Por Liébano Sáenz
López Obrador siempre ha señalado que no es un vulgar político que busque un cargo; no es impostura, eso es lo que él realmente cree de sí mismo; la cuestión es que tanto sus actos como su actitud dicen lo contrario, se proyecta como un político obsesivo del puesto de presidente de la República. Asimismo, queda claro que su rebelión contra la decisión democrática del pasado 1 de julio es la continuación de su proselitismo sexenal y el inicio de una nueva campaña anticipada hacia el 2018, como ocurrió en 2000 y en 2006, para así llegar al tan anhelado cargo de presidente.
AMLO, en perspectiva histórica, es un personaje que se ha ganado un importante lugar. Lo mejor de él ha sido proyectar indignación por la pobreza; lo peor, su inconmensurable intolerancia y su incapacidad estructural para asumir y actuar conforme a las reglas del juego democrático. Es un mal perdedor no por cálculo, sino por obstinación y fanatismo. Su convicción irracional sobre sus propias verdades contagia y su movimiento parece ser más religioso que social o político. Verdades reveladas, demonios que se definen y acomodan a la circunstancia, seguidores decididos por el poder de la fe, símbolos y un líder que al margen de las miserias humanas está convencido de que camina sobre las aguas.
En cualquier otra parte del mundo democrático la elección sería el fin del ciclo de la competencia por el poder. Aquí, con la tradición que ya instituyó este mal perdedor, hay que esperar la calificación por el órgano judicial. En demérito de la democracia, para los candidatos y los partidos se ha vuelto hábito impugnar el resultado para ganar con el voto del magistrado lo que no dio el de los ciudadanos. Así, se ha vuelto costumbre que el perdedor magnifique o invente las razones de su derrota. No hay autocrítica, sino explicaciones a modo; el catálogo de las justificaciones va aumentando a medida que se va escalando el conflicto poselectoral que se persigue.
La postura poselectoral de López Obrador es crónica anunciada. Que millones de votos sean la diferencia es irrelevante para él. La elección estuvo mal porque se perdió, así de simple. Tampoco importa que en los mismos comicios su alianza haya triunfado en el DF, Morelos y Tabasco; tampoco que en muchos estados su coalición haya tenido mayoría. La elección está mal solo porque él perdió. Desde la perspectiva de AMLO, contraria a los principios democráticos, al no ganar en las urnas, correspondería al tribunal la tarea de concederle la anulación de los comicios.
La realidad es que la elección del 1 de julio ha sido, por mucho, la más ordenada, equitativa y concluyente. No solo cuenta la significada diferencia en la votación de los contendientes y que el resultado para Ejecutivo y Legislativo muestre un aval a la pluralidad a través del voto diferenciado; no sobra agregar que fue muy concurrida, con normas de equidad monitoreadas y evaluadas regularmente, con un desempeño ejemplar en la cobertura noticiosa, la más vigilada, como el mismo López Obrador anticipó, y con una autoridad electoral que aprendió de sus errores, así como con candidatos que desplegaron con toda libertad su proselitismo.
La polémica poselectoral ha acrecentado la impresión, en muchos, de una elección plagada de irregularidades, una impresión no solo inexacta, también injusta con los millones de ciudadanos que con su voto o trabajo se esforzaron para hacer realidad una elección ejemplar. Quienes voluntariamente participaron como autoridades de casilla deben estar preguntándose si es cierto lo que dice AMLO que ocurrió, porque su experiencia indica que la elección fue ordenada, pacífica, legal y sus resultados transparentes. Por su parte, quienes emitieron su voto estarán preguntándose si vale más el voto de todos ellos, que suman más de 50 millones, que el delirio de Andrés Manuel.
En todo este proceso continúa llamando la atención la ambigüedad de Gustavo Madero, por ser contraria a la tradición democrática que ha caracterizado al PAN. Abonar a la causa que manda “al diablo a las instituciones” es una grave irresponsabilidad. Las razones de agravio se deben remitir, probar y examinar en el tribunal, no haciéndole el juego mediático a quien justamente hace seis años, con el insulto y la grosera descalificación de por medio, puso en entredicho el triunfo de Felipe Calderón. Con sus acciones, Madero se ha vuelto el aval más importante de quienes niegan a la democracia, a los ciudadanos y a sus instituciones.
Hoy, la justicia electoral tiene la palabra. Es muy positivo para el proceso que el magistrado Pedro Manuel Penagos haya hecho público que el órgano jurisdiccional resuelve en el expediente con los elementos de prueba que aportan las partes; nada deben importar las presiones mediáticas o las movilizaciones que se han vuelto la gran tentación del candidato perdedor, quien no cree en los ciudadanos y quien ha manifestado públicamente que tampoco cree en las instituciones. López Obrador, en su obsesión, ya dictó sentencia: si el Tribunal Electoral no se allana a lo que él ha resuelto, el mismo 6 de septiembre la emprenderá contra el órgano jurisdiccional. También eso es parte de una crónica anunciada.
El país debe proseguir su marcha. Los mexicanos demandan respuesta a sus problemas y anhelos por parte de los gobernantes. Son muchos los retos en la agenda como para perder el tiempo atendiendo una manía. La transición de administración debe ser ordenada, transparente y productiva. Los partidos y los legisladores que concluyen, también los que han sido electos, tienen la responsabilidad de un obligado ejercicio de autocrítica, deben actuar con prontitud para que los trabajos de la próxima legislatura sean punto de partida que convalide a la política y a las organizaciones representativas de la democracia.
Son muchos más los que demandan y anhelan dejar atrás el conflicto. Incluso en la misma izquierda, no son pocos los que están decididos a honrar su mandato y alejarse de la tiranía que les impone el mesianismo lopezobradorista. El país se encamina por la pluralidad. La corresponsabilidad es necesaria para las buenas cuentas que las fuerzas políticas deben al país. Pronto, también, habrá de iniciar el gobierno que debe dar cauce al anhelo por un mejor porvenir.
Este artículo del político chihuahuense Liébano Sáenz ha sido publicado originalmente en Milenio