El regreso del PRI

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Por Arnaldo Córdova

Con frecuencia, se ha venido discutiendo acerca del comportamiento que tendría el PRI una vez que asumiera de nuevo el gobierno de la República (cosa que ayer ocurrió en medio de un enorme aparato de protección policiaca y militar que fue un insulto a la ciudadanía, a la democracia y a las mismas instituciones republicanas). Sobre todo, se ha hecho patente, por parte de una inmensa mayoría de la población (por lo menos las casi dos terceras partes que no votaron por el candidato priísta), un muy justificado temor de que, con el nuevo presidente, el viejo partidazo reinstaure el modo autoritario de gobierno y, en primer término, la sucia corrupción y la impunidad que ahogaron al país durante decenios.

Ciertamente, parece haber razones más que suficientes para afirmar que la vuelta del PRI al gobierno estará mucho más acotada de lo que estaban sus anteriores regímenes autoritarios. Ya no pueden alegar una sobrerrepresentación popular; los priístas mismos se quedaron boquiabiertos al saber que habían ganado la Presidencia de la República con varios puntos de ventaja sobre el segundo lugar, pero sus votos equivalieron a poco más de 38 por ciento del total de los emitidos. Ya no pueden formar las mayorías parlamentarias absolutas de antaño. Y, entre otras cosas, la propia Presidencia ha perdido el antiguo poder entre constitucional e ilegal.

Se ha aducido también el hecho de que hoy hay una institucionalidad que impide, como nunca lo hizo en el pasado, el abuso del poder. Para empezar y es el dato más fuerte, tenemos hoy un Congreso plural que funciona sobre la base de una tupida y constante negociación entre todas las fuerzas políticas que vuelve limitados y, a veces, truncos, los propósitos autoritarios, vengan de donde vinieren. Se habla también de las instituciones electorales y de aquellas de control de la información o de regulación de los privados en los negocios. Tendríamos, así, formalmente, un verdadero cerco de contención que acota ya al autoritarismo.

Yo no estoy muy seguro de la eficacia de nuestras instituciones en el esfuerzo por democratizar la vida política del país y anular los impulsos autoritarios del poder. Nuestro democrático Congreso nos ha regalado adefesios legislativos como la nueva reforma laboral o la ley de asociaciones público privadas que van directamente en contra de los intereses del grueso de nuestra población, que es la que marca las pautas de la democracia en cualquier país. Las democracias sin el pueblo o con un pueblo fingido desaparecieron hace poco más de cien años. Nuestras instituciones democráticas y democratizadoras, sencillamente, son muy poco confiables.

Muchas instituciones destinadas a prevenir y a atacar la ponzoña de los monopolios sólo actúan para favorecer a esos monopolios. La presidenta del Ifai, sin razones claras, decidió proteger el secreto bancario, a sabiendas de que es la caparazón que alimenta toda clase de negocios turbios y malolientes que envenenan la economía. Nuestras instituciones electorales podrán alegar que actuaron, en las más diferentes circunstancias, amparadas en la ley y en la Constitución; pero es un hecho que, para una buena mitad de la ciudadanía, sus decisiones en 2006 y 2012 no fueron confiables, eso, por decir lo menos. La impresión es que todas esas instituciones, a la hora de la verdad, se rinden ante la voluntad de sus amos detentadores del poder.

Los priístas son portadores de varios estigmas. Por un lado, una gran mayoría sabe que siguen siendo los mismos como políticos y que, como tales, son para desconfiar. Por otro lado, por lo menos desde la época de Miguel de la Madrid (1982-1988), los tricolores han dejado de ser los antiguos nacionalistas y populistas que fueron desde los tiempos que siguieron a la Revolución y ahora, a la vista de todo mundo, se han derechizado tanto o más que los panistas. Eso se ha notado en todas sus decisiones políticas que han sido, recurrentemente, medidas de apoyo y promoción de los intereses de las élites del poder económico, nacionales y extranjeras, y en contra, de manera radical, de los intereses populares que alguna vez defendieron como parte de su ideario político.

Enrique Peña Nieto lo ha venido a confirmar con las primeras iniciativas o anuncio de intenciones que ha hecho desde los días de la campaña electoral. Fue el candidato de las derechas mexicanas y no se arredra ante posible críticas cuando hace sus planteamientos antinacionalistas (como en el caso del petróleo) o antipopulares (como cuando obligó a las bancadas priístas a que votaran a favor de la reforma laboral de Calderón; sólo las protestas y las presiones que vinieron de algunos sectores de su partido lo obligaron a moderar el talante derechista de la propuesta del presidente). Su gobierno estará al servicio del gran capital y de los intereses más retrógrados y reaccionarios del país.

Podría pensarse que hay muchos priístas que no están contentos con el derrotero derechizador de su partido, que lo ha vuelto casi indistinguible del PAN. Pues, si los hay, francamente no se ven o ni siquiera se notan. Hace menos de dos semanas, el líder del tricolor, Pedro Joaquín Coldwell, afirmó que, a los escépticos, que juzgan que el regreso del PRI significa el retorno del pasado, hay que hacerles notar que este es otro país y el nuestro es otro partido que, siendo fiel a sus raíces, tiene la mira puesta en el futuro (La Jornada,17/XI/2012). De hecho, ése es el nuevo leitmotiv de los priístas. No quieren saber si su partido se viene derechizando; ellos están contentos con el ritornello de sus dirigentes de que el suyo es un partido de nuevo cuño.

Se piensa también que los gobernadores priístas se han convertido en una fuerza en sí misma y que el futuro mandatario tendrá que lidiar con ellos, como nueva plataforma de intereses hacia adentro y hacia fuera. No confío mucho en la autonomía de los gobernadores del tricolor. Frente a un poder tan colosal como el que se pone en manos de Peña Nieto, los gobernadores, juntos o separados, poco podrán hacer en contra y, eso, si es que de verdad son un poder independiente. Ya veremos cómo, uno por uno, al igual que lo ha hecho Manlio Fabio Beltrones, el único que se enfrentó por el poder al mexiquense, irán apechugando y rindiéndose al que manda de verdad.

Los priístas apestan a los mismos olores del pasado, sólo que ahora son más derechistas. Como se vio en la campaña electoral, siguen practicando las malas artes de la política y, ahora con el poder presidencial en sus manos, lo veremos más a menudo. Probablemente, volveremos a repetir con nuestro gran dramaturgo Rodolfo Usigli: Dondequiera encuentras impostores, impersonadores, simuladores; asesinos disfrazados de héroes, burgueses disfrazados de líderes; ladrones disfrazados de diputados, ministros disfrazados de sabios, caciques disfrazados de demócratas, charlatanes disfrazados de licenciados, demagogos disfrazados de hombres. ¿Quién les pide cuentas? Todos son unos gesticuladores hipócritas. (El gesticulador, Ed. Stylo, México, 1947, p. 127)

Fuente: www.Jornada.Unam/mx

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