Por Javier Sicilia
Queridos compas:
Saludo la determinación que asumieron durante el Quinto Congreso Nacional Indígena de nombrar un consejo de gobierno “cuya palabra sea materializada por una mujer indígena delegada como candidata independiente para contender en el proceso electoral 2018”. Contra la estrecha univocidad de los discursos de las partidocracias y la imbecilidad de los actos criminales que los acompañan, le han dado de nuevo al país no sólo una lección de imaginación, dignidad y valentía. Le han dado también una bocanada de oxígeno en medio de tanta muerte, de tantas desapariciones, de tantas fosas clandestinas creadas al unísono por el crimen organizado y las fiscalías (recuerden las de Tetelcingo en Cuautla, Morelos, fabricadas no por Los Zetas, sino por un gobernador que se ostenta como un “hombre de izquierda progresista”).
Sin embargo, me parece que lo que esa determinación está esperando no es únicamente la respuesta de la consulta a la que, en otra de sus lecciones, someten cada una de sus iniciativas. Está esperando que la amplíen, incluyendo en ella un consejo extenso en el que haya también víctimas, estudiantes, colectivos de diferentes luchas, algo que permita –no he dejado de repetirlo– crear un verdadero gobierno alternativo de refundación nacional.
Muchos sufrimientos que ustedes han acompañado han caído sobre la nación desde hace 22 años, cuando ustedes –lo mejor que le ha pasado al país y al mundo– surgieron y fueron luego cercados por factores que no es posible exponer aquí. Pero también muchos otros movimientos –que habrían sido imposibles sin sus enseñanzas– han aparecido para mantener viva la reserva moral del país. Pienso, por nombrar los más conocidos, en el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD), en el #YoSoy132, en las policías comunitarias, en los padres de Ayotzinapa, en la Constituyente Popular Ciudadana y en la Fundación para la Democracia.
Sé que entre unos y otros hay diferencias –qué “mundo donde quepan muchos mundos” no las tiene–, incluso agravios. Pero sé también que nos une el hartazgo, la resistencia, la dignidad, el amor por la vida de los otros, la emergencia nacional y su tragedia humanitaria, y el sueño de refundar este país, de rehacer su suelo que, junto con nuestros hijos, nos es destruido de formas cada vez más brutales.
En 2011, lo recordarán bien, cuando el MPJD llegaba a Ciudad Juárez, ustedes propusieron un encuentro de víctimas en Oventic. No se dio. Ahora, cuando todos nos hemos convertido en víctimas de las partidocracias y la delincuencia, es, me parece, el tiempo de convocar a un encuentro así, pero amplio, al que asistan aquellas y otras organizaciones para intentar caminar juntos, y juntos intentar transformar a la nación. Se trata de reunirnos a conversar y a buscar ese camino juntos, para que juntos hagamos que “retiemble en su centro la tierra”, no con el “rugir del cañón”, sino con la sabiduría de lo humano. Si ese encuentro lo logra, habremos dado un inmenso paso. Si no, también lo habremos dado: reunir a las diversas “dignas rabias” de México, como ustedes las llaman, es ya en sí mismo abrir un camino en el bosque y descubrir un claro, aunque nuestros caminos no logren converger todavía. Ustedes, me parece, son los únicos que por el momento pueden convocarlo: han dado ya el primer paso con la determinación que asumieron el 14 de octubre. Tienen, además, la autoridad moral, la capacidad organizativa y el territorio para acogernos y cobijarnos, como lo han demostrado en cada encuentro que a lo largo de 22 años han realizado. Intentémoslo. Nada puede perderse –la imbecilidad del poder ya nos ha arrancado demasiadas vidas, demasiadas tierras y demasiadas cosas– y todo puede ganarse. Al menos eso me parece, queridos compas. Dejemos a un lado las diferencias y permitamos que desde las montañas del sureste mexicano resuenen estas viejas palabras: “En lo esencial, unidad; en la duda, libertad, y en todo, caridad”, para intentar trazar una ruta fundamental. Nos lo debemos porque el país ya no soporta más barbarie.
Walter Benjamin, que algunos de ustedes conocen y admiran, decía que las catástrofes son los resquicios por donde el Mesías y la Justicia pueden entrar en la historia para restaurar lo quebrado, la memoria y la vida de los olvidados, de aquello que han sido apartados por la fuerza irracional de los vencedores. Para el que sabe mirar de manera atenta, las señales ominosas de un tiempo así, como el que vivimos, son fragmentos en los que la posibilidad de la salvación se anuncia y nos llama a sostener una especie de esperanza, cuyo fundamento no es el de quienes creen que la historia, como la tabla del carnicero de Hegel, sigue un curso necesario, sino de los que habitamos en medio de la desolación, es decir, de los que hemos aprendido a desesperar de todo, y con todas las víctimas sacrificadas nos mantenemos, erguidos.
Ustedes, que son los maestros de esa extraña esperanza, tienen por lo mismo la palabra de la convocación. Muchos la esperamos, porque “tiempo es de que se sepa, / tiempo de que la piedra pueda florecer, / de que en la iniquidad palpite un corazón. / Tiempo de que sea tiempo. // Es tiempo”, queridos compas. (Paul Celan, en versión de José Ángel Valente.)
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a José Manuel Mireles, a sus autodefensas y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, boicotear las elecciones, devolverle su programa a Carmen Aristegui y abrir las fosas de Jojutla.
Fuente: Proceso