nuestra casa común, producto de casi medio siglo de estudios llevados a cabo sobre el ecosistema planetario (ver: S. Weart, 2006, El calentamiento global,), es hoy por hoy determinante. La acumulación de evidencias, el perfeccionamiento de los métodos e instrumentos de análisis, que incluye sofisticados modelos, ha permitido concluir, cada vez con menor incertidumbre, que el
planeta tiene fiebre. La analogía con el cuerpo humano no sobra. Al contrario, confirma que el incremento de la temperatura es síntoma y anuncio de un desequilibrio sistémico, de un estado patológico de escala global, provocado por el propio ser humano convertido ya en una nueva fuerza geológica. Hay cierta belleza en este descubrimiento: el pensamiento objetivo no sólo ha revelado el fenómeno, sino que ha logrado explicarlo, decantar sus causas, y está en condiciones de trazar los escenarios futuros de acuerdo con la combinación de los factores que lo provocan.
Más de dos décadas fueron necesarias para que la opinión pública mundial quedara convencida de la validez de este descubrimiento; la COP21 lo certifica. Hoy todos los gobiernos de los países y sus sociedades se encuentran para buscar una solución concertada al problema. El desafío es descomunal, supremo y decisivo. Su mayor obstáculo consiste en vencer los intereses particulares de los individuos y de sus tribus
, sean éstas familiares, religiosas, ideológicas, políticas, territoriales, gremiales, económicas y un largo etcétera. Si la fracción pensante de la especie ha revelado el peligro y busca con denuedo su solución, la parte demente la combate y la torpedea mediante la negación, la evasión, la ignorancia o el cinismo, porque afecta sus intereses y creencias o los de su grupo o tribu. Se trata de los fundamentalistas del capital, el petróleo, el Estado, el crecimiento económico, la competitividad, el afán de poder (¿los machos y hembras alfa?); y de los fanáticos del consumo, el individualismo, la codicia y la egolatría. Nunca el interés total de la colectividad se mide, de manera tan frontal, con un número casi infinito de intereses particulares. Por lo anterior, como he señalado infinidad de veces, la más grande afectación del equilibrio de la naturaleza se conecta, y entra en sinergia, con la mayor falta de equidad social nunca conocida. No obstante, lo que se diga en la COP21, los 400 empresarios citados por Forbes y las 100 mayores corporaciones son los principales depredadores del planeta y los mayores parásitos de la especie humana. Hoy los gobiernos son, o tienden a ser, sus alcahuetes, cómplices o socios. Es esta la fracción de la sociedad humana global que impide alcanzar una solución efectiva al estado de emergencia, es el Homo demens, el mono demente.
Una mirada sin anestesia a nuestra historia (ver nuestro libro The Social Metabolism, 2014, Springer) nos revela dos hechos: que el proceso civilizatorio si bien continuo se fue dando de manera gradual, y que ocurrió justo cuando la naturaleza opuso un límite a dicho proceso. Dicho de otra forma, para civilizarse la humanidad civilizó a la naturaleza y viceversa
. Esto ocurrió con la domesticación del fuego, las plantas, los animales, el agua, los paisajes y los metales. ¿No estamos en una situación similar? El dominio o control de la crisis climática supone, ineludiblemente, el control y dominio de nosotros mismos; es decir, gobernanza mundial, tolerancia, concordia y especialmente la fórmula secreta
que permitió a nuestros ancestros del paleolítico y del neolítico sobrevivir y avanzar: cooperación, altruismo y comunalidad a todas las escalas. No hay, pues, salida a la crisis ecológica mediante los simples mecanismos del mercado o de la tecnología, que es lo que hoy domina en la COP21. Esa es una falsa ilusión. La gravedad de la crisis requiere de un cambio civilizatorio. El Homo sapiensdebe vencer al Homo demens.
A la memoria de Juan María Alponte, sabio y maestro.
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fuente: La Jornada