El sucio negocio de la guerra

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Por Epigmenio Ibarra

“Y una mañana todo estaba ardiendo
y una mañana las hogueras
salían de la tierra
devorando seres,
y desde entonces fuego,
pólvora desde entonces,
y desde entonces sangre”.
Pablo Neruda

De sangre dejó regado el territorio nacional Felipe de Jesús Calderón Hinojosa. Convertido en cementerio, en gigantesca fosa clandestina, dejó este hombre a México. Las familias rotas para siempre, las morgues llenas, las madres buscando a sus desaparecidos; una violencia demencial que aún sigue cobrando víctimas, heridas que tardarán generaciones en cerrarse, este es su legado.

Con sangre quiso legitimarse, luego de robar la Presidencia. Sangre de otros a los que, ya convertido en Comandante Supremo, mandó a matar y a morir sin asumir jamás el más mínimo riesgo de derramar la suya. Enarbolando, además, una bandera manchada con sangre inocente, la de las “bajas colaterales” de su guerra; esos civiles atrapados entre dos fuegos o asesinados por fuerzas policiacas y militares, a los que con brutal descaro revictimizaba diciendo: “se matan entre ellos”, su versión del “mátalos en caliente” de Porfirio Díaz.

Desde su búnker en Los Pinos, o fuera de él pero protegido siempre por el Estado Mayor, Felipe Calderón emulaba al golpista y dictador Francisco Franco, su guía, su inspiración, y en tanto la cifra de muertos y desaparecidos iba en aumento, Calderón lanzaba sus histéricas arengas patrióticas llamando a la “unidad nacional” en torno a su persona y a su cruzada.Yo, que he vivido la guerra, maldigo a esos demagogos que, como Felipe Calderón, la imponen a los pueblos. Yo que he visto los cuerpos desgarrados por la metralla, que he sentido silbar las balas y he atestiguado el llanto y el dolor de las víctimas, maldigo a los que, como él, se disfrazan de generales y hablan de las armas, se montan en aviones de combate o en helicópteros artillados, como si de juegos y juguetes se tratara. Yo que he pisado los pueblos devastados, que he estado al borde de tantas fosas clandestinas, maldigo a esos infames, que como él —y su mano derecha Genaro García Luna— hacen de la guerra un gigantesco y sucio negocio.

De la sangre vivieron, con la sangre se enriquecieron; de la sangre obtuvieron poder, privilegios y prebendas el propio Calderón, sus altos jefes policiacos y militares —García Luna representa solo la punta del iceberg—, los miembros prominentes de su gabinete y los columnistas y presentadores de radio y televisión que justificaron la masacre.

La sangre hizo que se llenaran las arcas de muchas de las empresas nacionales y extranjeras que suministraron vituallas, transporte, armamento, equipos, aeronaves y tecnología de guerra. Con la sangre, cuyo derramamiento se hizo costumbre, se enriquecieron también Enrique Peña Nieto y los suyos. Un millón de millones de pesos costó a las y los mexicanos —solo entre 2007 y 2017— la cruzada de Felipe Calderón. Gran parte de ese dinero fue a los bolsillos de esa caterva de ladrones. La droga nunca dejó de pasar al norte; los dólares y las armas, al sur. México siempre puso los muertos. Hoy, esta inútil y sangrienta farsa ha terminado. Llegó la hora de que quienes nos la impusieron respondan ante la nación por sus crímenes. Calderón ha de ser el primero entre ellos.

@epigmenioibarra

Fuente: Milenio

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