Por Epigmenio Ibarra
¿A qué le temen? Unos dicen que a la inestabilidad social y política. Otros, que a la crisis económica. Los más delirantes a la conjura comunista.
Muchos, los resignados por llamarlos de alguna manera, dicen que México “es como es” y que el TEPJF, como el IFE, no va a dar marcha para atrás y Enrique Peña Nieto será presidente.
Los hay también que, a contrapelo de la abrumadora evidencia, siguen sosteniendo que la elección fue limpia.
Los más vulgares, por su parte, insisten, repitiendo los sobrados argumentos de la guerra sucia, que se trata de una maniobra de López Obrador, ese “mal perdedor”, “obsesionado” por el poder.
Lo cierto, sin embargo, es que todos ellos, sin excepción, a lo que realmente le tienen miedo es a la democracia.
Porque en la democracia no solo se vale, sino que se debe invalidar una elección cuando esta presenta tal cúmulo de irregularidades.
Porque en la democracia, cuando esta es real, quien no juega limpio no puede ni debe sentarse en la silla presidencial.
Porque en la democracia más vale un presidente interino designado por el Congreso, que uno que haya comprado el cargo.
Están también, por otro lado, los apóstoles de la “buena imagen de México” que ponen el grito en el cielo pensando que invalidar una elección presidencial traerá al país un daño terrible.
O los que argumentan que Peña Nieto ha sido ya reconocido por muchos gobiernos y que echar para atrás la elección provocaría una crisis diplomática.
La verdad es que es más dañino para la imagen del país lo que ya se está diciendo en la prensa internacional sobre el “presidente de telenovela” que se prepara para gobernarnos.
La verdad es que es más vergonzosa la caracterización que se hace en el mundo de la “democracia mexicana” como subproducto natural de la corrupción endémica de nuestro sistema político.
Desde el punto de vista diplomático, por otro lado, también es más costoso cargar seis años de desprestigio, que pasar por la sacudida que implicaría una sentencia del TEPJF invalidando la elección presidencial.
Muchos gobiernos y muchos ciudadanos del mundo saludarían esta sacudida, este inédito triunfo de la razón y el derecho en un país donde han campeado por décadas la corrupción y la impunidad.
Así como llegaron los reconocimientos, por puro protocolo, llegarían, ahora sí de verdad, los saludos al fallo del tribunal y los parabienes al pueblo de México.
También recibiría el presidente interino el respaldo de la comunidad internacional, que no dudaría en decir que se ha producido aquí el nacimiento de la democracia.
Lo que ha sorprendido al mundo, en un primer momento, es la aparente desmemoria de esos mexicanos, la mayoría según los cómputos, que “eligieron” a Peña Nieto.
Lo que no lo ha sorprendido en absoluto —conoce muy bien al PRI y sus malas artes— es enterarse después que millones de esos votos fueron comprados y que además se lavó dinero para realizar la operación. Bien ganada tiene el PRI en el mundo su mala fama.
Puede que aquí, gracias a la tv y la andanada de reconocimientos prematuros de Leonardo Valdés, la Vázquez Mota y Felipe Calderón, algunos se tragaran la versión de una elección incuestionable.
Puede que los opinadores que sostuvieron por meses, con base en las encuestas, que la elección estaba decidida se creyeran eso del nuevo PRI y hasta esgrimieran sesudos análisis para explicar su retorno.
En el exterior, sin embargo, ni los gobiernos, ni la prensa, ni las sociedades comulgan con ruedas de molino.
La corrupción y los malos manejos gubernamentales, la institución de la “mordida” y la conexión con el crimen organizado son rasgos asociados desde siempre con el PRI.
En el mundo la relación entre Peña Nieto y la tv y los “pintorescos”, por llamarlos de alguna manera, usos y costumbres de la prensa mexicana y su relación de sumisión con el poder, son de sobra conocidos.
Miedo a que se invalide la elección tienen esos que invirtieron en la compra de la Presidencia.
Miedo tiene el PRI que, con este nuevo crimen de lesa democracia ve amenazada, ahora sí, su sobrevivencia.
Miedo tienen los que ya se frotaban las manos haciendo un reparto prematuro del botín.
Miedo es el que les hace acusar a López Obrador de apostar a la ruptura institucional, cuando son ellos los que han hecho pedazos lo que quedaba en pie de las instituciones.
Y tienen razón de tener miedo. No hay crimen perfecto, dice el refrán, menos cuando el ladrón, en su desesperación, deja tantas pistas.
Los que no debemos tener miedo somos los ciudadanos.
Entre la inmundicia y la democracia no hay elección. En medio de la primera jamás florecerá la segunda. Tampoco la paz y menos la justicia.
Quien se conforme, se resigne, se acomode, se rinda a una Presidencia comprada estará abriendo las puertas de su casa a los bandidos.
Resistir a la imposición, exigir al TEPJF que invalide los comicios, no solo es un derecho, es un deber.
Atravesamos una circunstancia extremadamente grave. Es hora de que tomen, las instituciones y los ciudadanos, medidas igualmente extremas y graves.
Y no se trata de desandar camino. Al contrario. Así, con honestidad y patriotismo, con valentía y firmeza, enmendando la ruta, con la ley en la mano, se construye la democracia auténtica.
Este artículo fue publicado originalmente en Milenio.
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