El último rastro de evidencia de la captura de Joaquín Guzmán Loera fue una orden de comida, según dijeron los funcionarios mexicanos.
A tan sólo dos cuadras de distancia, una orden grande de tacos fue recogida después de la medianoche del 8 de enero por un hombre que manejaba una van de color blanco, como la que se creía que manejaban los asociados de Guzmán, según testigos.
Horas después, a las 4:30 a.m. los infantes de la Marina entraron por la fuerza al complejo, teniendo que sortear una serie de puertas cerradas y la feroz resistencia de los gatilleros.
Al igual que muchas de las casas de Guzmán, ésta estaba equipada con elaboradas escotillas de escape: una trampa oculta debajo del refrigerador, y otra por detrás del espejo de un closet, la cual Guzmán utilizó para huir durante el fragor de la batalla.
Tiempo después, en una autopista que conduce hacia las afueras de la ciudad, las autoridades finalmente atraparon a Guzmán, posiblemente el más poderoso narcotraficante de la historia, por tercera ocasión desde 1993.
Vistiendo sólo su camiseta y cubierto de mugre, el más notorio señor de las drogas en el mundo se arrastró por las cloacas y por en medio del tráfico vehicular.
Desorientado tras su ardua marcha subterránea, siendo perseguido por infantes de marina armados hasta los dientes, se encontraba parado al otro lado de la calle de un Wal-mart. Joaquín Guzmán Loera, conocido en todo el mundo como “El Chapo”, tenía que improvisar. Sus refuerzos no podrían ayudarlo.
Fuente: The New York Times