Por Epigmenio Ibarra
Muchas y muchos mexicanos fueron víctimas de la represión del viejo régimen autoritario. Sin su lucha, sin su sacrificio, sin la sangre por ellas y ellos derramada, sin el sufrimiento —que no cesa— de sus familiares, de sus compañeras y compañeros, hubiera sido imposible la conquista, pacífica y democrática, “sin romper siquiera un vidrio”, del poder político en 2018.
A quienes, a lo largo de décadas, fueron masacrados en las calles y campos de nuestro país. A esas y esos a los que el viejo régimen desapareció, persiguió, torturó, encarceló, censuró, deben y es preciso reconocerlo y no olvidarlo jamás, la 4ª transformación y el movimiento social que la impulsa, su existencia.
Mientras que a punta de plata o plomo gobernó el PRI, sus cómplices del PAN se decidieron simple y llanamente por el plomo. Una democracia simulada, con coartada bipartidista, modos propios del autoritarismo más rancio e ideología neoliberal, llevó al país a un estado de degradación política, económica y moral que lo dejó al borde de un estallido social.
Fue un giro copernicano en el discurso tradicional de la izquierda el que logró impedir ese estallido.
Luego de una larga, cruenta y muchas veces infructuosa lucha por la democracia se logró al fin, al ubicar a la corrupción como causa fundamental de la degradación de México, despertar la conciencia colectiva y unir a las mayorías en la lucha para erradicarla.
En medio de la gente y no al frente de la misma se colocó, derrumbando la idea tradicional de la vanguardia revolucionaria, el propio Presidente.
Prendió Andrés Manuel López Obrador, con este cambio radical de discurso y de posicionamiento, la chispa de una insurrección cívica, de una revolución pacífica que apenas ha comenzado.
Millones de personas, de las más diversas capas sociales, se sienten hoy parte de una causa. Más allá de la ideología les une la demanda de justicia y la certeza de que “hacer historia” está en sus manos.
Al renunciar —como lo hizo desde antes de asumir el cargo— a mantenerse en el poder, tentación en la que han caído sistemáticamente los líderes de la izquierda latinoamericana y al adelantar, acelerar, transparentar, establecer las normas para el proceso sucesorio y entregar al pueblo la decisión final, volvió López Obrador a cambiar, radicalmente, las reglas del juego.
A la nueva orientación revolucionaria, la de una transformación pacífica y en libertad cuyo objetivo central es combatir la corrupción, corresponde una nueva forma de hacer política.
Deberá ser, la que comienza este lunes próximo, una contienda recia pero fraterna entre compañeras y compañeros que comparten un cuerpo de principios y un ideal y no una agria disputa entre enemigos.
El contacto directo con el pueblo deberá prevalecer sobre el espectáculo mediático; las propuestas sobre los slogans. No es la hora de charlatanes ni de publicistas; es la hora de confrontar ideas porque, como decía Miguel de Unamuno; “de escultores y no de sastres es la tarea”.
“Cuando te aplauden al subir a la tribuna piensa en los que murieron. Cuando te toca a ti el micrófono piensa en los que murieron…tú los representas a ellos. Ellos delegaron en ti, los que murieron…” les digo, citando a Ernesto Cardenal, a Claudia, a Adán, a Marcelo, a Ricardo, a Gerardo, a Manuel y les hago, además, de este urgente y necesario recordatorio un llamado a pensar en quienes depositaron sus esperanzas en López Obrador.
Ni a las y los muertos que lucharon por la democracia, ni a las y los vivos que luchan por la transformación del país, pueden fallarles.
@epigmenioibarra