El crujir de los regímenes

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Por Hugo Garciamarín

Si algo ha entorpecido a la discusión pública es pensar que los cambios de régimen sólo son aquellas transiciones en la manera en la que se distribuye formalmente el poder (de autoritarismos a democracias, por ejemplo) y que todo lo demás son en realidad alternancias o formas en que los sistemas políticos se ordenan a sí mismos para garantizar su subsistencia. Esto no permite ver las transformaciones profundas dentro de las democracias y si algo sale del encuadre tradicional simplemente está mal o es un retroceso hacia el autoritarismo.

Algo así ocurre actualmente en nuestro país. Las manifestaciones de elementos de la Policía Federal y la renuncia de Carlos Urzúa han sido vistas como consecuencia de la improvisación del gobierno y de la forma frenética de gobernar de Andrés Manuel López Obrador. Algunos no lo han explicado así, sino como acciones propias del talante autoritario del presidente, quien no escucha otras opiniones y desprecia la técnica. Si hay algún tipo de transformación, dicen, es en realidad en retroceso de la libertad. A su vez, y quizás de forma contradictoria, neoliberales de toda la vida han criticado al gobierno por no ser de izquierda y resultar más neoliberal que ellos mismos.

Pero en medio de esto hay algo que se nos escapa. Mientras la mayoría se ocupa en darle la razón o no al presidente, todo cruje alrededor. Fuerzas chocan entre sí avisando que algunas cosas se están reacomodando para no quebrarse del todo y que otras están cediendo por completo para abrir su paso hacia algo nuevo. Lo que hay no es un asunto de mera improvisación (pues de alguna forma gobernar siempre tiene una dosis de improvisar y acomodarse al contexto), sino de política: resistencias y disputas para darle dirección y contenido a lo que sea que está naciendo.

El viejo régimen cruje porque varios de sus elementos centrales no encuentran reacomodo en el nuevo orden político. Los partidos tradicionales no tienen representatividad, los órganos autónomos no tienen el lugar privilegiado que habían ocupado después de la Transición, algunos grandes empresarios han visto sus intereses trastocados e incluso son mal vistos por otros personajes empresariales que siempre guardaron recelo por su forma de enriquecimiento, y algunas organizaciones, como la Policía Federal, están siendo transformadas por completo.

Mientras tanto, el régimen naciente cruje porque hay fuerzas que buscan la hegemonía de la coalición gobernante y porque el partido en el poder no sabe cómo institucionalizarse. Por un lado, como ya he mencionado en Milenio y en El Soberano, la disputa entre neoliberales y el ala de izquierda es cada vez más transparente, con cierta inclinación favorable, por ahora, hacia los primeros. Por el otro, hay encontronazos propios de toda política: conflictos palaciegos para ver quién mantiene el control en las instituciones o quién se puede acercar a ocupar una posición privilegiada, así como la disputa por la presidencia del partido rumbo a su posible institucionalización.

Si parece que hay desorden es porque así es. Así son los cambios de régimen; de lo contrario sería, ahí sí, una mera alternancia. Los dos regímenes no dejarán de crujir hasta que haya un empate de fuerzas y, como resultado, nazca algo nuevo. En lo que eso sucede, podemos seguir empecinados en la futurología. Pero sería mejor que surgieran cronistas que nos pudieran dar cuenta de los detalles del advenimiento de la nueva república.

Hugo Garciamarín. Politólogo por la UNAM y la Universidad de Salamanca. Analista político y profesor  en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM.

Twitter: @hgarciamarin

Fuente: El Soberano

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