Por Epigmenio Ibarra
No los mueve su celo democrático, su amor por México, sus convicciones políticas, la vocación de servir al pueblo desde el Estado, el oficio periodístico, la defensa de las mayorías, el interés por las víctimas, la búsqueda de la verdad, el bienestar de la gente. No los mueve tampoco la ideología —que usan solo como coartada—, menos la defensa de la pluralidad y de las libertades ciudadanas que por décadas solamente apoyaron como estrategia para acceder al poder.
Es el dinero lo que los mueve: el que han dejado de recibir a manos llenas por estar en el gobierno o por servirlo hasta la ignominia en los medios, en la academia, en la empresa privada. Las fortunas que no podrán seguir acumulando en tanto no se produzca la restauración del viejo régimen y puedan seguir medrando con el poder o bajo su amparo.
De ahí su rabia, el odio que preña su histérico y frenético activismo contra la 4ª Transformación y del Presidente. De ahí su decisión de no cesar ni un momento la ofensiva que han abierto, en varios frentes a la vez, para descarrilar, a toda costa, a un gobierno democrático que resultó electo por una mayoría aplastante, en unos comicios limpios, libres y auténticos.
No tienen la paciencia que la democracia exige; no se ajustan a los tiempos de la misma ni se someten a sus reglas. La legalidad, que tanto invocan, les estorba. No pueden ni quieren esperar siquiera a las elecciones intermedias; jugársela en las urnas, apostar al deterioro que según ellos Andrés Manuel López Obrador sufre cada día; no pretenden derrotarlo, humillarlo democráticamente. Lo quieren ver caer de inmediato, aunque esa caída trastoque por completo el orden constitucional e implique la del país entero. Mejor —piensan— la violencia y el caos que el riesgo de ser derrotados nuevamente. Tienen prisa, porque cada día que pasa pierden mucha plata.
Así de pedestre es el asunto. La paz y la democracia están en vilo por una simple y jodida cuestión de negocios, de sus negocios sucios. Se acostumbraron a medrar impunemente. Hicieron, unos, del Estado y el gobierno su coto privado de caza. Otros, desde la empresa privada, repartieron dinero a manos llenas para conseguir contratos que, en su inmensa mayoría, incumplieron. Medios, columnistas y comentaristas de radio y televisión (salvo honrosas excepciones) recibieron dinero por callar y sin chistar obedecieron y dijeron lo que se les ordenó. Caló tan hondo el proceso de descomposición que hasta con la guerra, con la muerte y el dolor de las víctimas, hicieron entre todos ellos, negocios. Por eso quieren que olvidemos, por eso les indigna que conservemos viva la memoria de los crímenes del pasado.
Criminal, y suicida a la vez, sería de nuestra parte hacerles caso. Dejaron el país hecho pedazos y es preciso no dejar de señalarlo tantas veces como sea necesario para que sus mentiras y sus injurias no encuentren, por la desmemoria colectiva que pretenden fomentar, un campo fértil. Resolver la catástrofe ética que enfrentamos, la crisis humanitaria, el colapso económico e institucional resultado de su avaricia, de su escandalosa corrupción, será difícil, pero es posible. Lo de ellos es, al fin y al cabo, puro y estúpido dinero, lo nuestro tiene que ver con ideas y principios, con la conquista de la paz, la justicia y el bienestar que —para seguir enriqueciéndose— nos negaron por décadas. El tiempo, hoy más que nunca, juega a nuestro favor y contra ellos.
@epigmenioibarra
Fuente: Milenio