Washington, entre Lozoya y Ayotzinapa

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Por Epigmenio Ibarra

Se la juega López Obrador con su visita a Washington. De eso se trata la política: de jugársela, cuando el país lo exige. Entrevistarse, en tiempos electorales, con un personaje inestable como Donald Trump es una maniobra de alto riesgo, de esas a las que el tabasqueño está acostumbrado y de las que, en lances similares, ha salido fortalecido.

No llegará esta vez a la Casa Blanca un presidente mexicano débil y cuestionado, esclavo de la ilegitimidad de su mandato, sumiso y necesitado de la ayuda de Washington para librar —bajo sus órdenes, en defensa de sus intereses y con su apoyo logístico— una guerra sangrienta e inútil, como Felipe Calderón.

Tampoco entrará en la Oficina Oval un hombre como Enrique Peña Nieto, cuyo “exitoso mandato” se vino abajo con la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa y quien llevaba a cuestas el pesado fardo de la atávica y escandalosa corrupción de su partido y de propio su círculo cercano.

Esta vez llegará a Washington un hombre que, en las urnas y en elecciones limpias y auténticas, no solo arrasó con uno de los regímenes más represivos, corruptos, longevos e impresentables de la historia reciente del mundo, sino que ha sabido —desde que tomó posesión— evitar el conflicto con Trump y además renegociar exitosamente —contra todo pronóstico— el acuerdo comercial entre los dos países y Canadá.

No es lo mismo sentarse a negociar con un “aliado” obsecuente como Calderón, o con un presidente en caída libre como Peña Nieto, que hacerlo con el hombre cuya victoria electoral asombró al mundo y cuyo pensamiento de izquierda heterodoxa, pragmatismo y amplia experiencia de lucha, suele descolocar o seducir a sus interlocutores.

Superar la crisis económica provocada por la pandemia es, para ambos países, lo prioritario. Eso, quizás, solo quizás, lleve a Trump a controlar sus habituales desplantes. Obstaculizar el arranque exitoso del acuerdo comercial sería un acto suicida. López Obrador toma un riesgo necesario y lo hace para beneficio de México, pero también de los Estados Unidos.

El viaje se produce justo cuando se anuncian dos hechos que también lleva López Obrador bajo el brazo y que habrán de significar, en el corto plazo, dos golpes por debajo de la línea de flotación al viejo régimen y a la ruidosa oposición que busca la ruptura del orden constitucional: el regreso voluntario de Emilio Lozoya, para colaborar con la Fiscalía General de la República, y el inicio de la demolición de la llamada “verdad histórica” en el caso Ayotzinapa.

Si Lozoya dice todo lo que sabe —como esperamos lo haga en Nueva York Genaro García Luna— tanto el mandato de Calderón como el de Peña Nieto perderán esos matices idílicos con los que los quiere pintar la oposición. Ese atajo de ladrones que los integraron quedará al descubierto; no habrá “pasado glorioso” que venderle a ningún incauto y sí habrá condenas de cárcel para gobernantes y funcionarios corruptos.

Que en Ayotzinapa se conozca la verdad y se haga justicia representa el quiebre del principio fundamental sobre el que se levantaba el viejo régimen: la impunidad. Que caigan desde los efectivos de la policía municipal hasta los mas altos mandos federales implicados, por acción u omisión, en la desaparición de los estudiantes y en el proceso de obstrucción de la justicia, pondrá fin a una era y sentará las bases definitivas para la no repetición de estos crímenes de Estado.

Esas poderosas cartas de transformación acompañan también a López Obrador a Washington.

@epigmenioibarra

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