Violencia: Sigue la mata dando

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Por Francisco Javier Pizarro Chávez

La violencia criminal ya no solo se incrementa y extiende a lo largo y ancho del país día a día. Se exacerba a niveles sádicos como ocurrió el domingo 23 de febrero en Puebla, donde fueron asesinados sin motivo alguno tres inocentes estudiantes de Medicina — el veracruzano Francisco Javier, alumno de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) y los colombianos Ximena y José Antonio, de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAP) y el chofer del Uber José Emmanuel, que contrataron para que los trasladara a eso de las 22:00 horas al Carnaval de Huejotzingo, el domingo 23 de febrero, los cuales fueron localizados al día siguiente asesinados con armas de fuego de alto calibre en el poblado de Santa Ana Xalmimilulco.

Y subrayo que ese crimen se realizó sin motivo ni beneficio alguno, porque tuvo como origen una reyerta entre la colombiana Ximena y su agresora Lisset N que la quiso despojar del sombrero azul que portaba en el Carnaval, en el momento en que ella y sus compañeros se disponían a subir al Uber para regresar a Puebla, según las evidencias que ha indagado la fiscalía de justicia poblana y el video captado por una cámara que ha sido difundido en diversos medios de comunicación.

En venganza por no haber logrado quedarse con el sobrero, Lisset N, su padre Pablo Jesús N y su hermano Ángel N, los tres adictos a las drogas e integrantes de un grupo de roba carros y transporte de carga, siguieron al Uber en que se transportaban los estudiantes de Medicina a los que dieron alcance y asesinaron junto con el chofer a mansalva, con armas de alto poder que descargaron a todos ellos, pero en particular a Ximena que fue la que más disparos recibió.

No pretendo hacer una narrativa policial de este lastimoso suceso que como señalo en el encabezado de esta Reflexión en Voz Alta, es desde mi modesto punto de vista una muestra mixta de dos fenómenos sumamente peligrosos: la sociopatía y la psicopatía.

¿Qué enlace y diferencias hay entre una y otra? Trataré de ser lo más preciso y conciso.

Los psicólogos que consulté tienden a definir que los dos grupos tienen mucho en común pero también factores diversos. Ambos tienden a ser encantadores, no obstante que son incapaces de empatizar (identificarse con alguien y compartir sus sentimientos).

Los sociópatas se pueden refugiar en sus casas y aislarse de la sociedad, como indudablemente fue como empezó esa familia que con lo que hicieron en el caso de los estudiantes poblanos, cruzó la línea y dio el salto a otro nivel todavía más pernicioso: la psicopatía,

Los psicópatas son peligrosos, tienden a la violencia y la crueldad. No muestran remordimiento por sus actos de los que sí tienen juicio. Son capaces de cometer crímenes a sangre fría; anhelan el control y la impulsividad, poseen un instinto depredador y atacan proactivamente, no como una reacción a la confrontación como lo demostró abierta y fehacientemente la familia “N”.

La psicopatía es un trastorno antisocial de la personalidad. Se caracteriza por una alteración de carácter o de la conducta social y no comparte ninguna anormalidad intelectual. La tesis de que es un factor genético o neurológico no está aún aclarada por la ciencia.

De lo que no hay duda es que los psicópatas han crecido en un ambiente de poca atención y poco cariño hacia ellos en su infancia, con continuos actos de violencia hacia otros compañeros de escuela.

Los síntomas que los identifican es que son fríos y calculadores; se muestran distantes y ajenos a los sentimientos del prójimo; son manipuladores; no siguen las reglas de convivencia normales por lo que no les importa cortar la línea de lo correcto; les atrae el riesgo; distinguen lo que es el bien y el mal, no tienen relaciones estables con sus semejantes; los sentimientos no les importan y no tienen miedo de ser castigados ni arrepentimiento alguno de sus actos criminales.

Lo ocurrido el domingo anterior al de esta semana, lamentablemente no es un caso aislado. Pululan este tipo de actos psicópatas en todo el país y particularmente en relación a los feminicidios y las desapariciones y abusos sexuales de niños y niñas, y, desde luego también los homicidios cometidos por el crimen organizado.

La violencia ciertamente es genérica, pero no hay duda alguna que se ha acrecentado en mujeres e infantes.  De 2015 a 2019 fueron asesinadas 356 niñas menores de edad.

Las entidades federativas con más violencia a niñas y adolescentes en ese período, fueron El Estado de México (63 casos); Veracruz (37 casos); Jalisco (27 casos) y Chiapas (23 casos).

El 2019 fue el año de más violencia de género. En promedio se registraron 8 feminicidios por mes. En los dos meses iniciales del 2020 la tasa de feminicidios se ha incrementado a 10 por mes, según lo han señalado organizaciones feministas diversas, lo que es sumamente preocupante, aunque no falte quien señale que los homicidios generados por el crimen organizado son aún mayores, como “presumen” los “machistas” lo que, si bien es cierto, socialmente es otro ramo muy diferente al que por supuesto debe ponérsele freno, pero no se asemejan en nada con las muertes violentas por razones de género.

Los asesinatos entre grupos de bandas y grupos del crimen organizado se generan por el control territorial de regiones más fértiles y abruptas en las que siembran la mariguana y la amapola, las zonas donde establecen laboratorios en los que procesan drogas opiáceas y rutas más viables para su tráfico a Estados Unidos, que es su principal consumidor de drogas, el más rentable financieramente y, por supuesto, el que les surte el armamento más potente, para hacerle frente al Estado Mexicano, su ejército, marines, la Guardia Nacional y policías estatales y municipales, que no tienen los recursos financieros, personal capacitado, ni el armamento que los narcotraficantes poseen.

Los homicidios por violencia de género (feminicidios) por el contrario son fruto de la discriminación, opresión, desigualdad y violencia sistémica por ser mujeres.

Los hombres que asesinan mujeres sean esposas o no, consideran que tienen derecho a ello porque son “superiores”; por placer o deseos sádicos hacia ellas, porque la consideran como una “propiedad” o para demostrar quien tiene el poder, el dominio y control en la familia y en la sociedad.

Es relevante dejar en claro, sin embargo, que no es sano circundar entre lo blanco y negro; que es necesario que todos, gobiernos, partidos, legisladores, poder judicial y ciudadanos nos demos a la tarea de indagar y analizar el porqué, cuándo, cómo y dónde se gesta la violencia de género, para que quienes buscan generar una estela de indignación y miedo no manipulen y enajenen a los ciudadanos con fines políticos.

Mi hermana Alma Rosa me escribió respecto a este tema dos opiniones muy acertados:

“La decadencia moral, la descomposición familiar, el nulo interés por el prójimo y la carencia de empatía es lo que nos tiene en este punto de quiebre donde estamos cayendo en la psicosis generalizada sin meditar nuestra responsabilidad como ciudadanos, como individuos o simplemente como progenitores.

La estructura psicosocial, emocional y conductual está carente de verdaderos cimientos que son los valores. Ellos determinan la calidad humana que poseemos y que proyectamos. Triste es ver la mezquindad y la falta de sentido humano de todos aquellos que se cuelgan de un hecho tan trafico como la muerte de un infante, para lograr propósitos políticos, causando más daño que solución”.

Veremos y diremos si el Estado sigue indiferente a la estela de indignación y miedo que se está fomentando para manipular a los ciudadanos con fines políticos o se aboca a impulsar políticas públicas que pongan freno a la violencia de género.

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