El día después: 22-12-2012

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Por Rafael Landerreche*

El título de un par de películas apocalípticas sobre la guerra nuclear y el cambio climático es El día después y se puede aplicar al último apocalipsis (sobre supuestas profecías mayas) anunciado por la mercadotecnia, lo cual nos lleva al 22 de diciembre, el 15 aniversario de algo que sí tiene que ver con los mayas: la masacre de Acteal.

Las referencias cósmicas y apocalípticas no son del todo ociosas, pero no hace falta ir a los ciclos cósmicos milenarios para encontrar una metáfora adecuada a lo que sucedió en Chiapas. Una astronomía más casera nos dice que el 21 de diciembre corresponde al solsticio de invierno, lo que significa que la noche de ese día es la más larga del año. A partir de esa fecha, las noches se hacen más cortas y los días más largos, hasta llegar al equinoccio de primavera. Dicho de otra manera, más poética pero no menos exacta, a partir del 21 de diciembre la luz va creciendo y la oscuridad va disminuyendo.

¿Esto puede ser una analogía para lo que sucedió en Acteal hace 15 años? A primera vista no, pues ni se han disipado las tinieblas del conflicto no resuelto, ni la luz de la justicia ha vencido la oscuridad de la impunidad.

Pero visto más de cerca, la analogía encaja sorprendentemente, aunque para verlo haya que aventurarse a dar un paso que es como un salto en el vacío. El 21 de enero de 1998, a escaso un mes de la masacre, la diócesis de San Cristóbal de las Casas, encabezada por sus entonces obispos Samuel Ruiz y Raúl Vera, llegó a la Basílica de Guadalupe en su peregrinación anual. Siendo esta una práctica de todos los años, la peregrinación estaba preparada desde antes de la masacre de Acteal y, naturalmente, tras este terrible suceso, tuvo por fuerza que asumir un carácter diferente al que tenía originalmente. A este giro hicieron referencia los obispos en su homilía en la Villa de Guadalupe, pero de un modo tan inesperado que parece escandaloso.

Después de referirse a la estrategia de contrainsurgencia que llevó al auge de una violencia introyectada en comunidades de nuestro estado don Samuel afirmó que el objetivo original de la peregrinación (junto con la oración de rigor) era denunciar en todo el país esa situación de violencia tan deformada por algunos medios de comunicación. Pero la escalada de violencia llevó a la masacre de Acteal y “desde ese momento nuestra peregrinación dejó de ser camino de denuncia y… se convirtió más bien en la oportunidad de testificar la Buena Nueva.”

La verdad es que uno no puede leer esas palabras sin pegar un brinco y preguntarse ¿Leí bien? ¿O acaso se volvió loco don Samuel? La peregrinación era (muy comprensiblemente) de denuncia y después de Acteal… ¿se convirtió en anuncio de buenas nuevas? Pero no, no hay ningún error en la lectura y esas palabras se conservan escritas para que no haya lugar a dudas.

Para explicar de lleno su sentido habría que entrar a consideraciones teológicas que no es éste el lugar para presentar. Pero es posible encontrar en la perspectiva laica y en la historia de las luchas de los pueblos una aproximación que permite comprender que esas palabras no son un desatino. A lo largo de la historia, todas las revoluciones no han podido triunfar mas que en el momento en que los pueblos están dispuestos a dar su vida por una causa, como los mártires de Acteal la dieron por la causa de la paz. Así lo testimonia un buen número de frases lapidarias pronunciadas en diversos episodios de emancipación: Más vale morir de pie que vivir de rodillas, patria libre o morir, dadme la libertad o dadme la muerte, patria o muerte, venceremos. Ha habido en la historia revoluciones violentas (las más conocidas) y revoluciones no-violentas (las menos); la diferencia es que en las primeras los actores están dispuestos a quitar la vida a otros, en las segundas no. Pero unos y otros lo están a dar la vida por lo que creen. Y es esto, dar la vida, lo que permite triunfar a las revoluciones; lo otro, quitarla, es sólo accidental. Por sí mismo, estar dispuesto a quitar la vida no lleva a las revoluciones, sino a las carnicerías; de sobra lo hemos visto en México.

Por supuesto que no se trata aquí de masoquismo ni de ningún tipo de victimismo. Es un hecho de la vida. Pero naturalmente para que una revolución no-violenta triunfe, hace falta algo más que el gesto heroico de dar la vida; se necesita también saber comprender el mundo de la política y manejar el arte de la estrategia. Conjuntar conciente y deliberadamente estos diferentes elementos es precisamente lo que intentó hacer Gandhi. Y es lo que, por lo visto hasta ahora, no hemos sabido hacer en México. Por un lado existe una creciente conciencia entre movimientos políticos y sociales (desde Morena hasta los propios zapatistas, pasando por el 132, el Movimiento por la Paz con Justicia y otros muchos) de que, hoy en día, la lucha debe ser no violenta, de que en las circunstancias actuales recurrir a la violencia es casi irremisiblemente caer en el juego de los dominadores (como demostró lo ocurrido el primero de enero). Pero al no haber llegado al fondo profundo de donde emerge la fuerza de la no-violencia y al no ser concientes de las exigencias políticas, los resultados son decepcionantes y se genera, paradójicamente, lo contrario de lo que se busca; como decían algunos de los jóvenes que sufrieron la represión el 1º de enero: no somos guerrilleros, pero pronto lo seremos. Y los diseñadores de la contrainsurgencia sonríen satisfechos en sus sillones.

Ojalá la conmemoración de otro aniversario de Acteal, más allá de la reiterada denuncia (siempre necesaria) sea ocasión de reflexionar en las palabras con que culminó don Samuel su citada homilía: Que los que buscan la paz por los caminos de la justicia perseveren en su búsqueda sin responder a la violencia que padecen, convencidos de que el mal sólo se vence a fuerza de bien.

* Rafael Landerreche es asesor de un proyecto de educación alternativa en Chenalhó

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