El experimento del gran hermano

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Por Jesús Antonio Camarillo

Había que hacer algo para erigir nuevas ilusiones. Los modelos se agotaban y el desencanto y la apatía podrían generar escenarios imprevisibles. ¿Cómo darle aire de democrático al sistema? ¿De qué manera plantar en el imaginario colectivo el ensueño de una auténtica ciudadanía? ¿Qué forma instrumental pudiera hacer las veces de un espejismo donde convergiera el optimismo, la demagogia y la perversidad?

Alguien en esa región levantó un día la mano y propuso el camino. Y al mero mero le gustó la idea. Habría que construir las candidaturas independientes. Ellas llevarían al pueblo la brisa fresca de la confianza. Traerían consigo el ímpetu del protagonismo ciudadano. Para ello, se cuidaron mucho las formas.  Tenía que construir un entramado libre de atavismos partidistas, cuando menos en el artificio legal. Para ello se buscaron los mejores leguleyos de la zona. Prepararon todo, modificando lo que hubiera que modificar. Por ende, la Constitución y las leyes secundarias se adecuaron a la medida.

Luego pensaron muy bien quiénes podrían fungir como los personajes. Alguien propuso que por las tierras del norte sería bueno concentrar la parte fuerte del platillo. Se aprovecharía la coyuntura para sacrificar a uno de tantos gobernantes que le estaban dando dolores de cabeza al poder central. Ahí se crearon fisuras a pedido, para dejar el camino limpio para empezar a construir la trama. Ahora habría que buscar al hombre o a la mujer. No batallaron tanto. En ese terruño sobraban los “echados pa’delante”.

De todos los posibles, agarraron a uno que le apodaban “El rudo”. No era ajeno al sistema, pues prácticamente toda su vida estuvo dentro del aparato del partido. Tenía poco tiempo de haber renunciado. Su perfil reunía los elementos requeridos. Un hombre que se pudiera vender como el paradigma de la libertad y la independencia. Malhablado, dicharachero, temerario. Desafiante dentro de los límites que el prototipo del diseño institucional estableciera.

Pronto, el experimento logró sus objetivos, cuando menos los más evidentes. La gente se mostró feliz con un candidato “sin partido”. Se generó la ficción de que no tenía padrinos ni factores reales de poder que lo apoyaran. La empatía populachera hizo las veces de bola de nieve. De pronto ya era el puntero. En todas las redes sociales era el protagonista y por los comentarios de los cibernautas se notaba que llegaron a idolatrarlo. Parecía que el pueblo era otro, pues adquirió nuevos bríos. Por unos días daba lo impresión de que los campos florecían más de lo habitual y las vacas llegaron a dar más leche. Todo por el efecto del “independiente”.

Así, su fama llegó bien lejos. De otros territorios llegaron personas queriendo conocer el milagro del independiente. No faltó el que intentó hacerle un altar, pero gracias a los más ortodoxos se impidió tal exceso.

Cabe aclarar que en otros lugares más pequeños, magias similares estaban ocurriendo. En uno de ellos, cuentan que un chamaco de veintitantos, de ojos rasgados, sin ayuda de nadie, salvo de su laptop, hizo algo semejante. Pero afirman los que saben que no en todos los lugares pasó lo mismo. En otra región fronteriza, por ejemplo, la candidatura independiente sirvió para armar grandes bacanales y el candidato se fue directo al infierno luego de que nadie le hizo caso.

Puede ser todo una gran leyenda, pero lo que sí sé de cierto es que luego del júbilo por los independientes reinó el silencio. Sólo de cuando en cuando se escucha la risa perversa del Gran Hermano. Suele contar, a su círculo cercano, que su plan va viento en popa.

Fuente: El Diario

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