Por Tanalís Padilla*
“Mire, aquí había docenas de niños que no sabían leer. No había escuela ni esperanzas de que hubiera. Yo terminé con esa situación, llegué a Dolores, acondicioné el local y me puse a dar clases a los niños sin cobrar por ello un solo centavo. Esa clase de agitación hice aquí”.
La figura de Arturo Gámiz está asociada principalmente al asalto del Cuartel Madera en Chihuahua el 23 de septiembre de 1965. Esa madrugada Gámiz, junto con un grupo de campesinos, maestros rurales, normalistas y líderes agrarios, trataron de tomar el cuartel militar esperando incitar un amplio movimiento revolucionario. La estrategia falló y la mayoría de los integrantes, aun Gámiz, murieron en el intento. Quizás por el dramatismo de la acción, ese hecho se conoce más que la historia de movilización popular de los años anteriores. En esas movilizaciones los estudiantes de las normales rurales de Salaices, Saucillo y Aguilera fueron importantes protagonistas.
Descendiente de una familia que contaba con varios maestros y dirigentes populares, Gámiz nació en Súchil, Durango, en 1940. Diez años después sus padres se trasladaron a la Ciudad de México y en 1954 Gámiz estudió la prevocacional en una secundaria afiliada al Instituto Politécnico Nacional. La huelga estudiantil de 1956 en el Poli y la represión que le puso fin a su internado, formarían parte de su concientización. Cuando en 1959 Gámiz ingresó a la normal del estado de Chihuahua participó en movilizaciones estudiantiles, sobre las que apoyaban la lucha campesina. Su carisma, liderazgo y entrega pronto lo convirtieron en importante vía por la cual otros estudiantes se unieron a las marchas, manifestaciones y tomas de tierra del creciente movimiento agrario en el norte.
Gámiz llegó a Chihuahua en un momento de efervescencia social. Maestros rurales, campesinos, y normalistas armaban una fuerte lucha contra el latifundismo y la violencia caciquil. Gámiz se entregó en cuerpo y alma al movimiento y su liderazgo pronto se hizo sentir en una lucha social que, como pocas, logró unir al sector campesino, magisterial, obrero y estudiantil. “La juventud no puede quedarse callada ante la injusticia que son víctimas los campesinos”, proclamó en 1960. “Somos estudiantes pobres –continuó–, hijos de campesinos y de obreros. Por eso estamos aquí pidiendo al pueblo que eleve su voz de protesta, exigiendo justicia.”
En 1962 Gámiz se fue a vivir al Mineral de Dolores, comunidad cerca de la frontera con Durango que llevaba 28 años sin escuela. Gámiz se puso a dar clases en la plaza hasta que, junto con el líder campesino Salvador Gaytán, se logró recuperar la escuela que caciques habían convertido en establo de caballos. Gámiz luego escribiría que el Mineral de Dolores estaba dotado de recursos de donde “las compañías extranjeras se llevaron todas las riquezas y dejaron sólo ruinas, montes talados y nostalgia”. La miseria que ahora prevalecía, continuó, “no sólo se debe a que se acabó el trabajo de las minas, hay otra causa importante: se formó y enquistó un cacicazgo, un imperio de asesinos”.
Aunque Gámiz no estudió en una normal rural encarnó varios de sus principios. Su experiencia en el Mineral de Dolores parece sacada de un manual para profesores rurales durante el cardenismo: desplazarse adonde no hay escuela; dar clase a los niños; organizar a los campesinos; combatir el caciquismo. No sorprende que al abordar la cuestión estudiantil Gámiz expresaba especial admiración para normalistas rurales de quienes escribió, “tienen una alta conciencia y una unidad ejemplar que no es fácil de comprar”. Gámiz condenaba la actitud de quienes sostenían que la única misión del estudiante era estudiar, ya que llevaba a “convertir las escuelas en claustros y hacer que los estudiantes se tapen los ojos con los libros […] se olviden de su origen, se alejen de las masas populares y de las luchas revolucionarias, se hagan individualistas y envidiosos y se conviertan en reserva [de la burguesía]”.
Normalistas rurales que estudiaron durante esa época recuerdan las visitas de Gámiz a sus escuelas, los discursos que proclamaba en sus asambleas y el ejemplo de lucha que anteponía. Aunada con la participación de normalistas rurales en luchas obreras y campesinas, ya ni se diga en defensa de sus propias escuelas ante los ataques oficiales que se recrudecieron en la década de 1960, la visión y ejemplo de Gámiz marcó a toda una generación.
Ahora una nueva generación de alumnos de las normales rurales de Aguilera y Saucillo, junto con el Colegio de Egresados de Aguilera y la Federación de Jóvenes Comunistas, intentan crear conciencia sobre la lucha de Gámiz. Entre sus iniciativas está colocar un busto donde nació. Ello constituye parte de una larga tradición de rescatar la memoria popular, su historia ocultada, borrada y siempre despreciada por la visión oficial. Es una historia que no se aprende en la escuela ni en los libros de texto y no se conmemora en rituales cívicos, aunque es parte de una lucha contra la traición a los principios sociales de la Revolución Mexicana.
Conocer esta historia es el primer paso en una verdadera educación, una que comprenda el porqué de la rebeldía, de la guerrilla y de la agitación normalista rural. Como explicó Gámiz en entrevista con Sucesos para Todos cuando, tras incontables movilizaciones pacíficas que no habían dado resultados, había optado por la vía armada y era difamado por agitador: “Le voy a decir qué clase de agitación hice aquí. Mire, aquí había docenas de niños que no sabían leer. No había escuela ni esperanzas de que hubiera. Yo terminé con esa situación, llegué a Dolores, acondicioné el local y me puse a dar clases a los niños sin cobrar por ello un solo centavo. Esa clase de agitación hice aquí”.
* Profesora-investigadora del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Autora del libro Unintended Lessons of Revolution, una historia de las normales rurales, próximo a publicarse con Duke University Press.
Fuente: La Jornada