Por Francisco Javier Pizarro Chávez
El domingo pasado el presidente de la República en su conferencia de prensa “mañanera” dio por concluido el modelo neoliberal vigente desde hace 40 años en el país y, con ello, el arranque de la 4ta Transformación con el Nuevo Plan Nacional de Desarrollo en ciernes.
La declaratoria presidencial me sorprendió. Por pura coincidencia ese mismo día aborde en estas páginas el tema de si la 4ta Transformación tan controvertida, era una “realidad o un ensueño”.
Amlo dejó en claro que la 4ta transformación está en marcha, que no es ninguna utopía, aunque no definió cuales son sus ejes fundamentales y alcances.
Si bien es cierto que el Plan Nacional de Desarrollo es punto de referencia primordial para conocer cual es el rumbo y hasta donde se puede llegar, hay que estar atentos a la otra cara de la monedad: como se va a implementar.
¿Va a haber un cambio de fondo o una transformación innovadora?
La pregunta no es ociosa, porque no es lo mismo cambiar que transformar. El cambio es una ruptura con lo que está vigente. Es pasar de un extremo a otro, en tanto la transformación es un proceso para mejorar lo que ya se tiene.
Todo cambio conlleva obligadamente una disolución de lo viejo y lo pasado. Ejemplo señero de ello, son la Independencia de México, la Reforma Juarista y la Revolución mexicana, que el presidente llama la I, II y III transformaciones del país.
El cambio es cualitativo o atributivo mientras que la transformación es un proceso cuantitativo de una mutación innovadora de lo presente y existente.
Vista desde esa perspectiva conceptual la 4ta Transformación promovida por AMLO dista mucho de ser un cambio estructural del país, no porque no lo quiera él y los millones de mexicanos que le abrieron las puertas del Palacio Nacional, sino porque el contexto económico social y político, nacional e internacional no lo permite, al menos por ahora.
El modelo neoliberal, el sistema político y el régimen de gobierno hoy vigentes no van a transformarse por decreto presidencial como algunos ilusos consideran que es factible.
Lo que si se debe y se puede hacer es transitar otras rutas que permitan acotar, regular y sancionar conforme al Estado de Derecho, la corrupción y la impunidad que han socavado las finanzas del país, sus recursos naturales, causado un grave daño a la economía del país y propiciado una profunda descomposición social.
Se requiere también rescatar la soberanía nacional y sanear el sistema de partidos, el electoral donde hay que abrir las puertas a la segunda vuelta electoral, la revocación de mandato y la democracia participativa a los ciudadanos en la toma de decisiones del poder legislativo, judicial y ejecutivo.
Si no se abren esas rutas para fortalecer la democracia, el Estado de Derecho y la gobernabilidad, el perverso y corrupto amasiato del poder político con el poder económico que tanto daño a causado a los mexicanos, se mantendrá incólume.
La separación del poder económico con el poder político, desde mi modesto punto de vista, es una pieza clave para reconstruir y transformar nuestro país.
El vetusto y anquilosado régimen presidencialista de gobierno también debe transformarse.
México dista mucho de ser una república federal con una auténtica división de poderes, como lo establece la Constitución.
Predomina el autoritarismo y el centralismo, por la sencilla razón de que el presidente, los gobernadores o alcaldes– los poderes ejecutivos de los tres niveles de gobierno—son al mismo tiempo “jefes de Estado” y “jefes de gobierno”.
Por último, pero no por ello en última instancia, estimo que ninguna transformación o cambio se va a lograr, si no se reconstruye y sanea el tejido social.
La única alternativa para lograrlo es que a la par de la democracia política el Estado y sus instituciones, apoyen la democracia social, la cual se soporta en dos grandes pilares: 1) el respeto garantizado a los derechos y libertades de los ciudadanos y 2) el pleno respeto a sus derechos humanos, la igualdad, la justicia y su bienestar social.
Ya veremos y diremos.