Adriana Terrazas y su Duartépolis

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Por Jaime García Chavez

No me detendré a explicar el por qué en México tenemos un federalismo que nos hace vivir en la esquizofrenia, pues en lo fundamental el país ha sido centralista. Tampoco lo que dispone el artículo 73, fracción III de la Constitución general, en torno a la formación de nuevas entidades del llamado -ni modo, así suele decirse- “pacto federal”. Son temas esenciales, pero no me ocupan ahora; hoy atenderé brevemente la propuesta de Adriana Terrazas, la candidata del PRI a la Alcaldía del municipio de Juárez, que se alcanzó la puntada, propia del folclor y la picaresca, de dividir al actual territorio del estado de Chihuahua para crear, en su zona norte, el estado de Juárez.

Suelen, las y los candidatos que están a la vista de una derrota inevitable, proponer las más descabelladas fantasías, pensando que así pueden lograr votos o rodear el fracaso con la supuesta búsqueda de altas metas. Estamos en presencia de una ocurrencia que se mueve entre esos dos extremos, porque el PRI no tiene ni futuro nacional, ni futuro en la frontera; su alternativa, insisto, es la golfería.

En esa región es evidente la quiebra de los partidos, antigua plaza fuerte del PRI y luego del PAN. La nueva ciudad mandó de paseo a ambos partidos, hoy la autoridad municipal la ejerce un independiente nominal, en realidad -por sus contenidos y su cultura- puestos en escena estos componentes, representan un pasado que no se ha ido y ese sí daña bastante, mientras no haya una solución de fondo para el ejercicio democrático del poder, a nuestra principal frontera.

No podemos esperar propuestas serias de la señora Terrazas. Quizá sería conveniente recomendarle que leyera la Constitución y las leyes para que se diera cuenta de que su candidatura le obliga a otra cosa. Pero no soy ingenuo, a la candidata, por su historia, la conocemos: cómplice del duartismo y el serranismo como pocas; sus actividades económicas privadas tienen un hilo muy fino que hace la frontera, si acaso la hay, entre las actividades lícitas y las que no lo son. Una pista está en los archivos del Instituto Nacional de Migración.

Pero cuál es, me pregunto, la irresponsabilidad del planteamiento: acudir en auxilio de su propuesta a las bajas pasiones del regionalismo, fuente de una larvada xenofobia que artificialmente pretende contraponer a la población de Chihuahua con la de Juárez. Cada vez es más frecuente la ira que se expresa contra los “chihuahuitas”. No se da cuenta que estas formas de hacer política se pueden conocer en sus inicios nefastos, pero no en sus resultados. La realidad es que los pobladores de Chihuahua, de cualquier región, vamos para 200 años de vivir juntos en el más grande girón que tiene el territorio del Estado mexicano. Tenemos sentido de pertenencia y lo sustentamos en una historia muy vasta, desde la Independencia hasta esta época contemporánea. No somos ni Serbia ni Croacia, ni queremos a un Serrano protagonizando a Milosevic. Solo ideas cimentadas en las bajas pasiones alimentan este divisionismo inviable. Y, ciertamente, no me opongo a la discusión del tema, pero me resulta contundentemente claro que en boca de Terrazas es simple y llanamente una frivolidad. Cualquier método lógico puede demostrarlo, reducirlo al absurdo sería uno de ellos, por ahora no lo intentaré.

Todas las regiones del país padecen las atrocidades de un federalismo nominal basado en la más alta discrecionalidad, y si bien la adhesión del federalismo data de la Constitución de 1824 y su campeón icónico fue Miguel Ramos Arizpe, que aparentemente derrotó al célebre Fray Servando Teresa de Mier, la tendencia subsistió refrendándose en las constituciones de 1857 y 1917, pero con una aclaración muy puntual: el sobrepeso cobrado por el presidente de la República (y a escala de los gobernadores) que se dedicaron paciente y tenazmente a asumir prácticamente todos los poderes, atormentando y negando en los hechos la visión federalista. Hoy, la Ley de Coordinación Fiscal más parece un estatuto de colonialismo interno que otra cosa. Los presidentes prototípicos de esto son Benito Juárez, Porfirio Díaz y, sin excepción, todos los presidentes posteriores a la Revolución de 1910 (salvo Madero), incluidos los de la última hornada panista: Fox y Calderón.

No se puede aducir que la mayor concentración poblacional esté en una parte del territorio de un estado para argumentar, por ese solo hecho, que debe haber un reconocimiento especial o alentar el separatismo. Si así fuera, por referirme al modelo estadounidense que fue el que se tomó en México, el estado norteamericano de California estaría convulsionado contra la capital Sacramento, pues el peso de Los Ángeles, San Francisco o San Diego, terminaría por imponerse en favor de alguno de ellos. Igual Texas, donde Austin no tiene punto de comparación con Houston o con Dallas; Nueva York tiene a Albany como capital y no a la gran ciudad que da el nombre al estado; en Illinois, Springfield sería nada, la ciudad de Chicago todo; en Michigan, Detroit aplastaría a Lansing. Ya es tiempo, quiero decir, de repensar el papel político y administrativo que tienen las capitales, en la línea ofrecida por el modelo ancestral, pero más en un mundo en el que las tecnologías de la información, comunicación y cibernética nos acercan tanto en esta materia que estar contiguos ya no significa nada; ya hasta se habla de gobierno digital.

