Bergoglio ante el capitalismo salvaje

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Por Eduardo Ibarra Aguirre

En el primer discurso de su pontificado sobre temas socioeconómicos, Jorge Mario Bergoglio hizo una severa crítica al culto del dinero y arremetió contra los mercados y la especulación financiera. También denunció las “consecuencias funestas” de la precariedad cotidiana de millones de personas, “invadidas por el miedo y la desesperación” incluso en los países ricos.

Al abordar lo que considera causas y consecuencias de la crisis económica que padece la aldea global, el papa Francisco dijo que durante ella “los propios seres humanos son considerados como bienes de consumo que pueden ser utilizados y desechados”.

Describió que en los países ricos “la alegría de la vida es cada vez menor, la indecencia y la violencia van en aumento, la pobreza es cada vez más evidente” y “la gente tiene que luchar para vivir y, con frecuencia, vivir de una manera indigna”.

El primer papa latinoamericano comparó la situación del millar de dueños de la aldea global con la adoración del becerro de oro de la antigüedad, que ha encontrado “un nueva y despiadada imagen en el culto al dinero y en la dictadura de una economía”, misma que no tiene rostro y carece de cualquier objetivo humano. Y Pidió una “reforma financiera ética” y a favor de los más desfavorecidos.

La extraña ocasión para pronunciar tan pertinentes palabras, el 16 de mayo, fue en la presentación de las cartas credenciales de embajadores ante el Estado que también preside el argentino desde el 13 de marzo, donde abordó la crisis financiera, sus causas y consecuencias. Para él “nuestra relación con el dinero, y nuestra aceptación de su poder sobre nosotros mismos y de nuestra sociedad” es una de las causas y “el origen último está en una profunda crisis humana”.

Mas el aparente afán de repartir responsabilidades para diluir las desempeñadas por el puñado de trasnacionales que dominan la economía global e influyen poderosamente en los gobiernos de sus países, se topa con el mismo juicio papal: El desequilibrio viene de “las ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera”, y por tanto niegan el derecho de control de los estados, encargados de salvaguardar el bien común. Se instauró una nueva tiranía, a veces invisible, a veces virtual, que impone de forma unilateral y sin remedio sus propias leyes y reglas. Y “reduce al hombre a una de sus necesidades, el consumo”.

La solidaridad “que es la riqueza de los pobres” y la “ética no ideológica” permiten, en opinión del papa, “crear un equilibrio y un orden social más humano”. Orden en el que “¡El dinero debe servir y no gobernar! El papa ama a todos, ricos y pobres; pero el papa tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promoverlos”.

Respeto, ayuda y promoción. No el pago de sueldos, salarios y prestaciones de acuerdo a la riqueza generada por cada quien. Mas reconoce Bergoglio que “No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles sus vidas”. Para él “Dios es considerado por estos financieros, economistas y políticos, como no manejable, incluso peligroso, ya que llama al hombre a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud”, acaso también la asalariada.

El capitalismo salvaje, con nombre y apellido, fue criticado el 20 de mayo por el obispo de Roma, pero si aquél impuso su hegemonía al orbe fue posible por los invaluables servicios prestados por Juan Pablo II a Washington y Londres para salir victoriosos en la Guerra fría y derrumbar al denominado socialismo real que significaba un contrapeso geopolítico.

 Utopía 1254

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