Entre Palacio Nacional y Aguililla

0

Por Epigmenio Ibarra

Justo a la misma hora en que en Palacio Nacional se presentaba la estrategia nacional de paz, en Aguililla, Michoacán, un convoy de la policía estatal caía en una emboscada del cártel de Jalisco Nueva Generación.

Trece oficiales morían acribillados y otros 20 resultaban heridos mientras Alfonso Durazo presentaba un extenso informe sobre la situación de la seguridad pública e insistía en que la construcción de la paz —que solo puede ser fruto de la justicia— y no seguir ya con la guerra es el objetivo central del actual gobierno.

Se establecía así un duro contraste, que los medios habrían de resaltar de inmediato, entre las palabras de paz vertidas en Palacio y las acciones de guerra que se desarrollaban, justo al mismo tiempo, en Michoacán.

¿Se trató solo de una infortunada casualidad? ¿Una jugarreta de la fortuna que ha acompañado a Andrés Manuel López Obrador? ¿Era, como muchos columnistas lo presentaron, la terca realidad desmintiendo —con una muy precisa sincronía, por cierto— el discurso gubernamental? Yo, honestamente, no lo creo.

En tiempos de cambio como los que vivimos, cuando el viejo régimen que se resiste a morir cuenta aún con enormes y variados recursos y la determinación de prevalecer a toda costa, las casualidades no existen. Menos todavía cuando en ese régimen capos y gobernantes corruptos llegaron a ser las dos caras de una misma moneda y cuando ambos, capos y corruptos, saben muy bien que AMLO sí es, en efecto, un peligro para ellos.

No existen las casualidades en la guerra cuando se trata de emboscadas con este nivel de éxito táctico-estratégico. Este tipo de operaciones mayores por parte del narco no se producen espontáneamente. No son encontronazos; la fuerza atacante —que debe contar con información de inteligencia— se prepara, se despliega y persigue objetivos que van más allá del daño que se causa a la fuerza que se pretende destruir.

Tantas bajas entre los policías y el que los agresores hayan salido ilesos, las mantas desplegadas en la escena del crimen adjudicándose la acción, la zona misma en la que se produjo el enfrentamiento —que al menos en las fotos y videos disponibles no presenta las características para una emboscada— nos hablan de que la operación fue cuidadosamente planeada y buscaba, tener un impacto político-mediático a escala nacional.

Con mucha antelación se supo, en todo el país, que ese lunes y a esa hora precisamente, el gobierno de López Obrador habría de presentar el plan de paz, que es, sin duda, la piedra angular de esta administración. El campo de batalla no era pues Aguililla, sino Palacio y, obviamente, las páginas de los diarios, la radio, la televisión y las redes sociales a las que la derecha conservadora ha conseguido —casi— quitarles lo que de “benditas” les quedaba.

No es la primera vez, en estos 10 últimos meses, en que acciones mayores del narco coinciden con fechas emblemáticas y cruciales para la actual administración. Irresponsable sería no hacer notar esta sincronía; ingenuo sería considerar estos hechos pura casualidad.

Tampoco es casual que estas acciones violentas se registraran justo en la tierra en la que Felipe Calderón inició, el 10 de diciembre de 2006, la guerra contra el narco. Una guerra —la emboscada de Aguililla lo prueba— que resultó tan sangrienta como inútil y cuyas consecuencias aún sufrimos. Una guerra que, pese a las provocaciones, no debe reiniciarse jamás.

@epigmenioibarra

Fuente: Milenio

Comments are closed.