Por Epigmenio Ibarra
Mientras en otros países enormes multitudes salen a las calles en defensa de sus derechos, aquí, la correntada ciudadana que iluminó la primavera, ha disminuido notablemente.
Mientras en otros países la respuesta cívica es proporcional al tamaño de los agravios cometidos desde el poder, aquí, ante agravios de tan gran calibre que deberían ser intolerables, nuestra respuesta se queda corta.
Ya se va, impune, Felipe Calderón Hinojosa, el hombre que ensangrentó y empobreció a México, en medio de festejos autocelebratorios.
Ya llega, a sustituirlo, el hombre que compró la Presidencia: Enrique Peña Nieto. A la mala los dos accedieron al poder. A la mala lo ha ejercido el primero y a la mala habrá de ejercerlo el segundo.
Ni uno se ha ido del todo ni el otro ha comenzado a gobernar y ya, de la mano, actúan impulsando una reforma laboral que hará que muy pronto el presente de España, Grecia, Portugal sea nuestro futuro.
Y pese a todo no están ya en las calles las decenas de miles de estudiantes que, hace muy poco, parecían a punto de cambiar, para siempre, el rostro de este México herido.
Ni tampoco las miles de personas que, alegres, decididas y esperanzadas, siguieron su llamado libertario.
Tampoco la izquierda, esa que obtuvo millones de votos y parecía a punto de darle, por fin, sentido real a la alternancia, muestra ya su rostro seguro y desafiante.
Ni siquiera los más directamente agraviados: los trabajadores, están tomando multitudinariamente las calles.
Menos todavía se les ve a todos; estudiantes, obreros, ciudadanos de a pie, militantes de la oposición volver a salir unidos a manifestarse.
Tampoco los liderazgos del movimiento estudiantil, del mundo sindical, de la izquierda electoral están en la calle.
Han preferido recluirse en asambleas, ceder el terreno, concentrarse en planes, tan grandes como improbables, mientras olvidan las luchas urgentes y necesarias.
Cada quien, por otro lado, se atiene a su convocatoria, a sus iniciativas particulares. Nadie parece ser capaz de mirar por encima de su hombro. Mientras la imposición, PRI y PAN unidos en la tarea, avanza a pasos fuertes los esfuerzos de la resistencia se atomizan.
¿Qué está pasando?
¿Será la cortísima y frágil memoria de este pueblo tantas veces herido?
¿Será la resignación ante lo que se considera inevitable?
¿Será que ante la disyuntiva entre articular un poder de veto ciudadano y la rendición hemos optado por esta última?
¿O será que esas multitudes que recorrieron las calles coreando “¡Fuera Peña!” se debían tan solo a la euforia electoral?
¿Estaban orientadas hacia el espejismo de una victoria que al no producirse las desarmó por completo?
¿Será quizá el miedo?
¿Conocemos tan bien al PRI y sus métodos represivos?
¿Los tememos tanto que ya no somos capaces de correr el riesgo y desafiarlos?
¿O es el discurso opositor que, por su falta de consistencia, imaginación y audacia, no ha logrado arraigarse, motivar, alimentar y conducir ese desencanto generalizado que, sin embargo, en muchos sitios se respira?
Lo cierto es que el discurso de la derecha, el del “apartidismo necesario y purificador” de los movimientos sociales logró implantarse profundamente quebrando las posibilidades de articulación de una sola, poderosa y contundente iniciativa ciudadana.
Lo cierto es que también al tamaño del reto que la imposición supone se han dado respuestas burocráticas, limitadas, que, por otro lado, no consideran el rechazo mayoritario a la política, a los partidos y a los mismos políticos.
Lo ciertos es que la labor de zapa de los medios de comunicación, especialmente de la tv pero ya no solo de ella, ha sido sumamente efectiva.
Y tanto que, desgraciadamente, parece que sí estamos “apantallados” y somos fácilmente “domesticables”.
Escribí aquí, hace unas semanas, que, desde mi punto de vista explicar el fenómeno de la compra de votos solo por la pobreza es insuficiente.
Cierto que pesan las enormes carencias que millones de compatriotas padecen cuando de rechazar la oferta humillante de vender el voto se trata. Pero no solo eso.
Pesa más la miseria espiritual, cultural resultado del pernicioso trabajo de una tv que antes servía al gobierno y ahora pretende servirse a su antojo del mismo.
Nos han robado la conciencia. Brota por momentos pero su aparición, aunque luminosa y esperanzadora, dura poco.
Dura más la noche de la apatía, de la ignorancia, de la conformidad.
De esa atávica oscuridad se nutre el régimen autoritario que hoy avanza a una restauración con el olor a santidad de una elección que, aunque compró, dice haber ganado por las buenas.
De esa oscuridad, a la vez engendro y caldo de cultivo, de la corrupción y la impunidad de las que hemos sido víctimas por décadas.
De esa oscuridad de la que, para construir un país realmente libre, democrático, justo y digno debemos liberarnos.
O nos rendimos y aceptamos la ilegalidad como forma de vida sufriendo las consecuencias y haciendo a nuestros hijos víctimas de las mismas o recuperamos el aliento, el coraje y la esperanza y construimos un poder de veto ciudadano.
Un valladar que contenga la infamia que desde el poder se gesta. Resistir o rendirse: ¿Qué hacemos?
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Fuente: www.milenio.com