Por John M. Ackerman
El Coronavirus es una enfermedad profundamente democrática. No conoce fronteras de clase, raza, religión o región. Todos y todas somos igualmente susceptibles y no existe vacuna o remedio que se pueda adquirir en el mercado. Quienes están acostumbrados a que su dinero, color de piel, cercanía al poder o ubicación de su residencia les garanticen una protección de todos los males, así como pleno control sobre sus vidas, de repente se han visto obligados a enfrentarse con su enorme vulnerabilidad humana.
La influenza estacional mata entre 290 y 650 mil personas al año por complicaciones respiratorias, de acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud. Pero quienes tengan recursos pueden adquirir a tiempo una vacuna en el mercado para evitar este desenlace.
Casi 18 millones de personas se mueren cada año por enfermedades cardiovasculares, de acuerdo con la misma fuente (véase: https://www.who.int/cardiovascular_diseases/es/). Pero quienes tienen la cartera llena pueden comprar una multiplicidad de pastillas y productos en el mercado para evitar que se materialice un ataque al corazón o, en su caso, cubrir los elevados gastos médicos necesarios para salvarse de una crisis coronaria.
Más de 500 mil niños menores de cinco años mueren cada año en el mundo como resultado de alguna enfermedad diarreica aguda. Pero niños de familias adineradas o que viven en países ricos normalmente pueden salvarse de esta delicada enfermedad.
La actual histeria alrededor del coronavirus es fundamentalmente un miedo a la igualdad, un pánico de parte de los privilegiados frente al trato estrictamente igualitario que están recibiendo de parte de la naturaleza. Las élites del mundo de repente han tenido que enfrentar la dura realidad de que sus muros, rejas, ejércitos, guardaespaldas, escuelas privadas y malls han fracasado en establecer una separación confiable y hermética entre el norte y el sur, los “buenos” y los “malos”, los “limpios” y los “sucios”, los ricos y los pobres o los “blancos” y los “morenos”.
Es falso que esta nueva enfermedad afecte principalmente a los privilegiados. La novedad no es que sea un virus “elitista”, que solamente afecte a los “Fifis” que hayan viajado recientemente a Europa o los Estados Unidos por ejemplo, sino precisamente lo contrario. La novedad es que el Coronavirus no solo mata a los pobres y afecta a los países “subdesarrollados”, sino que también mata a los ricos y se propaga con igual o mayor fuerza en los países supuestamente “desarrollados”.
Así que una vez que esta situación anómala se revierta, una vez que se desarrolle una vacuna o una cura para el COVID-19, aunque sea muy cara o solamente accesible para unos cuantos, inmediatamente se reducirá la atención mediática al tema. La lógica del mercado imperará de nuevo, los adinerados recuperarán su poder sobre sus vidas y todo volverá a la “normalidad”, aunque sigan muriéndose cientos de miles de personas en el mundo que no tienen acceso a las nuevas invenciones científicas.
El reto entonces es mantener siempre presente y viva la sensación actual de extrema vulnerabilidad de toda la humanidad. Que los privilegiados no se olviden nunca de este momento profundamente democrático en que ellos están experimentando en carne propia lo que los pobres y desamparados viven absolutamente todos los días desde la cuna hasta la tumba.
Es sumamente importante cuidarnos y tomar medidas para protegernos del COVID-19, así como es crucial siempre tomar un enfoque preventivo hacia la salud. Por ejemplo, el lavado de manos no solamente ayuda a evitar la propagación de diferentes virus, sino también de infecciones bacterianas y docenas de otros males.
Tal y como relata el Dr. Jorge Alcocer, Secretario de Salud del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, en el transcurso de una vida humana normal somos expuestos a más de un billón de agentes extraños, o “patógenos”, los cuales combatimos por medio de la generación de aproximadamente cien mil millones de anticuerpos a lo largo de nuestras vías. En otras palabras, la vida no es un acto pasivo de resistencia sino una constante lucha activa por la sobrevivencia en medio de un medio ambiente siempre complicado y difícil.
De acuerdo con el Doctor en Ciencias Médicas y especialista en inmunología, cuya entrevista con un servidor se transmite este domingo, 29 de marzo a las 19:30 horas en TV UNAM, el mejor enfoque es siempre el preventivo para garantizar la salud pública. Una vez que hayamos desarrollado alguna enfermedad ya es en cierto sentido demasiado tarde. Lo importante es generar y consolidar una cultura de la prevención y el autocuidado.
Este enfoque no es el preferido por las grandes empresas farmacéuticas que lucran vendiendo pastillas y tratamientos a los enfermos. Pero sí debe ser el enfoque de los gobiernos realmente preocupados por la salud de sus pueblos.
Desde este punto de vista se justifican plenamente las medidas drásticas que ha tomado el gobierno de López Obrador con el fin de reducir la crisis hospitalaria que se acerca en la materia. Es mejor prevenir que lamentar.
Aunque también es importante no caer en la paranoia, desde luego. Cerrar totalmente la economía podría generar su propia crisis social y de salud pública, con consecuencias particularmente graves para los más humildes.
Lo que no se justifica es la intensa guerra política lanzada desde una gran cantidad de medios privados y en redes sociales en contra del Presidente de la República. Los muertos por la Coronavirus no son culpa de López Obrador sino todo lo contrario. Si no fuera por su acertada conducción científica y humanista de la crisis actual la situación podría llegar a ser mucho peor.
Fuente: Proceso