible no sólo en la ciudad, sino también en las periferias y las zonas rurales.
Los medios de comunicación se ven en la obligación de reportar las acciones de los llamados “chalecos amarillos” (‘gilet jaunes’, prenda que se utiliza para mejorar la visibilidad de las personas en el tráfico y obras de construcción; sin embargo, el significado que ha tomado aquí es otro, pues se refiere al hecho de que todos los conductores están obligados por ley a llevar un chaleco “de alta visibilidad” en sus vehículos, en caso de accidente, desde 2008). Están obligados a hacerlo por la magnitud y la forma en que surge el fenómeno social, organizado a través de las peticiones en línea o las redes sociales y por su aparición en las calles, a partir del 17 de noviembre.
También conocemos de memoria el guion discursivo que deberían de seguir estos medios de comunicación dominantes: los gilet jaunes son los violentos (¡cómo se atreven a dañar el Arco del Triunfo y peor aún, las tiendas de lujo de Champs-Élysées!), durante todas las emisiones se les ataca sin descanso y se les ridiculiza, pues el objetivo es hablar lo mínimo posible de las múltiples causas sociales que provocan las protestas y de sus demandas. Después, si el conflicto continúa, hay que dejar de cubrirlo para que caiga en el olvido de la ‘opinión pública’. Hasta el momento, hay cuatro muertos y más de mil heridos, entre ellos 200 policías.
Sin embargo, el fenómeno tiene otra particularidad que vale la pena entender (una tendencia social que si se analiza, en cierto sentido, resulta natural): las demandas del movimiento se dicen “apartidistas”… pero, no nos engañemos, ante una sociedad altamente polarizada, la palabra ‘apartidismo’ esconde otro fenómeno… y es que se trata de un movimiento tanto de izquierdas como de derechas, ambas radicales.
Durante las manifestaciones, se han identificado tanto consignas sexistas, racistas e islamofóbicas, como actos vandálicos de radicales de izquierda. La oposición política (Marine Le Pen del ‘Front national / Rassemblement national’ y Jean-Luc Mélenchon de ‘La France insoumise’, entre otros) apoyan al movimiento, aunque por distintas razones.
Surge también una falsa dicotomía ideológica: estás en contra de las medidas para frenar el cambio climático (‘transition énergétique’) o estás en contra de los trabajadores y familias de clase media / “popular” o baja que salen a protestar (se sabe por los más recientes sondeos que más de 80% de la población apoya al movimiento). Por si faltara algo, hay protestas en los liceos, por la reforma privatizadora a la educación nacional de principios de año.
La pregunta es, ¿ante este fenómeno, cómo reaccionarán políticos y medios de comunicación? Por lo pronto, Macron ha tenido que dar marcha atrás y eliminar este aumento de impuestos a los combustibles de su ley de presupuesto para el 2019. El problema es que… ahora el movimiento considera que esto ya no es suficiente… y ahora van por Macron mismo (“Acte 3 : Macron démissionne ! [¡Tercer Acto: Macron renuncia!], fue como se convocó a las protestas del primero de diciembre). Su popularidad está en caída libre, al igual que la de su primer ministro, Édouard Philippe, mientras el fenómeno se extiende a otros países (Italia, Bélgica y Holanda, entre otros).
Fuente: Julio Astillero