De los gritos a los fusiles Barrett

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Por Epigmenio Ibarra

Lo mismo que hicieron en México contra Francisco I. Madero en 1910, en España contra la República en 1932, en Guatemala contra Jacobo Árbenz en 1954, en Chile contra Salvador Allende en 1973… lo hacen, por segunda vez en nuestro país, contra Andrés Manuel López Obrador.

La estridencia, el catastrofismo, las injurias, los rumores y mentiras de la derecha —esparcidos tanto en la prensa, como en el púlpito, la tribuna parlamentaria y ahora, además, en las redes sociales— suelen anteceder al estruendo de los fusiles; preparar el golpe.

A la tinta sigue la sangre. De los gritos y la violencia verbal de las y los parlamentarios de derecha, de sus diagnósticos desaforados sobre la situación del país y los gravísimos peligros que lo acechan, de los pronósticos apocalípticos de intelectuales movidos por la rabia, se pasa a las órdenes de exterminio.

“Sembrar el terror” fue la orden dictada por Francisco Franco, en julio de 1936, al alzarse contra la República. “Hay que eliminar, sin escrúpulos ni vacilación alguna —dijo Emilio Mola, uno de sus generales— a quienes no piensen como nosotros”.

A las masas, al pueblo, que los franquistas consideraban ignorante y maleable, había que enseñarle con sangre a respetar los valores tradicionales. Obreros, campesinos, estudiantes habían sido infectados por ideas que había que extirpar eliminando a quienes se atrevieron a pensarlas y difundirlas.

Con matices, esa forma de pensar de los conservadores sigue siendo, a pesar de los años, esencialmente la misma y es que la derecha, que es fiel a su historia, se ha regido, históricamente, por dogmas inapelables. Volver al orden, mantener el status quo era y sigue siendo la consigna que la mueve.

El anticomunismo cerval aprendido de las oligarquías europeas de finales del siglo XIX y principios del XX, radicalizado por Goebbels o Franco, en Berlín y en Madrid respectivamente, y modernizado por la CIA en Washington, sigue siendo, para los conservadores, la fuente de la que abrevan.

No importa que la amenaza roja ya no exista, que el muro de Berlín haya sido demolido en 1989, que el comunismo prácticamente desapareciera de la faz de tierra, para eso están ahora aquellos a los que, la derecha, tacha de populistas y considera igualmente peligrosos y execrables.

De Acción Nacional y la Falange Española en esa España ensangrentada a Acción Nacional y Va por México, no hay diferencias sustanciales. Más allá de la pretendida defensa de la democracia de los panistas, su racismo, su clasismo, el odio y el miedo que sienten, el olor a naftalina, los hermana con los falangistas. Por algo Felipe Calderón consideraba a Franco un modelo a seguir.

Dirán, estoy seguro, que exagero, y mentirán otra vez los muy correctos neutrales y objetivos líderes de opinión, e insistirán en que aquí nadie quiere dar un golpe y derrocar a López Obrador.

Afirmarán también que esta derecha, “moderna y democrática” —según ellos—, en nada se parece a la derecha golpista que apoyó a Huerta, a Franco, que operó contra Árbenz y contra Allende.

Es cierto que en la ecuación golpista del anticomunismo histórico les falta a los conservadores en México un ingrediente esencial; el ejército que, por su origen mismo y por la forma en que López Obrador lo ha incorporado a las tareas de la transformación, no está de su lado.

Le queda, eso sí, a la derecha conservadora —y ante la perspectiva de su inminente derrota electoral ese riesgo se incrementa— el potencial desestabilizador del crimen organizado —con el que han convivido— para pasar de los gritos al estruendo de los fusiles Barrett.

@epigmenioibarra

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