El PRI, ¿en transición?

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Por Víctor Flores Olea

Tal vez muy pocos partidos políticos en el mundo han vivido su historia como permanentemente, o casi, fluyente sin interrupciones, como el PRI. Sí, eso se debió en gran parte a que la Revolución Mexicana –su origen– no se efectuó sobre bases programáticas rigurosas, ni posteriormente sus dirigentes se ocuparon de formular un ideario que pudiera considerarse también mínimamente preciso y riguroso. La revolución resultó de un estallido social múltiple y no se debió a un plan de ruta preciso y mucho menos de largo plazo. El estallido social se debió a múltiples circunstancias que vivía el país, que resultaban diferentes según tiempos y lugares.

Esto no significa que no hubiera ciertos puntos de referencia que se han considerado tradicionalmente definitorios; por ejemplo, la no relección presidencial, aunque llegado el caso diversos presidentes han coqueteado con la idea de dejar atrás ese corsé que varios han considerado un freno para la evolución y el desarrollo del país, naturalmente porque cada uno se ha colocado la etiqueta de salvador único de la patria, lo cual no es tan difícil de concebir después de ejercer durante seis años poderes prácticamente absolutos, a que los ha limitado a veces su buen juicio político, y digamos una experiencia que los ha frenado a veces en la última raya antes del abismo.

La no relección porque el nacionalismo o las tradiciones jurídicas más importantes, digamos la propia Constitución de 1917, y ya no se diga la nacionalización del petróleo (y el contenido en general del artículo 27 constitucional), han sido materia de interpretaciones a granel, muchas veces contradictorias consigo mismas, y ya no se diga con su significado político y social más general y evidente.

No hay doctrina establecida, sino en realidad experiencias históricas que son materia de todas las visiones e interpretaciones imaginables. Hoy, el nuevo PRI, el de las nuevas generaciones (pero ya hace rato) que tratan de distinguirse, ¿por qué azar?, de sus antecesores, manipulando la vaga idea de la modernidad como sustituto del perfil popular de la Revolución y que intenta colarse por los ángulos más sorprendentes. Hoy, por ejemplo, en su tímida negativa a la idea de la privatización de Pemex, que repitieron ellos mismos ya en la nueva administración, tratan de convencernos de que lo importante es modernizar a la gran industria estatal, hacerla más eficaz y eficiente, y desde luego más productiva, y no privatizarla, aunque contradigan sus propios discursos de hace unas cuantas semanas o meses.

En realidad, a falta del ideario estricto de la Revolución Mexicana, han procurado montarse sobre las formulaciones de moda, como esta de la modernidad, pensando así tal vez que formulan ideas o principios necesarios o suficientes que entrañan la transformación del país o que le abren las puertas a un desarrollo suyo más acelerado y eficiente. Pero no es fácil, ya que nuestros conciudadanos de estos tiempos no se tragan semejantes ruedas de molino: el gobierno podrá utilizar el lenguaje o las palabras que guste, cuando de este lado sabemos que, para el caso, sólo pretenden disfrazar un hecho que no se atreven a confesar: la privatización rampante de Pemex, por cierto ya en marcha desde hace tiempo y desde luego anterior a los dos desastrosos gobiernos panistas del nuevo milenio.

Hay, sin embargo, quien da la bienvenida al PRI, a pesar de que se le echó después de 70 años de gobierno, porque, dicen, ha regresado la política a la sociedad mexicana, antes realmente reducida a su mínima expresión por las limitaciones de todo tipo de los regímenes anteriores, y desde luego por la patética ausencia de un mínimo nivel intelectual de los gobernantes últimos.

Pero, ¿efectivamente ha regresado la política con el nuevo PRI? Está por verse, y de ninguna manera estamos convencidos de ello. Sí, es verdad, Peña Nieto parece tener en su equipo a personajes que no imaginaron Vicente Fox y Calderón, y esto, siendo así, abre nuevas oportunidades. Pero, ¿no servirá lo anterior más bien para intentar otro gran engaño semejante a aquel del que durante tantos sexenios han sido víctimas los mexicanos?

Lo veremos, pero desde luego, aun cuando hayan sido relativamente populares y discutidas algunas reformas (por ejemplo la de telecomunicaciones), estamos todavía lejos de ver realmente adónde nos conducirán. En todo caso, en estos escasos meses de la presidencia de Enrique Peña Nieto no se ha visto por ningún lado el intento de romper las estructuras que conservan el gran poder de los adinerados oligárquicos; en el mejor de los casos, algunas iniciativas típicamente asistencialistas, como la de favorecer a los millones que están en el umbral de la miseria (de todos modos, ojalá sea posible y se realice en alguna medida).

Justamente esta perspicacia política que se atribuye al grupo principal de colaboradores de EPN es probable que lo haga revisar a fondo sus intenciones privatizadoras de Pemex, y más en general de los hidrocarburos y energéticos en México, porque tal medida sí pudiera ser, para un presidente que ha sorteado con relativa fortuna algunos de los problemas graves de este país (v. gr: la reforma educativa con el descabezamiento de la secretaria vitalicia del sindicato de maestros), el tiro que le salió por la culata a este régimen. Opino, como muchos otros en este país, que tal es un asunto límite, casi como el de la no relección presidencial.

En realidad, el gran fracaso de los últimos gobiernos priístas hasta el año 2000 fue el de su separación tajante y su no comprensión del real sentir, y de la ideología profunda (el México profundo de Guillermo Bonfil), del pueblo mexicano. Ojalá Enrique Peña Nieto y sus colaboradores cercanos no lo pierdan de vista.

Esta sería la gran novedad de un PRI realmente en transición, que por lo pronto seguimos esperando sin demasiadas ilusiones.

Fuente: La Jornada

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