Cada quien sus muertos

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Por Víctor Orozco

En el 2015 el terrorismo yihadista ha hecho su agosto, sembrando víctimas civiles por doquier. He aquí algunos de los registros de la prensa internacional: 19 de marzo: 154 muertos en Yemen; 2 de abril: 147, en una universidad de Kenia; 4 de julio: 38, en Túnez; 10 de octubre: 102 en Turquía; 31 de octubre: 224, en un avión ruso explotado en Egipto; 12 de noviembre: 41 en Líbano; 14 de noviembre: 127 en Francia. El 20 de noviembre: 29 en Malí. 

No se incluyen en este somero recuento los heridos, muchos de ellos mutilados e incapacitados de por vida. Son números escalofriantes, que provocan de inmediato una pregunta: ¿Por qué?. Un método antiguo para dar en el clavo de los misterios es “pensar a quien beneficia el crimen”. Desde luego, esto conlleva otros problemas, el primero de ellos identificar a los participantes, activos o pasivos, éstos casi siempre invisibles.

Los primeros detectados son los dirigentes del Estado Islámico, que actúan casi a la luz del día.

Ellos son  los promotores y organizadores directos de la ola de terror. Aparentemente los mueve la utopía de reconstituir el califato medieval, cuyos territorios comprendían el Medio Oriente, el norte de África y por lo menos la mitad de España. La idea es tan absurda como proponer el retorno del imperio mongol de Genghis Khan o el romano o el de los aztecas o el de los incas. ¿Cómo se hace posible ganar adherentes para un proyecto de este tipo y no sólo eso, persuadirlos para que estén dispuestos a entregarle sus vidas?. Se requiere una altísima dosis de fanatismo.

Sólo llevando la enajenación personal a sus extremos puede conducirse a individuos o a colectividades enteras a la abdicación de los distintivos básicos que nos hacen humanos: la racionalidad, el sentido de la convivencia con los otros.

La fuerza irresistible para conseguir tales objetivos es la religión. Lo ha sido a lo largo de milenios. Ninguna es tan poderosa como para hacer que los hombres ejecuten las acciones de mayor vileza e impiedad. Y sientan que son justas. Compite, ciertamente, con otras formas de enajenación, como la exaltación de la patria, la raza, el partido.

Pero, ninguna ha demostrado ser tan persistente, duradera e impenetrable por el raciocinio. Es de hecho, el control perfecto de las conciencias.

Contra el “Dios lo quiere” de los cristianos o el “Alá  es grande” de los musulmanes y que les ha autorizado u ordenado la muerte de los herejes y los infieles, no hay argumento que valga. No lo hubo durante siglos en los países occidentales, en cuyas sociedades se libraron largas batallas para secularizarlas y superar las tinieblas del fanatismo.

En cambio, gruesas franjas de los musulmanes, preservan intacta la estructura mental e ideológica que caracterizó al medioevo europeo. No son los únicos desde luego.

En Estados Unidos, como los señala Noam Chomsky, hay millones que creen a pie juntillas en una versión literal de la Biblia y por ejemplo están convencidos que el universo tiene unos cuatro mil años o que Dios guía la evolución de los seres vivos.

Pero, es en estas variantes del mundo musulmán que se agrupan en el Estado Islámico donde la enajenación religiosa se revela más pura y absoluta, apenas sí creíble en el siglo XXI.

Sin embargo, la explotación de la fe religiosa por sí sola nunca ha sido suficiente para provocar y sostener las guerras. Se necesitan otros ingredientes. Y aquí aparece, casi siempre  moviéndose en la oscuridad, el interés económico. El terrorismo aplicado desde entidades estatales no es nuevo en la historia desde luego. En gran escala hicieron uso del mismo Hitler, Mussolini y Stalin. El llamado Estado Islámico se ha hecho del control en ciudades y territorios extensos, donde opera como un gobierno de facto, así que constituye una mezcla de las organizaciones terroristas partidarias o privadas con las de un Estado, que cobra impuestos e impone exacciones a la población.

Lo temible de un aparato así, es que dispone de recursos pecuniarios gigantescos, como para colocar células de asesinos en decenas de países al mismo tiempo. Pero hay más, en este juego macabro del dinero. Los yihadistas operan una gran cantidad de pozos petroleros y venden el producto, negocio que les ha producido hasta un millón de dólares diarios.

Este hecho parece inexplicable, puesto que todas las potencias militares se han coaligado contra el ISIS. Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Alemania, Rusia, China. Sin embargo, allí están las imágenes de cientos de transportes llevando el petróleo a los puertos para embarcarlo. ¿A quien se lo venden?. Sin duda alguna a las trasnacionales que lo comercializan. No hay nadie más que pueda hacerlo. Están luego los traficantes de armas, desde los que producen los célebres fusiles Kalashnikov o cuernos de chivo hasta los fabricantes de las últimas ediciones de bombarderos y misiles. Sus contratos y entregas valen billones de dólares. ¿Cómo dejar ir la oportunidad?. Entre más intensas sean la tensión y la siembra del pánico, mayor el volumen de ventas.

La rivalidad y competencia entre los Estados, es un factor decisivo para abrir espacios al terror. Estados Unidos armó la oposición violenta contra el gobierno  de Siria, impulsando a los fanáticos radicales. El ISIS creció ante los ojos de todos y se convirtió en el Frankestein que ahora conocemos.

Los beneficiarios inmediatos de la política norteamericana tanto en Irak como Siria fueron las empresas petroleras y los grupos criminales que dominan las conciencias de cientos de miles de musulmanes. Estos intereses siguen alimentando al terrorismo, sin que, al parecer ni los bombardeos de las sofisticadas fuerzas áreas y navales, ni otras operaciones militares o de inteligencia hayan sido eficaces para detener a los autores del baño de sangre.

Tenemos a otros aprovechados.

En diversos países, las corrientes, partidos y personalidades de las derechas disfrutan cada atentado, porque ellos les proporciona argumentos para impulsar la carrera armamentista, el racismo y las campañas xenofóbicas.

Si no ganan las elecciones sí logran imponer sus agendas e inclinar a los gobiernos hacia sus proyectos, de otra manera inviables e impopulares. Basta leer o escuchar las declaraciones de las candidaturas republicanas en EEUU, para percatarse de la maniobra.

Todas las guerras son básicamente irracionales, pero ésta a la que cientos de miles de civiles que ninguna vela llevan en el entierro, le rinden tributo con su vida en Siria o en Irak y en hoteles, calles, aviones, centros de comunicaciones, de docenas de países, es sencillamente una aberración. Los más golpeados son quienes quieren dejar atrás los horrores y buscan refugio en los países occidentales. Vienen marcados con la sospecha de albergar a núcleos terroristas y además son víctimas de malos tratos e iniquidades sin fin.

Vemos pues que son varios los beneficiarios del crimen. En diferente grado ellos son los culpables de su comisión.

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