Claudio en su laberinto

0

Por Pedro MIguel

Claudio y su conciliábulo decidieron una fórmula distinta y de alguna manera, opuesta: la construcción de una figura “progresista” capaz de darle algunos mordiscos al electorado de Morena

El 11 de junio el Consejo Nacional de Morena aprobó un método a prueba de divisiones para seleccionar a quien coordinará la defensa de la 4T y asumirá el liderazgo del movimiento de la 4T. No se trata, en rigor, de definir una precandidatura y menos una precandidatura. A algunas mentes obcecadas de la burocracia electoral les resulta imposible comprender que la dimensión de este partido-movimiento va mucho más allá de los asuntos comiciales y que la regeneración del país pasa, desde luego, por disputar el poder político, pero no se limita a eso, ni mucho menos.

En la cancha de enfrente el escenario es muy distinto. Claudio no necesita una dirigencia, sino una candidatura. La dirigencia recae en él; le fue conferida por un puñado de empresarios y de políticos que quisieran seguir acrecentando por medio de la corrupción las fortunas fáciles que amasaron en sexenios anteriores. Necesitan, en consecuencia, una figura política obsecuente y obediente sin más programa que la restitución del gobierno como mero generador de negocios privados y represor de descontentos sociales.

Pero eso no basta. Por sí mismos, tales atributos difícilmente lograrían respaldo electoral más allá del cuarto o tercio de la ciudadanía que se dejó inocular por el odio clasista contra AMLO y de fobia a la revolución plebeya que él representa. Como pudo verse en los comicios de 2018, esa clase de personajes resultan mayoritariamente repudiables.

Sectores de la reacción oligárquica a los que habría que considerar más honestos que Claudio habrían querido apostar a la reconstrucción de una identidad política e ideológica por medio de un corrimiento a la ultraderecha. Tal vez piensen que el auge de los neofascismos en Europa, Estados Unidos y algunos países de Latinoamérica podría extenderse a México. A fin de cuentas, en el país vecino del norte Trump conserva un sólido respaldo a pesar de sus tribulaciones judiciales; en las más recientes elecciones brasileñas Bolsonaro logró reducir notablemente su desventaja ante Lula y algo similar ocurrió con el pinochetista José Antonio Kast en Chile en 2021.

Todo indica que Claudio y su conciliábulo decidieron una fórmula distinta y de alguna manera, opuesta: la construcción de una figura “progresista” capaz de darle algunos mordiscos al electorado de Morena o, cuando menos, ganar para la causa a esos ámbitos de clase media desencantadas con sus propios espejismos sobre la 4T y que han terminado por comprarse algunos lugares comunes de la propaganda reaccionaria: el gobierno de AMLO es machista y patriarcal, partidario de la devastación ambiental, enemigo de los derechos humanos, militarista, autoritario, antidemocrático y corrupto, entre otras patrañas metidas a martillazos mediáticos en no pocos cerebros.

Hay en Colombia un tipo que se parece a Claudio en varias cosas: se llama Rodolfo Hernández Suárez, apodado El Ingeniero; empresario, como el mexicano, se presenta como cruzado “contra la corrupción” y le gusta disfrazarse de progre. Pero a diferencia de Claudio, Hernández Suárez se tomó la molestia de incursionar en la política. Fue concejal de Piedecuesta y alcalde de Bucaramanga, y para competir en las elecciones presidenciales del año pasado se fabricó, siendo un reaccionario redomado, una imagen moderna y de avanzada; habló de matrimonio igualitario, derecho de parejas homosexuales a la adopción, derecho al aborto, adopción por parejas homosexuales, y legalización parcial de la mariguana. Demagogo feroz, al igual que Trump, El Ingeniero era capaz de prometer cualquier cosa con tal de ganar votos.

Pero Claudio y sus colegas del conciliábulo reaccionario no quieren sudar las fatigas políticas, o bien están conscientes de su nulo carisma, o ambas cosas, y por eso prefirieron inventar un perfil que, según ellos, puede hacerle a Morena un daño electoral significativo. El perfil se llama Xóchitl Gálvez. Es una empresaria que hizo carrera en los tiempos de la peor corrupción, el más abyecto autoritarismo y la frivolidad más ofensiva.

El huipil indígena, el pretendido origen humilde, la bicicleta ecologista, el incomprobable antecedente de una simpatía trotskista y el lenguaje grosero (como remedo de lo popular) son utilería. En la construcción de su candidatura, la sustancia es el plan restaurador que le redactará José Ángel Gurría, personero de los organismo financieros internacionales y las corporaciones trasnacionales que, junto con sus socios mexicanos –oligarcas y tecnócratas del prianismo– devastaron el país durante más de tres décadas.

Lo que no son capaces de entender los ideólogos de la derecha es que la engañifa no tiene futuro, porque el país cambió como resultado de un movimiento de millones comprometidos con la regeneración. Y no hay prueba más palpable de su triunfo que el afán de los derrotados del régimen anterior por hacerse de una candidatura de derecha pero con camuflaje de chaira.

Cosas veredes.

Twitter: @Navegaciones

Comments are closed.