¿El fin de la política?

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Por John M. Ackerman
Sin política, en el mejor sentido de la palabra, nunca podremos alcanzar la paz, la justicia o el bienestar. La política implica organización, lucha, regulación, resistencia, dignidad y construcción de alternativas. Como decía Aristóteles, el ser humano es por naturaleza un ser político que necesita trabajar con los demás para enfrentar juntos los peligros y sacar provecho de las oportunidades que encontramos todos los días.

La política se encuentra en todas partes: en la casa, la televisión, las elecciones, la cama, la Internet, la escuela, el Estado, el periodismo, el trabajo, la familia y las plazas públicas. En cada uno de estos ámbitos existe un gran potencial para construir focos de resistencia y de esperanza que, sumados con otros esfuerzos, podrían generar la transformación estructural que todos los mexicanos reclamamos al unísono.

Pero el aparato dominante hace todo lo posible por acabar con cualquier posibilidad de articulación de una oposición ciudadana y popular. El sistema vigente de corrupción institucionalizada desarrolla una estrategia perfectamente bien planeada de contrainsurgencia preventiva(Étienne Balibar dixit) con el fin de desmontar, desanimar y deprimir a la población para evitar la formación de anticuerpos democráticos capaces de derrotar al virus de autoritarismo neoliberal que está acabando con la nación.

Pero el PRIANRD no es cualquier virus. Su modus operandi se asemeja al del sida. No solamente ataca a su víctima, sino que de manera simultánea elimina cualquier posibilidad de autodefensa del organismo. Estas enfermedades son particularmente nocivos porque evitan la coagulación de esfuerzos colectivos que protegerían la integridad de sus huéspedes.

Desde la creación del PRI, en 1946, el sistema de oprobio ha trabajado arduamente para acabar con cualquier foco de resistencia colectiva. Hoy la mayoría de los sindicatos ya no representan a los trabajadores, sino que se dedican a controlarlos. Los medios de comunicación, en lugar de informar a la ciudadanía, fungen como correas de transmisión de la ideología del poder. Las escuelas, cada vez más privatizadas, en lugar de educar a los jóvenes en el compromiso público, fomentan las lógicas de la competencia y el consumismo.

Los recursos naturales y energéticos, en lugar de sostener la vida y financiar los servicios públicos de la nación, ahora se ponen al servicio de la corrupción y los grandes capitales internacionales. Las tradiciones culturales, en lugar de fomentar valores humanistas y comunitarios, cada día se comercializan y se extranjerizan más. Y los partidos políticos, en lugar de aglutinar utopías y proyectos de transformación social, se han convertido en meras agencias de colocación de empleo para los integrantes de una clase política cada vez más corrupta y desalmada.

Existen excepciones, desde luego, en cada uno de los ámbitos arriba mencionados. Sin embargo, la tendencia general es absolutamente transparente. El sistema dominante busca acabar con cualquier cosa que se parezca a acción política, con cualquier tradición que implique resistencia, con cualquier colectividad que luche por transformar el sistema, y con cualquier idea que implique crítica o esperanza.

La batalla histórica de los pueblos en la actualidad no es entonces solamente contra el neoliberalismo o la privatización, o en favor del espacio público y la democracia. Es una lucha mucho más profunda, que busca rescatar a la política en sí, como espacio de dignidad, de oposición y de transformación.

En consecuencia, las luchas por democratizar y fortalecer a los sindicatos, las universidades, los medios de comunicación, la cultura popular, los pueblos indígenas y los partidos políticos son simultáneamente batallas civilizatorias en favor de la transformación de la nación. Y los esfuerzos por hacer confluir estas diferentes luchas son nada menos que revolucionarios.

La antipolítica en todas sus manifestaciones está acabando con México. Ello incluye, desde luego, la antipolítica fomentada por las ONG temerosas de perder sus jugosos financiamientos internacionales, los intelectuales puros que privilegian su imagen pública por encima del destino del país y los periodistas que ponen más importancia en sus relaciones con el poder que con el pueblo.

2016 será un año clave para ir construyendo un nuevo bloque histórico capaz de poner fin a la relección interminable de los mismos de siempre. En momentos de tragedia, censura y crisis, como el que hoy caracteriza la nación, el silencio y laneutralidad falsa equivalen a la complicidad. Todos deberíamos aprovechar de estos días de descanso festivo para reflexionar sobre cómo pondremos nuestro granito de arena en favor de la esperanza y la justicia.

Hay que incluir una clara resolución política entre nuestros propósitos de Año Nuevo. ¿Cuáles acciones concretas realizarás tú durante el próximo año para rescatar a la política y contribuir a la transformación de México?

johnackerman.blogspot.com

Twitter: @JohnMAckerman

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