De dónde viene el poder del ‘narco’

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Por Epigmenio Ibarra

“Lo difícil en la guerra es saber la fuerza del enemigo”.
Napoleón Bonaparte

Entender el poder del narco exige recordar cómo y por qué se convirtió en la fuerza sanguinaria que, aun hoy, mantiene a México bajo asedio. El pasado debe ser revisitado cuantas veces sea necesario, si los crímenes entonces cometidos continúan impunes y siguen en libertad quienes los perpetraron.

A Felipe Calderón no solo le quedó grande el uniforme con el que se disfrazó. También para el puesto de comandante supremo, que asumió tras robarse la Presidencia, resultó tener una talla muy menor. Su urgencia de hacer la guerra, su desconocimiento total de las leyes de la misma, lo llevaron a decretar que los delincuentes eran el enemigo que había que aniquilar. Nunca midió la fuerza y el arraigo de los cárteles. Jamás consideró las consecuencias de sus actos. Con la complicidad de jefes militares y policiacos sedientos de poder y riqueza —como Genaro García Luna— desató el infierno.

La guerra, reiteraba Napoleón Bonaparte, es la forma en que obtienen legitimación inmediata y se consolidan gobiernos débiles que nacen en medio de una tormenta social o tienen un origen ilegítimo. El discurso de la unidad nacional frente a un enemigo que amenaza a la nación permite la supresión inmediata de las disidencias.

Para un pueblo que va a la guerra, bajo un bombardeo propagandístico masivo, quien alza la voz contra el gobierno es un traidor. Nada importa si esa guerra es necesaria, si el enemigo puede ser destruido, si es siquiera un enemigo real.

La ilusión óptica de la victoria rápida, la idea de que por las armas se conquistarán la paz y la seguridad, los desfiles, los “juguetes” bélicos (con Calderón jugando con ellos en cadena nacional) producen un contagio rápido y masivo de histeria patriótica.

La conciencia crítica —ya de por sí disminuida en medio de la turbulencia social— desaparece; el año 2006 en México con la vergonzosa aceptación del fraude electoral es el mejor ejemplo. Los medios se tornan espejo complaciente del gobernante en turno y solo unos cuantos advierten que al supuesto general le queda grande el uniforme.

Yo fui uno de los que alzó la voz, en 2006, contra Calderón y su guerra. Advertí que el despliegue masivo de tropas no impediría que las bandas criminales se movieran y actuaran a su antojo, que la ley de proporcionalidad de medios las haría responder al enorme poder de fuego de las fuerzas armadas, haciéndose de armas de guerra que vendrían de Estados Unidos. Alerté que la población civil quedaría atrapada entre dos fuegos y que la presión de Calderón sobre los mandos para obtener resultados provocaría crecientes y terribles violaciones a los derechos humanos.

Escribí también que en amplias zonas del país la ausencia del Estado o su simbiosis con el crimen organizado dejaría a la población a merced de cárteles que, a punta de “plata o plomo”, asegurarían así una inagotable capacidad de reposición de bajas. Insistí en que había que disputar la base social, ir por el dinero del narco y cerrar la frontera, pero de sur a norte para que no pasaran más armas y más dólares. Sostuve que a la cifra de muertos y desaparecidos había que sumar a sus familiares y que las heridas a la nación serían profundas y tardarían generaciones en cerrar.

De ahí viene el poder actual del narco: del viejo régimen. De la ilegitimidad de Felipe Calderón y su decisión criminal de hacerle la guerra.

@epigmenioibarra

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