El mundo de la infancia sin destino

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Por Julio Scherer García

Niñez interrumpida, adolescencia amargada, juventud frustrada… Procedentes de los barrios depauperados, de la sordidez de calles que carcomen, los menores delincuentes que llegan a los centros de encierro (eufemísticamente llamados en el Distrito Federal Comunidades de Tratamiento Especializado para Adolescentes), lo hacen con el futuro cercenado, frutos como son de la injusticia que prevalece en un país en el que se entreveran la miseria y el abandono con la riqueza y la ostentación. Para su nuevo libro, Niñez en el crimen, Julio Scherer García se sumergió en los expedientes de esas instituciones de reclusión y entrevistó a jóvenes, hombres y mujeres,  acusados lo mismo de robo que de asalto y aun homicidio, para introducir a los lectores en el alma de seres humanos sin destino posible. Adelantamos fragmentos de la obra ya en circulación, publicada por Random House Mondadori, bajo el sello de Grijalbo.

libro

El crimen devora a los adolescentes. Hay muchos encerrados, pero hay más fuera de prisión. He leído que a los menores internos los inclina malévolamente el instinto oscuro de matar por matar. Para ellos la vida es una abstracción; la muerte, un dato de la realidad. En ellos no hay agravios mayores, no hay venganzas. En sus vidas la ignorancia es la única nada que poseen. No son como los adultos, que asesinan por pasiones amorosas, por pendencias irrefrenables, por el negocio de la droga. Pero los adolescentes, a la zaga, aprenden.

En los documentos que conocí y en las conversaciones a las que tuve acceso, leí y escuché que los adolescentes proceden de familias desintegradas, con padres y padrastros violadores, con madres prostitutas que alquilan su cuerpo por placer, por hastío o por hambre. La ostentación que se mira en la calle y se exhibe en la tele, los degrada. En el círculo de sus inmensas carencias, inaccesible el trabajo y el estudio para ellos, su pobreza es su riqueza, no tienen manera de enfrentarla. Simplemente, matar el tiempo, matar la existencia.

Reviso los legajos que tengo en mis manos. Muchos jóvenes delinquen desde los 12 ó 13 años, remota aún la mayoría de edad, o a los 17, a punto de adquirir su plena responsabilidad ante la ley. Sin un hogar que los apoye, no tienen un lugar donde resguardarse. Aun en libertad, transitan por la época de los tragos baratos, la mariguana, los inhalantes. Estarán cerca la cocaína y las combinaciones tóxicas que nublan la razón. Saben que vivirán poco, pero es el precio que les gusta pagar. “Poco tiempo pero a gusto”, dicen.

En los papeles que leí acerca de Erick Gutiérrez Hernández: nació el 11 de abril de 1994. Tiene 17 años y ya es reo por homicidio calificado. Ingresó a reclusión el 3 de septiembre de 2011. Erick pertenece a una  familia desintegrada de bajos recursos, a la sombra de su madre. Su padre y tres de sus tíos se encuentran encarcelados en el Reclusorio Sur.

Según los criterios de psicólogos y especialistas que se ocuparon de su caso, este muchacho fue diagnosticado con dependencia a múltiples sustancias tóxicas y trastorno de la personalidad.

Erick se emborrachaba con sus amigos. Uno de ellos le reprochó que llevara droga consigo, lo cual le molestó tanto al grado de responder a la llamada de atención con golpes. Como la situación no le era ventajosa, los otros amigos lo ayudaron hasta dejar inconsciente al desventurado sujeto, a quien posteriormente subieron a una camioneta y tiraron en el kilómetro 41.5 de la carretera Xochimilco-Oaxtepec.

Ya en el suelo, para asegurarse de que estaba muerto, lo golpearon en el pecho y en el cuello con un “talacho”, una especie de zapapico utilizado en albañilería.

En los casos de los crímenes que conocí no siempre están presentes las drogas y el alcohol. Sí tienen un gran peso en la oscuridad del mundo infantil, pero existen casos que van más allá de cualquier explicación. Hay muchos ejemplos sobresalientes de madres prematuras que no conocieron la droga ni el alcohol.

De los niños y los adolescentes asesinos que matan con bravatas de hamponería, sería imposible omitir la degradación en la que sobreviven: hacinamiento, insalubridad, violencia, ignorancia, hambre, sed…

A todo lo anterior habría que agregar la estructura de los niños, su carácter, su temperamento, su mundo emocional. ¿Por qué, asesinos, corren el riesgo de acabar consigo mismos? Es sabido que el crimen arrastra al crimen, como la corrupción a la impunidad, como la ignorancia a la oscuridad.

Jocelin Méndez Becerril

Jocelin es originaria del Distrito Federal. Nació el 8 de febrero de 1997 y es hija del señor Dinar Méndez Vázquez. No hay datos sobre su madre.

Jocelin concluyó sus estudios de secundaria en la misma colonia en la que vivía con su padre, la Vista del Pedregal, en Tlalpan. Actualmente tiene 16 años de edad y profesa la religión católica.

Una noche de abril de 2012, la adolescente inició labor de parto en su domicilio y dio a luz a una niña que, según las pruebas existentes, respiró con normalidad fuera de la cavidad uterina. Sin embargo, Jocelin introdujo a la recién nacida en una bolsa de plástico y la arrojó con fuerza a la casa de un vecino, quien dio parte a las autoridades.

El producto sufrió traumatismo cráneoencefálico que, a juicio de los peritos, le provocó la muerte.

Irán Geovanny Trejo Carreño

El Pelón era un joven alegre. Hoy tiene 16 años de edad y se encuentra recluido en la Comunidad de Diagnóstico Integral para Adolescentes por el delito de homicidio. La medida de seguridad le fue impuesta el 19 de septiembre de 2012. El diagnóstico clínico criminológico determinó trastorno asocial de la personalidad con rasgos de un posible trastorno psicótico.

El domicilio donde ocurrió su detención se ubica en la calle Ferrocarriles Nacionales número 12, en Azcapotzalco. La familia está constituida por su padre, Fabián Trejo Ramírez, jardinero de oficio, de 52 años, residente en Estados Unidos; Socorro Carreño Bueno, de 39 años, madre dedicada a las labores del hogar; Luis Fabián, jardinero como su padre, de 21 años de edad; Abraham Josef, de 18 años, estudiante de preparatoria, e Irán Geovanny, quien apenas cursó el primer año de secundaria. Uno de sus familiares, su primo materno, actualmente se encuentra en el Reclusorio Preventivo Varonil Oriente.

El día de los hechos, Karla, amiga de El Pelón, lo había invitado a su casa. Ahí abrió un frasco que contenía 10 pastillas. Le regaló cuatro a su amigo mientras ella consumía el resto. Pasaron la tarde juntos y ya de

madrugada decidieron abordar un tráiler que se hallaba estacionado frente a la casa de Karla. Subieron a la cabina para tener relaciones sexuales.

Durante el acto, ella molestó verbalmente al Pelón, por torpe en el amor. Él, drogado y agresivo, ahorcó a su amiga con una prenda de vestir y con un trozo de madera punzocortante la picó por diversas partes de su cuerpo.

(Fragmento del texto que se publica en Proceso 1927, ya en circulación)

 

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