Por Sanjuana Martínez
Bien dicen que para entender el dolor de alguien, es necesario ponerse en su lugar. Pero esa capacidad de empatía no la posee Enrique Peña Nieto. Tampoco tiene la cualidad cognitiva de percibir lo que otra persona pueda sentir.
El Ejecutivo carece de ese sentimiento de participación colectiva afectiva. Algo ha atrofiado su sistema emocional: El poder. El dolor de los demás le es ajeno. No le afecta. Es incapaz de sentir el sufrimiento de los otros.
Su abstracción afectiva y su analfabetismo emocional los ha dejado patentes en su última referencia al crimen de estado de Ayotzinapa. Peña Nieto pide a los mexicanos que “superen” la desaparición forzada de 43 normalistas. Quiere “borrón y cuenta nueva”.
Para el señor Peña lo importante es que los mexicanos aprendan que el desafío verdadero de este país es hacer de la adversidad virtud, dejar atrás esos acontecimientos traumáticos que han provocado un sismo en los cimientos del gobierno.
Peña Nieto pretende que los mexicanos superen el dolor, porque se trata de un dolor nacional que está afectando las inversiones. México no puede detener su boyante marcha hacia el estrellato mundial. Su llamado a seguir avanzando para no quedarse parados en Ayotzinapa, es bajo el insólito argumento de la reconciliación.
Total, qué significan para el gobierno 43 normalistas desaparecidos por la policía de Iguala. No eran ricos, no eran importantes, no eran hijos de ningún político, ni mucho menos parientes de él. Esos chicos pobres de una normal rural pobre, habitantes de uno de los estados más pobres, no figuran en las estadísticas de ficción que hablan de un México próspero, pujante, que gracias al remate de Pemex, estará próximamente en los primeros lugares de inversión energética del mundo.
En fin, esos 43 jóvenes normalistas no pintan para nada en el Plan Nacional de Seguridad del señor Peña Nieto, “Por un México en Paz con Justicia, Unidad y Desarrollo”. Al contrario, los 43 normalistas le estorban para el desarrollo de las 10 acciones para “mejorar la seguridad, la justicia y el Estado de Derecho” en México.
Por tanto, es lógico que el señor Peña pida resignación. A él le conviene dar la vuelta a la página. Desea que todo este movimiento social a raíz del crimen de Estado de Ayotzinapa sea solo el recuerdo de una pesadilla transitoria, pasajera.
Su mejor argumento para olvidar la desaparición forzada de 43 estudiantes es que México, no puede detener su marcha, su bonanza financiera, su esplendor económico. Con lo bien que le iba al señor Peña con su batería de magníficas reformas, todas ellas pensadas para beneficio propio y de sus amigos.
Y no debería sorprendernos la indolencia de Peña Nieto. Un hombre que fue capaz de superar tan rápidamente la extraña muerte de su esposa, es capaz de “superar” también, en un corto plazo, la desaparición forzada de 43 normalistas.
Es evidente que la inteligencia emocional no es una de las cualidades del Ejecutivo. Por tanto, no debería sorprendernos que un hombre que es capaz de discriminar a su propio hijo, de olvidarlo prácticamente, de no verlo desde que llegó a Los Pinos, es capaz de olvidar también rápidamente a 43 estudiantes. La extraordinaria capacidad de desapego afectivo de Peña Nieto no está en cuestión.
Tampoco nos debe sorprender la manera en la que sostiene sus relaciones amorosas. Los escándalos que cubren su trayectoria de mujeriego, nos ofrecen la imagen de un hombre capaz de mentir, ser infiel e incluso cruel con sus parejas.
Es necesario seguir analizando el lado afectivo de Peña Nieto para entender sus disparates. ¿Superar?… ¿Podría acaso Peña Nieto superar la desaparición forzada de uno de sus hijos?
Ciertamente resulta indignante su petición. ¿Cómo espera el Ejecutivo que el país entero supere una tragedia de las dimensiones de Ayotzinapa? ¿Qué tan arriba está colocado Peña Nieto en su torre de marfil para no escuchar el clamar popular por ese crimen de Estado? ¿Cómo es posible que los rostros de esos 43 jóvenes no le conmuevan? ¿De qué está hecho el corazón de Peña Nieto?
Seguramente la noticia de que uno de los restos encontrados en Cocula es del normalista Alexander Mora Venancio, tampoco conmovió a Enrique Peña Nieto. Y si él quiere, superar algo, que lo supere.
Los mexicanos no tienen porque atender sus peticiones. La sociedad civil ha demostrado su hartazgo, su cansancio en las calles. Ha salido a protestar llena de un vigor imparable, el reclamo de justicia, el fin de los privilegios para la clase política corrupta e impune.
Ayotzinapa se ha instalado en México. No solo no lo vamos a superar, sino que vamos a seguir exigiendo un cambio radical en la forma de gobernar un país. No solo no lo vamos a superar, sino que el reclamo principal de renuncia Peña Nieto continuará retumbando las paredes de Palacio Nacional. Ese grito al que le tiene miedo, pavor, continuará en las calles, aunque no le guste la frase “Renuncia Peña Nieto”. Pero se tendrá que acostumbrar. Deberá aceptar su destino manifiesto.
Y para ello, lo perseguirán 43 normalistas de por vida. Por lo pronto, Alexander Mora Venancio, ya se convirtió en su sombra:
“Compañeros, a todos los que nos han apoyado, soy, ALEXANDER MORA VENANCIO. A través de esta voz les hablo. Soy uno de los 43 caídos del día 26 de septiembre en manos del narcogobierno. Hoy 6 de diciembre le confirmaron los peritos Argentinos a mi padre que uno de los fragmentos de mis huesos encontrados me corresponden. Me siento orgulloso de ustedes que han levantado mi voz, el coraje y mi espíritu libertario. No dejen a mi padre sólo con mi pesar, para él significo prácticamente todo, la esperanza, el orgullo, su esfuerzo, su trabajo y su dignidad. Te invito que redobles tu lucha. Que mi muerte no sea en vano. Toma la mejor decisión pero no me olvides. Rectifica si es posible pero no perdones. Este es mi mensaje. Hermanos hasta la victoria”.
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Fuente: Sin Embargo