El campo neoliberal y el transicionismo

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Por Víctor M. Quintana S.*

Ojalá que los resultados de la Encuesta Nacional Agropecuaria (ENA) 2019 sean la última fotografía del campo neoliberal en México. Porque cuando ésta se realizó apenas empezaban a aplicarse los nuevos programas de la 4T para el sector.

Los resultados de la encuesta presentados por el Inegi y la Sader ofrecen información vinculada con los programas prioritarios de esta dependencia. Sería un buen punto de partida. La fotografía del antes. De un marco de 4 millones 650 mil 783 unidades de producción, se estudiaron 3 millones 667 mil 827 unidades que producen uno de los 25 cultivos o cuatro especies agropecuarias que se seleccionaron. Se tomó una muestra de 69 mil 124 unidades de producción.

Este estudio científico da la razón a los campesinos que desde hace muchos años se vienen quejando de los males que sufre el campo mexicano. Documentan su pesimismo: las añejas inercias y la inveterada problemática de nuestro agro siguen ahí, tozudas, rebeldes a cualquier transformación.

La famosa ley de San Garabato, comprar caro y vender barato sigue vigente: tres de cada cuatro productores continúan reportando como principales problemas el alto costo de los insumos y los energéticos y el estancamiento del precio de sus productos.

Después de muchos años y muchísimos millones de pesos transferidos a distintos esfuerzos de comercialización por parte de los productores organizados, ahora resulta que 53.1 por ciento de las unidades de producción de granos comercializan a través de intermediarios y 25.1 por ciento con el consumidor.

Las reformas neoliberales arrasaron con el crédito al campo al desaparecer o minimizar las instituciones de crédito y seguro agropecuarios. Sólo 8.4 por ciento de las unidades de producción obtuvieron algún préstamo, según la ENA 2019. Las principales fuentes crediticias fueron las cajas de ahorro, con 26 por ciento; seguidas de personas físicas o morales que compran la producción, con 20.5 por ciento, y Financiera Rural, con 16.9 por ciento. Hallazgo importante: los mecanismos solidarios y cooperativos de ahorro salen al rescate ahí donde la banca de desarrollo o comercial fallan. En tanto, sólo 5.1 por ciento de las unidades que obtuvieron crédito lo dedicaron a compra de maquinaria o equipo, lo cual indica que la modernización tecnológica se posterga. Un ejemplo: 60.2 por ciento de las unidades productivas utiliza coa o azadón, mientras sólo 29.2 por ciento emplea sembradoras.

Las prácticas agroecológicas siguen siendo minoritarias. Prácticamente dos de cada tres unidades de producción usan fertilizantes químicos y sólo una cuarta parte, abonos naturales. La falta de capacitación y asistencia técnica, así como la pérdida de fertilidad del suelo son reportados respectivamente, por 30.8 por ciento y 27.9 por ciento de las unidades de producción, como problemas en el desarrollo de las actividades agropecuarias.

Las mujeres siguen siendo minoritarias en la dirección de las unidades de producción y las y los jóvenes se alejan de las actividades del campo. sólo 17 por ciento de los productores agropecuarios, responsables de la toma de decisiones en las unidades de producción son mujeres. 89.9 por ciento de los productores tiene 40 años o más, 44.1 por ciento entre 40 y 60 años y 45.8 por ciento reportó una edad mayor a 60 años. Y se toma poco en cuenta que 23 por ciento habla una lengua indígena.

El mayor volumen de la producción de alimentos básicos se sigue concentrando en las unidades mayores de cinco hectáreas: 75.4 por ciento del maíz blanco, 99 por ciento de la producción de trigo. Las unidades mayores de cinco hectáreas representan 88.5 por ciento de la población sembrada de frijol de riego y 71.4 por ciento de la de arroz. La mayoría de esas unidades se ubica en el noroeste y norte del país.

Este es el panorama de un campo concentrado, excluyente e injusto, luego de casi 40 años de neoliberalismo. Habría que ver otro aspecto ir más allá de la ENA e investigar de cerca las resistencias de la gente. Las diversas prácticas que los campesinos y pequeños productores han implementado para sobrevivir. La potenciación de las economías familiares y las formas de economía social y solidaria que han puesto en marcha. El rescate de saberes ancestrales y su conjugación con tecnologías apropiadas para construir nuevas prácticas agroecológicas. Todo esto deben saberlo quienes dirigen el campo desde la 4T.

Ante esta fotografía del campo mexicano después de la batalla neoliberal, hay las tres opciones que señala Boaventura de Sosa Santos (https://www.alainet.org/es/articulo/209467): el negacionismo, que intente restablecer el neoliberalismo, más excluyente, con más vigilancia y represión. El gatopardismo, que reconoce que se deben hacer algunas reformas para asegurar el sistema actual, por ejemplo, hacer más inclusivos los programas de siempre, pero sin cambiar la devastación de la naturaleza y el productivismo-consumismo sin fin.

La tercera es el transicionismo. Un avance gradual, pero sólido hacia un nuevo modelo civilizatorio, basado en el cuidado de la especie humana, de la naturaleza. Es un horizonte utópico al que se debe tender con políticas públicas de diversos órdenes. En el aspecto de la agricultura y el medio ambiente implica una opción por la agroecología, por poner fin al extractivismo, proscribir los transgénicos y agroquímicos como el glifosato, una opción por apoyar la diversidad regional y étnica de nuestras unidades productivas.

Ésta debe ser la única alterativa para el campo que opere la 4T.

* Víctor M. Quintana S. Investigador-docente de la UACJ

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