Pero veamos las dolencias reales. Ciertamente Juárez tiene una población primordial, genera la mayor parte de los empleos, tributa por ende más y no tiene un trato justo y recíproco. Merece ser una ciudad mundial, pero carecemos de una política de fronteras a la altura del siglo XX y XXI. Más provincialismo nos atrasa. Concedo. Pero, entonces qué hacer con regiones como Jiménez, Camargo, Ojinaga, la sierra, el desierto. Les vamos a decir simplemente, como pretende la candidata, “adiós”, porque las canicas son de acá. No entiende que en efecto el problema puede ser el reparto del peso fiscal y las decisiones de eso que podríamos llamar “desarrollo regional”, más que crear el estado 33, para abonarlo a un federalismo caricaturesco que generaría muchos más costos en burocracia: un gobernador con todo su gabinete, con sus descentralizados, paraestatales y órganos autónomos, otro Congreso, otro Poder Judicial, y todo lo que se adosa a esto y que es muy conocido.

La candidata Terrazas, más que proponer esta sandez, debería explicarnos qué hizo ella para mejorar la relación del poder central en Chihuahua, pues estuvo entre las que decidieron por tres años el Presupuesto de Egresos del Estado y los gastó en apoyar a un gobierno que se caracterizó por una corrupción superlativa que se quiso prolongar en otro de los aliados duartistas, su compañero de partido, Enrique Serrano. Solo faltaría que lo quiera elevar a prócer y padre fundador de la mamarrachada que propone.

En el fondo y a lo largo de ochenta años de PRI, han sido los gobiernos de este partido los que han deformado más y más al federalismo, como para que ahora se levanten con la bandera de crear, en una campaña municipal, un nuevo estado donde no se necesita. Que hay mucho que reformar, no tengo la menor duda, pero es una canallada sostener necedades que, dicho sea de paso, están fuera de la coyuntura y del proceso electoral, salvo que se esté pensando en disolver al país ahora que se advierte que el régimen de corrupción e impunidad priista tose para hacer patente los estertores que lo aquejan y anuncian su defunción.

Que ha habido caprichos en todo esto, lo tengo claro. La familia Baeza, del PRI, introdujo la fuente tributaria de las casetas de peaje y en todo Chihuahua hay que pagar, y cuando digo todo, excluyo la vía que une la capital con la ciudad de Delicias, donde ha sentado sus reales esa casa gobernante que va para cuarenta años. Patricio Martínez en su reinado quiso hacer la ciudad Vallina, a un lado de Juárez. Que Juárez necesita más recursos, ni quien lo niegue. Que padece el centralismo, tampoco, pero han sido males provocados precisamente por los priistas que han gobernado a este estado y a la República y que son los colegas de la señora Terrazas.

Tengo como práctica nunca decirle a un ciudadano de Juárez que es un “juaritos”; la denostación que lanzan contra los habitantes de Chihuahua en diminutivo es una impertinencia, nos resta identidad y por ende capacidad de unidad para metas fundamentales, genera odio y no estamos para, in crescendo, buscarle escenarios vistos en Albania, Ruanda o Timor. Mídase candidata.

La propuesta es discriminatoria, su sustento está en las bajas pasiones. Es facciosa, quiere crear Duartépolis, o como dicen los italianos: Tangentópolis. En Chihuahua, como en Juárez, vivimos personas con diversos orígenes. En esencia la entidad es pluricultural y pluriétnica, hay pueblos originarios y nadie hasta ahora ha propuesto crear el “estado de la Tarahumara”; hay mestizos, criollos, mormones, menonitas, en fin una abigarrada mezcla de orígenes y culturas, como para andar a estas alturas prodigando la idea de que los vecinos que vivimos en Chihuahua no nos merecen en otras partes, especialmente en la querida frontera donde tiene asiento Ciudad Juárez. Hoy la meta es unir, crear convergencias, no disolver. La diputada parece aprendiz de bruja: quiere destruir lo que hay y que del futuro de los chihuahuenses se apiade dios, si al PRI ya no le alcanza.

En pocas palabras, que la candidata se deje de pamplinas. Que reconozca que su partido es el que ha gobernado y producido estos efectos, que no pretenda la balcanización en este momento de gran riesgo para el país. Surgirían los estados de La Laguna, La Huasteca y hasta se alentaría la hermana República de Yucatán, y por esa vía congraciarse con los enemigos que tiene el país en la era Trump.

En otras palabras, que entienda que la política de ahora no deduce sus premisas indispensables de una vida personal que solo puede sacar conclusiones de los giros económicos a los que se dedica, pero que están con una gran brecha de por medio cuando se trata de la vida y el futuro de un Estado: el mexicano, y dentro de él, el Chihuahua que arrancó en 1824, ligándose generosamente a la República y reconociendo a otros como sus hombres ejemplares. Por eso Parral lleva el nombre de Hidalgo, y hay Guerrero, Aldama, Camargo, Jiménez, Allende y, desde luego, Juárez.

Fuente: El Diario

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