Por Bernardo Barranco V.
La ambigüedad y el doble discurso acompañan al naciente Partido Encuentro Social (PES). El mayor señalamiento consiste en ser un partido confesional de corte neopentecostal. Su presidente, Hugo Eric Flores Cervantes, se dice cristiano, pero no ministro, y mucho menos pastor. Sin embargo, su trayectoria indica lo contrario.
No es de extrañar que el ascenso en México y en América Latina de las iglesias pentecostales haya alcanzado a tener brazos políticos que posicionen sus intereses y agendas en los entramados del poder. Así pasa en Brasil con la Iglesia Universal del Reino de Dios, la cual desde hace 15 años tiene una representación robusta en los tres órdenes de poder del país. También en Colombia y en varios países centroamericanos los grupos evangélicos tienen expresiones político partidarias que reflejan la pluralización y el alcance que estas nuevas minorías están desarrollando.
En el caso mexicano no es de extrañar la irrupción evangélica en la vida partidaria y electoral, porque la Iglesia católica parece afianzar su influencia en el PAN y de manera palpable en el PRI. Muchos gobernadores y presidentes municipales encomiendan a Dios sus territorios y mandatos, vapuleando el carácter laico de su desempeño público y del Estado. Por ello el hecho de que un partido religioso disfrazado reivindique lo que en los hechos goza la iglesia mayoritaria. Se podría llamar justicia divina, pero no la justicia secular mexicana, ya que su irrupción viola el 130 constitucional, el código electoral y la Ley de asociaciones religiosas y culto público.
En este país, al menos así lo dicen las leyes, no está permitido un partido confesional. Por ello los partidos están obligados a actuar y conducirse sin ligas de dependencia o subordinación con ministros de culto de cualquier religión. Bajo este manto de sospecha, el presidente del nuevo partido insiste a los cuatro vientos: No somos partido religioso, al contrario, somos liberales, como si ser liberal lo eximiera de ser religioso. Flores quiere escamotear y sabe bien que la mayoría de los liderazgos protestantes en México, al menos, son juaristas, políticamente liberales y laicos.
Eric Flores es un personaje de largo linaje evangélico. Nace en el seno de una familia enlazada a la Iglesia de Dios, agrupación de corte bautista; estudia en una preparatoria presbiteriana, Instituto Juárez, en el sur del DF, y desde muy joven milita políticamente. Trabajó con el grupo priísta de Colosio y fue asesor de Ernesto Zedillo, bajo la dirección de Liébano Sáenz. Encontré en el libro de Mariano Ávila Arteaga Entre Dios y el césar: líderes evangélicos y política en México (1992 -2002) una reveladora entrevista en la que el actual presidente del PES afirma: Queremos el poder para crear un modelo de gobierno de justicia y de misericordia para que este pueblo voltee a ver a Dios. Eso será posible con gobernantes íntegros cristianos. Ahí afirma no creer en los partidos y, con un toque de mesianismo conservador, proclama: El gobierno civil es bíblico. El federalismo surge de la Biblia. En ello pensaban los que crearon la constitución estadunidense. Hallaron inspiración en Moisés y su formación de líderes laicos.
Flores se alía con Casa sobre la Roca, una Iglesia dirigida por Alejandro y Rosi Orozco. Se venden ante Felipe Calderón como el leal brazo evangélico de su campaña presidencial. Igualmente neopentecostal, Casa sobre la Roca navega también en la ambigüedad, no se reconoce una agrupación religiosa, sino una comunidad de superación humana con inspiración en los valores bíblicos que se sustentan en los principios de la teología de la prosperidad. Pero su concepción de familia, sexualidad, aborto y otros análogos es idéntica a la de los católicos conservadores. En ese mismo sentido, el PES, expresado por Daniela Pérez, delegada de Baja California Sur, se pronuncia por el establecimiento de un matrimonio exclusivamente entre un hombre y una mujer, el cuidado y protección de la vida desde su concepción hasta su muerte natural y no inducida, la prohibición al acceso de páginas pornográficas en escuelas, oficinas de gobierno y en áreas públicas.
El PES de Eric Flores puede representar un modelo inédito que aglutine corrientes conservadoras y ultraconservadoras en México. Ante el desgaste político y simbólico de grupos de derecha radical católica como el Yunque, muchas asociaciones conservadoras requieren nuevos interlocutores y canales más modernos de representación con el poder político; en este sentido el PES apuesta como una conveniente alternativa. Hay que reconocer que la derecha se ha modernizado; ya no es el actor ultra, iracundo, personificado por Serrano Limón. El antropólogo Roger Bartra nos recuerda que si algo irrita a los políticos que viven bajo viejas coordenadas ideológicas es que se esté constituyendo una derecha moderna y que incluso haya impulsado la transición democrática en México.
Flores, el presidente del PES, retoma el proyecto de Casa sobre la Roca fraguado en los tiempos del calderonismo. La pluralización del campo religioso en América Latina ha obligado a incorporar nuevos actores evangélicos con diversas tradiciones, intenciones e intereses específicos. Dicho de otra manera, la ultraderecha ha dejado de ser sólo católica, tiene una competencia evangélica que puede bajo ciertas circunstancias convertirse en aliada. Ambas, la derecha católica y neopentecostal, cuentan con recursos humanos y económicos, con fuertes vínculos internacionales, especialmente con poderosos grupos afines en Estados Unidos. En el fondo la presencia del PES plantea la resignificación de las derechas religiosas del país. Los grupos conservadores quieren salir de sus catacumbas. No cabe duda de que la secularización de la cultura y la globalización han tocado las puertas de los nuevos grupos conservadores, los cuales han logrado mutar, adaptarse e insertar su agenda en la plaza pública. La irrupción del PES lleva a considerar de forma crítica la tentativa conservadora de reconquistar el espacio secular. La derecha encapsulada y conspiradora, como el Yunque, se ha vuelto obsoleta, mientras grupos como el PES suponen el asedio a los espacios de la sociedad civil urbana, la incidencia religiosa en políticas públicas y el ascenso político de una nueva generación, religiosamente conservadora.
Fuente: La Jornada