Iglesia conservadora. En primer lugar, hay que reconocer que la Iglesia mexicana es una de las más conservadoras de toda América Latina. Reacia para aceptar las renovaciones conciliares y, hasta los años 70 del siglo pasado, con un tufillo cristero y revanchista. Sin embargo, es de preocupar el pobre nivel intelectual y académico de muchos obispos, cuya formación ha sido, desde niños, predominantemente clerical.
Descatolicización de la fe. Si bien la caída de la cifra de católicos en México no ha sido tan dramática como en Brasil o algunos países centroamericanos, es importante destacar que en la década de los 70 había más de 95 por ciento de católicos, mientras para 2010 el Instituto Nacional de Estadística y Geografía arroja poco más de 83 por ciento. Sin embargo, hay otras estimaciones: el Centro de Estudios sobre la Iglesia Católica, de la Universidad de Georgetown, reporta en su investigación que entre 2010 y 2014 el número de personas en México que se dicen católicos alcanza 69.6 por ciento. En todo caso, el ascenso de otras Iglesias, en particular las pentecostales, es notable y el tono actual en el mercado de creencias es de una efectiva diversidad religiosa.
Iglesia mexicana clericalizada. Se ha perdido fortaleza en la dimensión laical y se ha impuesto acento clerical en las iniciativas eclesiales. Hasta los años 60 del siglo pasado la Iglesia mexicana contaba con vigorosas organizaciones seglares como la Acción Católica, que sólo su rama femenil adulta tenía cerca de medio millón de adherentes. En la actualidad la dimensión asociativa de los laicos está prácticamente extinguida. Existen movimientos vinculados a los Legionarios de Cristo y Opus Dei, pero son de élite y responden más a los intereses de la orden religiosa, que funciona como una secta dentro de la Iglesia. Lo mismo ocurre con el debilitamiento de muchas órdenes religiosas, masculinas y femeninas, que no sólo padecen la falta de vocación, sino la pérdida de identidad.
La Iglesia alcanzada por la violencia. México es, según la agencia Fides, el primer país en el mundo occidental con el mayor número de sacerdotes asesinados. En los recientes 25 años han sido perpetrados 51 atentados contra miembros de la Iglesia católica. La lista de clérigos que han perdido la vida de modo violento de 1990 a 2015 la encabeza un cardenal; incluye 40 sacerdotes, un diácono, cuatro religiosos, cinco laicos y una periodista católica. Tan sólo en lo que va de la administración del presidente Enrique Peña Nieto 11 sacerdotes católicos han sido asesinados.
Una jerarquía católica dividida. Desde hace décadas, la jerarquía católica no ha logrado cuajar un proyecto común de envergadura. Si bien se acentúa la diversidad, el episcopado carece de liderazgo, sea grupal o personal, que le aporte saldos satisfactorios. Ha predominado la confrontación de bandos y grupos que disputan la conducción y la representación de la Iglesia. Probablemente el cardenal Ernesto Corripio Ahumada fue el último actor aglutinador en el episcopado.
Fin de la generación Prigione. Es notable el debilitamiento de uno de los bloques de poder que en el episcopado alcanzó relevancia con la generación promovida por el longevo nuncio Girolamo Prigione, quien apostó por una Iglesia que se constituyera, en parte, del aparato de poder del Estado. El perfil de los obispos que promovió entre 1978 y 1997 tuvo notable vocación por el poder secular y llegó a ser predominante; en la actualidad está en decadencia. La mayor parte de los prelados están en retiro. Ahora prevalecen las promociones de los recientes nuncios Giuseppe Bertello y Christophe Pierre.
Debilitamiento del cardenal Norberto Rivera. Hasta la alternancia en el año 2000, Rivera encabezó el grupo más poderoso de la Iglesia católica mexicana, ligada a la línea Prigione. En su momento, llamado el club de Roma
por sus fuertes vínculos a la curia romana. Para Norberto Rivera, poco a poco los soportes de poder se han ido desvaneciendo, especialmente sus dos principales mentores: el nuncio Prigione y la debacle de Marcial Maciel, así como el derrumbe en Roma de Angelo Sodano, el poderoso secretario de Estado de Juan Pablo II. También han caído en retiro aliados incondicionales, como Onésimo Cepeda y Emilio Berlié, entre otros. Cerca del retiro propio, el conservador cardenal Rivera ahora padece el pontificado reformador de Francisco.
La jerarquía católica merece una sacudida. Se ha acomodado con cierto confort con la clase política, al grado que ha perdido celo misionero y evangelizador. La politóloga Soledad Loaeza sostiene en sus investigaciones que la jerarquía se ampara y cobija bajo la tutela del Estado para proteger y posicionar su agenda religiosa. Para muestra, sus principales iniciativas han sido al amparo del Poder Legislativo, como la repenalización del aborto en 17 entidades en 2009 y la malograda reforma al artículo 24 sobre libertad religiosa en 2012, que pretendía introducir el catecismo en las escuelas públicas, así como una mayor participación política. Sin duda, Francisco tiene que marcar rumbo en un episcopado adormecido en la medianía y el conformismo. Esta es la otra agenda del Papa en su próxima visita a México.
Fuente: La Jornada