Por Juan Ignacio Zavala
Con el triunfo aplastante de López Obrador sucedieron muchas cosas en nuestra vida política. Una de ellas fue el desamparo en que quedaron muchos políticos y el hundimiento de los llamados partidos grandes. Reducidos a un tamaño que no esperaban, deben reformar casi todo a su interior. No lo han hecho, pero lo tendrán que hacer si quieren formar parte de las próximas lides electorales –las de este año serán también triunfos aplastantes de Morena a costa del PAN.
Es evidente que los espacios tradicionales para hacer política se redujeron, sino es que desaparecieron. El cambio por el que votó la mayoría de los mexicanos fue un golpe también a una clase política que se alimentaba y devoraba a sí misma. Sin chambas que ofrecer, sin posibilidades de manejar nóminas y recursos como lo hicieron antes, y con la presencia avasalladora de la figura presidencial, la actividad política opositora parece estar en un lugar marginal y hay políticos que no pueden entender que hayan pasado a esa condición política. Un grupo de ellos, acompañado de algunos articulistas, anunció el sábado que conformarían un movimiento opositor como contrapeso a López Obrador. El periódico Reforma sirvió de plataforma para el lanzamiento y el vocero de tal intento fue el gobernador Javier Corral, que empinó a varios personajes que se deslindaron de manera inmediata. El gobernador de Jalisco fue el primero en hacerse a un lado –e hizo bien, él no necesita ahora ese tipo de movimientos–, lo siguieron intelectuales como Juan Villoro y Héctor Aguilar Camín. Todo empezó a caerse el propio sábado. El asunto parece que se diluyó hasta quedar en un comunicado, ciertamente penoso, en el que anuncian que se reunieron a platicar entre ellos, que según esto tienen “actividades y posturas políticas” muy diversas –lo que es falso– y encontraron coincidencias. Anunciaron que quieren un México con contrapesos. Muy bien que lo quieran, pero así no quedó la cosa en la votación. Ni modo. En México hay grupos que creen que se puede gobernar sin votos.
La última vez que se reunieron varios de esos personajes para hacer política el resultado fue un desastre. Alrededor de ese monumento a la vanidad que es Javier Corral, se juntaron en Chihuahua, endiosaron a Anaya, tomaron por asalto al PAN y lo que sobraba del PRD, hicieron un mazacote grotesco que terminó en un gigantesco fracaso electoral, hundieron al PAN –la única opción de derecha viable– en una derrota estrepitosa y terminaron con la carrera de quien fuera un político brillante y que ahora vive escondido. Nunca han tenido la vergüenza pública de explicar cómo acabaron con la oposición en este país. Se sienten más inteligentes de lo que son, se dan más importancia de la que tienen y no parecen haber entendido por qué –ellos, precisamente ellos– dejaron de ser un contrapeso. Otros son proclives a salir en cualquier foto y firmar desplegados –les encantan los desplegados, creen que son una gran herramienta de comunicación–; algunos otros tuvieron trabajos en la administración pública los pasados 15 años y ahora no tienen y la quieren hacer aunque sea de “contrapeso”. No creo en esos grupos. Me parece que esa etapa ya pasó hace tiempo; han terminado por ser un amasijo de frustraciones y contradicciones. López Obrador debe estar muerto de risa.
Aprovecho para aclarar que no formo ni formaré parte del partido que quieren hacer Margarita Zavala y Felipe Calderón. No creo que ese sea el camino para sus liderazgos y aportaciones. Les deseo suerte.
La política en México, la manera de hacerla, de comunicarla, está cambiando y ya no es el momento de viejas recetas para situaciones nuevas. Creo que es mejor ver los frutos espontáneos de la oposición a AMLO en diversas plataformas, que estar viendo a la misma gente de siempre haciendo las cosas de siempre. Por lo pronto, seguiré desde esta y otras trincheras señalando las desmesuras de este gobierno y aportando mis comentarios sobre la vida pública. Hoy comienzo este esfuerzo en: sobrevivientes.mx. Dense una vuelta.
Fuente: El Financiero