Chiapas huele a indio

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Por Gaspar Morquecho

“bestias en figura de hombres

con colas y orejas de asno”

Francisco Ximénez, S. XVIII

 En realidad, la entrega que seguía era Chiapas autónomo y rebelde, sin embargo, una escena en el paisaje social urbano de San Cristóbal de Las Casas me invitó a recapitular brevemente el tema de los racismos en Chiapas y en particular el que se practica en Los Altos. Resulta que hace un mes en una de las calles que circundan la plaza central, una larga fila de hombres y mujeres indígenas se formaba de los cajeros de Bancomer a la esquina de Insurgentes. Iban a retirar sus dineros de alguno de los programas de “combate a la pobreza”. Lástima, me dije, no traía la fotográfica. Ayer esa larga fila se enroscaba en los límites de la fachada del banco. Ahora no invadieron las banquetotas frente a los hoteles Ciudad Real y Diego de Mazariegos. ¡Pues cómo! Si las banquetotas frente a esos edificios se construyeron para limitar el tránsito de los vehículos, evitar el estacionamiento de los mismos;  para que lucieran las fachadas de los hoteles y ampliaran su área de mesas cubiertas con sombrillas… NO para que la indiada hiciera filas. ¡Bastaba más!

Los racismos también vienen de lejos. De acuerdo al andresero Lucas Ruiz (1), el concepto de los ladinos queradicaron en San Andrés Larrainzar desde 1848 es, “exactamente el mismo juicio que emitió el fraile Francisco Ximénez en el siglo XVIII al considerarlos bestias en figura de hombres con colas y orejas de asno”. De acuerdo a Jan Rus la historia de la Guerra de Castas responde a las: “versiones racistas de los conservadores de siglo XIX”.

En la modernidad el racismo y los abusos de los ladinos eran costumbre, y la representación que hacían de los indios era ofensiva. En 1967 un misionero en San Juan Chamula narró:

“En el mes de febrero, celebran los indígenas las fiestas m;as grandes de la tribu (Carnaval), 15,000 chamulas de pura cepa inundan la explanada central del pueblo, que es al mismo tiempo centro ceremonial y capital de la raza…Negras pinceladas de grupos vestidos de cotones. Aquí y allá y por todas partes, temibles danzantes envueltos en pieles de animales salvajes. Hileras de Mashes ceñidos de trapos rojos y amarillos que van corriendo por veredas del pueblo con banderas muy altas y de muchos colores. Siete días de interminable orgía sagrada: de día en el centro del pueblo y de noche en los montes sagrados en donde ejecutan danzas, aullidos y cantos. En el primero de los días de la gran fiesta sacrifican tres toros cebados al pie de una añosa cruz. Después del sacrificio muerden la carne de las víctimas y beben su sangre caliente, y danzan con ritmo apagado de ollas rituales envueltos en el humo de muchos coraleros”.

En 1969, el mismo misionero hacía notar algunos “contrastes” religiosos:

“El 8 de febrero de catequista y nuevos cristianos habían ido a San Cristóbal a festejar al Sr. Obispo en la Santa Iglesia Catedral con cánticos espirituales, plegarias y celebración Eucarística. Al mismo tiempo, el pueblo de San Juan, era toda una Babilonia: unos danzando, otros haciendo práctica de curandería, unos tomando aguardiente, otros llorando, y cantando en un ambiente espeso de humo, de copal y polvo.” (Misión Chamula, 1980)  

En San Andrés Larrainzar, los ladinos residentes en el lugar metían su ganado en las milpas de los indios. Los robaban y los amenazaban de muerte si reclamaban: “Por qué llevas mi leña y mis elotes”, reclamaba el indio. El ladino respondía a golpes y mostraba su pistola y machete. “¡Está bien, ven a quitar tu leña y tus elotes! ¡Me das lástima! ¡Aquí te van a sacar en ataúd!”, amenazaba el ladino. Por ahí de la primera mitad de la década de 1980, un coleto compañero de trabajo me comentó que cuando niño le toco que “los indios de San Andrés lo cargaran sentado en una silla que cargaban en sus espaldas”. Su familia tuvo que salir de San Andrés en 1974 cuando los indios “rompieron la dominación del ladino”.

No falta el racismo paternalista ladino. Así les hablan a los indios: “marchantito”, “indito”, “mi’jito” (no importa si es un anciano). Durante las fiestas del Santo Patrón, algunos les permitían dormir en los corredores de sus casas, “los malvados mojaban el piso de su corredor”. Le siguen las ofensas: indio “haragán”, “mugroso”, “pendejo”, “salado”, “come cebollas”, “burro”, “bruto”, “come tu mierda”. El modelo ladino del “indio bueno” es el que era “humilde, se quitaba el sombrero, se cruzaba de brazos y se inclinaba cuando saludaba al patrón”; “trabajaba duro; era honrado y respetuoso”. El racismo, como algo universal, lo he visto y escuchado de los españoles musulmanes que llegaron a San Cristóbal en 1994: “si te acercas a un indio huele a perro” o  “su comida es una mierda”, decían por ahí del 2000.

En 1992, durante la movilización de protesta después de 500 años de dominio, una manta rezaba: “San Cristóbal es el centro de explotación y humillación de los indígenas”. Es verdad. La frase de una coleta es inolvidable: “San Cristóbal huele a indio”. Se escuchó por la radio local cuando los indios residentes en la Ciudad de Las Casa se resistieron el intento de desalojo de las plazas de Caridad y Santo Domingo (2001). En apoyo al desalojo de las plazas la coleta dijo al aire: “si vas por la calle huele a indio, si vas a una plaza huele a indio, si entras a un templo huele a indio, San Cristóbal huele a indio”. El 28 de octubre 2012, al menos de un millar de ladinos se manifestaron con ropajes blancos que encubrían ira, odio y racismos.

Fuente: Alainet.org

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